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El tijeretazo

 

Zapatero bebió el miércoles 12 de mayo la amarga pócima de desgranar en el Parlamento una serie de medidas para reducir a toda velocidad el déficit presupuestario español que suponen toda una bajada de pantalones –lo siento, no se me ocurre ahora una expresión más fina- en materia de protección social. Se presente como se presente, el hecho es que Zapatero no ha podido mantener su promesa de que el Estado de bienestar español –no gran cosa al lado del de otros socios europeos- no se vería afectado por esta crisis provocada aquí y en todas partes por la especulación financiera y la especulación inmobiliaria.

Al contrario, con su triste capitulación del miércoles negro en materia social -a la que seguirán el alargamiento de la edad de jubilación y eso que se denomina eufemísticamente “reforma del mercado laboral”, o sea, el abaratamiento del despido- queda claro que la crisis la van a seguir pagando con nuevas apreturas los sectores populares: asalariados, pensionistas, autónomos, pequeños empresarios y funcionarios mal pagados como maestros, enfermeras y policías.

Probablemente, Zapatero ya no podía hacer otra cosa a estas alturas de la partida. Los amos del casino financiero global se lo habían dejado bien claro: o usaba la tijera a gran escala para recortar gasto público o vendavales especulativos aún más tremebundos iban a desencadenarse contra España. Esos amos se expresaban ruidosamente a través de sus instrumentos habituales: los “mercados”, los organismos financieros internacionales, los analistas económicos y los medios de comunicación privados.

Pero Zapatero también ha llegado a esta humillación por lo errático de su acción económica en los dos últimos años de crisis y por la falta de una política económica digna de ese nombre en los cuatro anteriores, los de la bonanza.

En la primera de sus legislaturas, con vacas gordas, Zapatero podría haber planteado un pinchazo controlado de la burbuja inmobiliaria, un mayor control del sector financiero para poner coto a la orgía del dinero fácil, una propuesta de cambio de modelo económico para España en la dirección de más industria y mayor vinculación con la alta tecnología, una reforma fiscal que gravara más a las rentas altas y a las rentas del capital, una acción decidida contra el fraude fiscal… Pero no hizo nada de esto: se instaló en la comodidad del crecimiento desbocado –y hasta se jactó de ello: recuérdese aquello de que habíamos superado a Italia e íbamos a por Francia- y en la visión de contable de su entonces ministro de Economía.

Cuando empezó la crisis, Zapatero podría haberse dirigido directamente al pueblo español para plantearle la gravedad de la situación, para hablarle sin medias tintas de sangre, sudor y lágrimas, para proponerle un camino de sacrificios compartidos –no sólo de los más pobres-, para emprender reformas estructurales enérgicas, para señalar el rumbo hacia el que debíamos caminar… Tampoco lo hizo. Primero adoptó el negacionismo, luego el optimismo ramplón y, por último, la acción compulsiva, espasmódica, contradictoria.

Al mencionar las reformas estructurales, no me refiero tan sólo al rancio manualillo ultraliberal de congelación de salarios, abaratamiento del despido y aplazamiento de la edad de jubilación, que, ante la debilidad ideológica y política de la izquierda en España y en todas partes, ha resurgido con fuerza una vez rescatados los amos del casino. Me refiero sobre todo a las reformas que exigiría un rumbo socialdemócrata: recrear algún tipo de banca pública y de empresa energética pública; arreglar a fondo la educación; mejorar la eficacia de las administraciones públicas; limitar los ingresos desmesurados de empresarios y directivos de compañías y bancos receptores de ayudas públicas; una reforma fiscal progresiva; una lucha implacable contra el fraude fiscal, una clara política de aliento a las industrias del siglo XXI…

En ese contexto podría haber planteado con legitimidad, ya en 2008, sacrificios a las clases populares, incluyendo tal vez una congelación de los sueldos de los funcionarios.

Eso, evidentemente, requería tener una visión económica socialdemócrata de la que Zapatero siempre ha carecido y una capacidad para la acción ejecutiva que, francamente, no es lo suyo. En vez de eso, y tras los conocidos meses y meses de mirar a otro lado, optó por la acción confusa y descoordinada, por la búsqueda de pactos políticos y sociales imposibles y por una política en la que, sí, el gasto era progresista al intentar proteger a los más débiles, pero el ingreso era conservador (ahí están disparates como la abolición del Impuesto sobre el Patrimonio, medidas dudosas como la subida del IVA y ausencias clamorosas como la subida de la presión fiscal a las SICAV, las rentas más altas y los ingresos del capital).

Zapatero da la impresión de haber dado dado de sí todo lo que podía en materia de ampliación de derechos y libertades, probablemente haya fracasado en la reforma del modelo territorial (¡la que se liará cuando caiga la sentencia del Estatut!), no ha acometido jamás en serio la democratización del poder judicial (es increíble que tras seis años de gobierno supuestamente de izquierdas ocurra lo que ocurre en el Supremo y el Constitucional) y ha gestionado penosamente la crisis económica. Ahora asistimos a la defunción del ZP social. La derecha política, mediática y económica que le reclamaba esta harakiri no le va a aplaudir y su credibilidad ante el pueblo de izquierdas caerá aún más. Él puede pensar que precisamente eso, el provocar el rechazo de tirios y troyanos, es la marca de un gran estadista, pero me temo que éste no es su caso. Y también puede aferrarse al magro consuelo de que la credibilidad de Rajoy es aún peor.

Los socialistas españoles tienen un problema… y ni la resignación ni la melancolía lo resuelven.

Mi revista de prensa sobre el tijeretazo:

Congoja daba escuchar a un Zapatero apenado y sin narices para emprender la reforma por lo fiscal, por arriba, que sería lo suyo; rendido y maniatado, sin fuste de estadista por ninguna parte y solo, muy solo”. Maruja Torres, El País, 13 de Mayo,

“Ayer se extinguió la leyenda del bosque y ganaron los chacales neoliberales, cuyas cuentas pagarán los mileuristas, no los millonarios”. Raul del Pozo, El Mundo, 13 de Mayo.

“A medida que desgranaba los recortes con los que esperaba ser bendecido por Bruselas y por Washington, fuimos conscientes de que el llanto, la transpiración axilar y las hemorragias sólo afectarán a algunos, es decir, a los de siempre”. Juan Carlos Escudier, Público, 13 de Mayo.

“Bueno, pues ya está, confirmado: la crisis, para variar, la pagaremos los de siempre. La seguiremos pagando, para ser más exactos, pues no hemos hecho otra cosa que pagar desde que comenzó, tanto en rescates bancarios y empresariales, como en paro y empobrecimiento”. Isaac Rosa, Público, 13 de Mayo.

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