Categorías
landing pdf

1982 / 40º aniversario del triunfo de Felipe González / tintaLibre, diciembre de 2022

Aquel año empezamos a ser lo que queríamos: europeos. Pero las nubes blancas y mansas del cartel electoral de Felipe González tenían también un lado oscuro y tormentoso.

1982 (EXTRACTO)

Descargar artículo completo en PDF

Javier Valenzuela, tintaLibre, diciembre 2022

Lo que la gran mayoría de los españoles queríamos en 1982 era ser europeos. Hacía apenas cinco años de la muerte del general Franco, que nos había mantenido alejados a la fuerza de las muchas cosas buenas que asociábamos con la palabra Europa: libertad para reunirnos, asociarnos y expresarnos, libertad para viajar a donde quisiéramos, libertad para leer libros y ver películas por escandalosos que les parecieran a algunos, libertad para practicar el sexo con quien deseáramos si este o esta también lo deseaban… Este tipo de cosas que hacían los franceses, los italianos, los británicos, los alemanes del Oeste y hasta los portugueses desde su Revolución de los Claveles. Cosas que Su Excrecencia nos tenía prohibidas porque chocaban con su visión de una España guardiana de los valores del Concilio de Trento.

           Europa significaba libertad y también bienestar. Sabíamos que, al norte de los Pirineos, los salarios eran más altos porque, entre otras cosas, los trabajadores tenían derechos como el de sindicarse y hacer huelga. Sabíamos que la sanidad y la educación públicas eran allí mejores por más universales y de mayor calidad. Sabíamos que los europeos tenían autopistas en vez de carreteras nacionales de solo dos carriles y que sus controles sanitarios hacían mucho más difíciles estafas como la recientísima del aceite de colza, que había matado en nuestro país a más de trecientas personas y afectado gravemente a más de veinte mil. Sabíamos que las cosas se hacían allí mejor, con más rigor y profesionalidad, con menos amiguismo y chapuzas.

             En octubre de aquel 1982 íbamos a celebrar elecciones generales y una alternativa brillaba con una fuerza muy superior al resto: la de un socialista sevillano de cuarenta años llamado Felipe González. Era un tipo guapetón, desenfadado y de buena labia que contaba con el apoyo explícito de una de las fuerzas políticas que gobernaban Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial y habían construido su Estado del Bienestar: la socialdemocracia, muy en particular la alemana. Felipe, que así se le llamaba, era muy presentable. No parecía molestar en absoluto a la otra gran fuerza política continental, la democracia cristiana, y tampoco al imperio estadounidense al que pertenecía España. Si ganaba los comicios, difícilmente podía justificarse un golpe militar contra su Gobierno.

(…)

Artículo completo en PDF

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
Privacidad