Dos de las mejores novelas de la etapa fundacional del género negro, La llave de cristal, de Dashiell Hammett, y El largo adiós, de Raymond Chandler, versan sobre la historia de la ruptura de una amistad, la de Ned Beaumont con Paul Madvig y la de Philip Marlowe con Terry Lennox.
En las escenas finales de esas obras, Hammett y Chandler dejan al lector paladeando la amargura que sienten Beaumont y Marlowe al terminar su relación con Madvig y Lennox.
Ahí va lo que escribe Chandler: “Se dio la vuelta, cruzó el despacho y salió. Vi como se cerraba la puerta. Escuché sus pasos alejándose por el pasillo de imitación de mármol. Al cabo de un rato se debilitaron hasta cesar por completo. Seguí escuchando de todos modos. ¿Para qué? ¿Quería que se detuviera de repente y volviera para hablarme y convencerme? Quizá, pero no lo hizo. No volví a verlo”.
Adiós.
Y éste es el final de Hammett: «-Janet se viene conmigo- informó Ned Beaumont. Madvig entreabrió los labios. Miró atónito a Ned Beaumont y volvió a palidecer. Cuando se quedó blanco masculló algo, de lo que sólo se entendió la palabra «suerte», se dió torpemente la vuelta, caminó hasta la puerta, la abrió, salió y se olvidó de cerrarla. Janet Henry miró a Ned Beaumont, que había clavado la vista en la puerta».
La chica se viene conmigo.