MERCURIO / Número 105 / Noviembre 2008
GOYTISOLO, REPORTERO Y ARTICULISTA
JAVIER VALENZUELA
A alguien que va a un sitio donde hay problemas, habla con la gente, comparte su vida durante un tiempo, va tomando notas, sintetiza su experiencia en unos cuantos folios y los publica con prontitud en un diario o una revista, a ese alguien se le suele llamar «periodista». Así que en Juan Goytisolo siempre he visto a un periodista, un colega.
Goytisolo estuvo en varias de las guerras de los años noventa del pasado siglo. Viajó a Bosnia, Argelia, Palestina y Chechenia; en cada una de esas tierras atormentadas formó parte durante unas cuantas semanas de la tribu de los corresponsales y enviados especiales, y junto a ellos aprendió la principal lección de cualquier tragedia: el ser humano es capaz tanto de la peor villanía como del heroísmo más admirable. Publicados en el diario «El País» con los nombres «Cuaderno de Sarajevo», «Argelia en el vendaval», «Ni guerra ni paz» y «Paisajes de guerra con Chechenia al fondo», ¿cómo calificar los textos que escribió tras aquellos viajes? Puesto que contienen información, análisis y opinión, están bien escritos, se basan en hechos irrefutables y van destinados a un amplio público, yo los llamaría «reportajes».
En los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo del año 2006, el propio Goytisolo explicó las razones que le llevaron a algunos de los lugares más violentos del final del segundo milenio. Dijo que, como un periodista, deseaba tener el «conocimiento directo» de la realidad, a fin de «dar a conocer una verdad forzosamente parcial, como todas las verdades del mundo». En su caso, la verdad de las víctimas.
En realidad, Goytisolo ya había hecho algo semejante en su juventud, en pleno franquismo. Fue con «Campos de Nijar» y «La Chanca», los libros en los que rememoró sus andanzas por unas entonces paupérrimas tierras almerienses. ¿Qué eran aquellos testimonios? ¿Literatura de viajes? ¿Realismo social? ¿Documentales? ¿Prosa de no ficción? Pues sí, podemos llamarlos así, y también podemos decir que eran reportajes imposibles de publicar en la prensa española de aquel entonces.
Goytisolo jamás ha vivido en una torre de marfil. Accedió a la vida civil y literaria en una época, los años cincuenta del siglo XX, y en una ciudad, el París de Sartre, en que la figura del intelectual «engagé», el escritor comprometido con las causas libertarias y justicieras de su tiempo, era muy apreciada. Y aunque algunos gilipollas pretendan mofarse de ella, seguimos siendo millones los que honramos la memoria de su fundador, el Zola que denunció antes que nadie el antisemitismo en «J´accuse», un texto publicado en la primera página de un periódico.
Me consta que Goytisolo dispensa un trato fraternal a los periodistas. Es un hombre siempre al corriente de la actualidad; sorprendentemente al corriente para alguien que ignora la televisión e Internet. Por teléfono o en vivo y en directo, le encanta escuchar lo último de labios de sus amigos periodistas e intercambiar análisis con ellos. Con espanto cuando la noticia lo requiere, con humor -tiene muy desarrollado este sentido- cuando lo permite, y siempre con gran racionalidad. Es un curioso signo de los tiempos el que Goytisolo, un «peligroso extremista de izquierdas» según el régimen de Franco, sea hoy más bien un «moderado» -alguien que conserva el sentido común- en la totalidad de los asuntos públicos sobre los que se pronuncia. No es el que él haya cambiado, que no lo ha hecho, es que a buena parte de los poderosos de este mundo (piénsese en los neocon de Bush o los halcones de Israel) se les ha ido la olla.
Personaje y escritor de frontera (entre Occidente y Oriente, entre la biblioteca y la calle, entre la literatura de ficción y la literatura periodística), Goytisolo también es fraternal con los periodistas por el hecho de que él mismo lleva décadas publicando asiduamente en los diarios, principalmente en «El País». No sólo sus mencionados reportajes de guerra de los años noventa, sino artículos de opinión sobre los temas que le preocupan en cada momento. A un ritmo de uno o dos al mes, eso hace cientos de textos. Goytisolo domina muy bien la distancia de las mil o mil doscientas palabras, su estilo es manifiestamente reconocible, suele aludir a sus experiencias para reforzar sus argumentos, huye como del diablo de los eufemismos, llama al pan, pan y al vino, vino, y sus posiciones son muy coherentes. Siempre está en contra de la tiranía, el fanatismo y la violencia y a favor de la libertad, la racionalidad y el diálogo.
Si hay algo que odiamos los periodistas es eso que los franceses llaman «langue de bois», el lenguaje medio de Cantinflas medio de burócrata que tantos políticos utilizan para reiterar lo obvio, para no decir nada, para no mojarse. Pues bien, Goytisolo es lo más opuesto que uno pueda encontrar a la «langue de bois» en el articulismo español. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero nadie puede decir que no se ha enterado de por dónde respira. Incluso cuando las situaciones son enrevesadas, de esas en las que es difícil distinguir el trigo de la paja, él siempre encuentra algo propio e iluminador que decir.
Lleva medio siglo pronunciándose sobre los grandes temas españoles e internacionales e impresiona constatar la cantidad de veces en que tenía razón al nadar contracorriente. Cuando algunos de sus amigos seguían admirando o, al menos, respetando a la Unión Soviética, Goytisolo ya la consideraba un horror. Cuando la mayor parte de la izquierda occidental babeaba ante Fidel Castro, él ya denunciaba el fracaso de su revolución. Cuando el FLN argelino era citado como un ejemplo para el Tercer Mundo, él ya expresaba su profundo escepticismo. Y cuando la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días eclipsaba cualquier otra cosa en Oriente Próximo, a él ya le sublevaba la opresión del pueblo palestino.
Gran conocedor de lo mejor del judaísmo, el cristianismo y el islam, Goytisolo batalla particularmente en los últimos años contra los profetas del choque de civilizaciones. Desde los atentados del 11-S muchas de sus tribunas periodísticas van destinadas a defender un laicismo democrático y cosmopolita que no satanice ninguna espiritualidad. Con ello está reivindicando al mismo tiempo su forma de ser y de vivir. Vecino de Marrakech y de París, visitante asiduo de Madrid, Barcelona, Nueva York, Estambul, Jerusalén y El Cairo, nacido en una España cristianísima por decreto y amigo de tantos judíos y musulmanes, Goytisolo predica en esta materia con su ejemplo personal, como también lo hace cuando aboga por la igualdad de derechos para homosexuales y mujeres o ridiculiza los nacionalismos grandes, medianos o pequeños.
Para escapar al asfixiante nacionalcatolicismo del régimen de Franco, Goytisolo abandonó España muy joven. Describió literariamente a esa bestia en novelas como «Juan sin Tierra» y «Reivindicación del conde don Julián», pero en los últimos años se ha visto obligado a combatirla de nuevo con su pluma (literalmente: escribe a mano y se las ingenia para que amigos suyos transcriban sus textos y los envíen a la redacción por fax o correo electrónico). Determinadas actuaciones de la jerarquía católica y la derecha política le han llevado a pensar que el nacionalcatolicismo no está tan muerto en España como se venía afirmando. Así que, como reportero de guerra, Goytisolo nos contó a finales del siglo XX que el odio racial, nacional o religioso seguía matando en Europa y sus aledaños, y, como articulista, nos cuenta ahora que los obispos españoles siguen pretendiendo imponernos cómo debemos vivir. Ya lo ven, actualidad, pura actualidad; periodismo, buen periodismo.