«Era Sin City, la Ciudad del Pecado, en muchos carteles cinematográficos y portadas de novelas de los años 1950. Y no tenía tal apodo la menor connotación peyorativa, no era emitido por clérigos, beatos o puritanos. Al contrario, la mención al pecado era un atractivo reclamo publicitario, un guiño que hacía brillar los ojos de espectadores y lectores. Aludía a la libertad.
Pecar en Tánger suponía comerciar, trapichear y contrabandear sin estorbos. Hablar tantas lenguas como en la bíblica Babel. Expresar sin miedo tus ideas. Disfrutar de cualquier tipo de relaciones sexuales. O colocarse con toda suerte de estupefacientes. Aquel era un lugar
para aventureros, piratas y heterodoxos. Para gente rara, distinta, libre».
Comienzo del artículo de Javier Valenzuela en el número de la revista SureS consagrado al cine y la literatura policiales ambientados en Tánger.