He releído este fin de semana la biografía de Raymond Chandler de Frank MacShane, publicada por Brugera en 1977. Me ha sorprendido una breve alusión (página 367) a una visita que Chandler efectuó a Tánger a finales de 1955, acompañando a sus amigos londinenses Stephen y Natasha Spender. A Chandler, Tánger le pareció “encantadora”, según MacShane. Por su clima –“incluso mejor que el de California”- y por su condición –entonces- de ciudad internacional.
Me ha sorprendido, digo, esa alusión porque leí el libro hace treinta años y había olvidado por completo que Chandler, el padre de Philip Marlowe, también había visitado Tánger en su época dorada. En más de una ocasión he escrito sobre esa ciudad y siempre he citado a Paul y Jane Bowles, Truman Capote, Cecil Beaton, Tennessee Williams, Gore Vidal, William Burroughs, Allen Ginsberg, Jean Genet, Alberto Moravia, Jack Kerouac y los Rolling Stones entre los artistas que recalaron, por mucho o poco tiempo, en el Tánger de los cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo, el Tánger bohemio, el Tánger cosmpolita, el Tánger jet-set, el Tánger beatnik, el Tánger de los globe-trotters.
Que Chandler, uno de mis escritores favoritos, también visitara Tánger en ese período me provoca un extraño tilín. Ahí hay algo que investigar. Me prometo hacerlo.