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Escrito bajo el 155 / Cataluña y España / Publicado en infoLibre

El corazón brincó alegremente en mi pecho en la mañana del sábado 28 de octubre al contemplar en uno de los últimos quioscos de mi barrio la portada de la edición impresa del diario Abc. Sobre el rojigualda de la bandera patria se perfilaban con nitidez los rostros de los tres héroes del momento: Mariano Rajoy, Albert Rivera y Pedro Sánchez.

En el centro y ligeramente destacado, el retrato de Rajoy expresaba enfado y, sobre todo, determinación, mucha determinación. El mensaje era inequívoco: con este hombre al frente no hay nada que temer. En cambio, me parecieron más ambiguos los semblantes de sus dos escuderos. El de Rivera, a la derecha, manifestaba cierto pasmo; el de Sánchez, a la izquierda, parecía contemplar, algo triste y perdido, un punto remoto del horizonte.

El titular de la portada era lapidario, tal y como hubiera deseado cualquier patriota digno de este nombre: “España descabeza el golpe”. Nada de “la democracia”, “el Estado de Derecho”, “la Constitución” o alguna otra de las fórmulas melindrosas que ha sido preciso inventar desde 1978 para ese centroderecha y centroizquierda siempre tibios y acomplejados en la defensa de nuestra piel de toro. Como Dios manda, el sujeto de la prodigiosa hazaña era ¡España!, la mismísima España, la España una, grande e indivisible.

Observé asimismo que el verbo del titular no podía estar mejor escogido: “descabezar”, cortar la cabeza. Así, de un golpe seco y –pensé- con hacha, no con guillotina, que eso es cosa de republicanos. Felicité mentalmente al director de la publicación. ¿Para qué andarse con rodeos? Los “golpistas” –también podría habérseles tildado de “rebeldes”, “sediciosos” y, si me apuran, “terroristas”– no sabían con quién iban a tener que vérselas cuando empezaron con sus jueguecitos. ¿Independencia de Cataluña? ¿De qué coño estáis hablando? ¡Si España pudo hasta con Napoleón!

Alcé la cabeza y contemplé las banderas rojigualdas que ondeaban en ventanas y balcones, haciéndose eco de la que iluminaba la portada de Abc. Confieso que se me humedecieron los ojos al pensar en la alegría que tal espectáculo le produciría al bisnieto de Alfonso XIII, nuestro buen monarca Felipe VI, ese hombre tan preparado y con una señora y unas hijas tan encantadoras, al que todos los españoles de bien hemos votado una y mil veces con nuestros corazones. ¡Por fin, Madrid le ofrecía a la Casa de Borbón el desagravio debido desde aquel funesto 14 de abril de 1931!

¿Libertades, derechos, democracia? Todo eso puede estar bien, no lo negaré, pero, digámoslo con claridad, es contingente. Sólo la unidad de la patria –bajo la monarquía borbónica y con la bandera rojigualda, por supuesto– es eterna y necesaria. ¿Diálogo, negociación, acuerdo? Cosas de buenistas, chusma sospechosa, siempre dispuesta a dejarles resquicios a los eternos enemigos del muchas veces milenario solar común.

Caminé por mi barrio bajo un sol intenso que parecía confirmar que España va a vivir a partir de ahora en un verano eterno. Pensé que es maravilloso que así sea: el verano es la estación en la que nuestra querida España da lo mejor de sí misma, cuando nuestra sangría alegra tantos corazones y nuestros incendios son los fuegos artificiales del planeta. Decenas de millones de turistas no pueden estar equivocados.

Decidí escribir este artículo, ateniéndome, faltaría más, al 155, la Ley Mordaza, el Código Penal, la legalidad vigente y lo que sea menester. Es bueno que la lección ejemplarmente impartida a los traidores de Cataluña sea aprendida y practicada por todos los españoles.

Y ahora que así lo he hecho, señor fiscal, ¿puedo hacer una pregunta? La formularé con el debido respeto, se lo prometo. Ahí va: restablecidos la ley y el orden gracias a la gallardía del trío del Abc, ¿podemos pedir ya una subidilla de los salarios y las pensiones? Salvada España, ¿pueden ustedes ocuparse de los españoles?

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