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Disidencia judía / Jean Daniel / Judaismo / Antisemitismo / Israel

Disidencia judía

El periodista francés Jean Daniel, uno de los grandes intelectuales de la izquierda europea, denuncia la identidad comunitaria y opta por la ciudadanía en «La prisión judía».

LA PRISIÓN JUDÍA
Jean Daniel
Prólogo de Juan Goytisolo
Traducción de Nuria Viver
Tusquets. Barcelona, 2007

JAVIER VALENZUELA /  Babelia / ENSAYO / 24-02-2007

La última guerra librada por Israel -la invasión de Líbano del pasado verano- aportó conclusiones esclarecedoras. Para empezar, reveló las limitaciones del poder militar israelí, del mismo modo que la de Irak sigue evidenciando las del poder militar estadounidense. Dado que es difícil entender cómo esos dos países pudieron embarcarse en aventuras tan obviamente condenadas al fracaso, la explicación sólo puede provenir de la ceguera ideológica de sus dirigentes, del abandono de la razón y el sentido común. Otra de las conclusiones de aquel conflicto fue que Israel está decidido a calificar sistemáticamente de «antisemita» a cualquier gentil que discrepe de su política belicista y a afirmar, si el crítico es judío, que éste «se odia a sí mismo».

Así que la honesta, intensa y documentada reflexión sobre la condición judía que constituye el último ensayo de Jean Daniel publicado en España no puede ser más oportuna. Procede de uno de los más grandes periodistas e intelectuales europeos de nuestro tiempo, un digno heredero de la estirpe de los André Gide y Albert Camus. Nacido en el seno de una familia judía sefardí en la Argelia colonial francesa, educado en la escuela laica y en los principios y valores de la República, resistente antifascista, fundador del semanario progresista Le Nouvel Observateur , Jean Daniel ha estado siempre en el lado correcto en todos los debates de los últimos sesenta años, convirtiéndose en una referencia de envergadura para los demócratas de izquierda.

Como señala Juan Goytisolo -otro gran faro intelectual y moral- en su prólogo a La prisión judía , Jean Daniel se ha situado siempre fuera del corsé de las identidades comunitarias fijas, a prueba de milenios, y ha acampado en el terreno mucho más incierto de la ciudadanía. Nacionalismos e integrismos no son, precisamente, lo suyo. Pero el periodista y ensayista francés ha tenido que afrontar, una y otra vez, no sólo la cuestión judía en general, sino la de su propio judaísmo.

Hay unos quince millones de judíos en el mundo -de ellos cinco millones en Israel- y muchos, si no la mayoría, han optado, según sostiene Jean Daniel, por encerrarse en lo que llama «la prisión judía». Así la describe: «Se puede salir de la religión, pero nunca se sale del pueblo judío y de su destino único, incluso si uno se declara no creyente. Se está condenado a la pertenencia».  Esa «prisión judía» se encuentra «en las mentes»; sus muros invisibles son «la esencia, la eternidad, el absoluto», y su carcelero, el mismísimo Dios, según Jean Daniel. De modo que, al final, resulta que «el judeocentrismo es un encarcelamiento común al pensamiento judío y al pensamiento antisemita».

Jean Daniel, fugado desde su juventud de esa prisión, opta por situarse en una línea de disidencia judía en la que incluye a Flavio Josefo, Spinoza, Heinrich Heine, Simone Veil, Henri Bergson, Hannah Arendt, Edith Stein y Edmund Husserl. «Como Spinoza», escribe, «no consigo creer realmente, completamente, que el pueblo judío, a pesar del milagro de su perennidad, sea el único testigo de la humanidad, así como el único instrumento de la divinidad. Y rechazo sobre todo que se comporte como si, con el pretexto de que se le persigue haga lo que haga, pueda abandonarse a hacer lo que le parezca, tanto bueno como malo. Como si en nombre de su elección o de su maldición, pudiera arrogarse una moral diferente a la de los demás».

Lo que lleva a Daniel a hablar con frecuencia de Israel en este libro y a lamentar su conversión en un Estado militarista que intenta justificarse con argumentos teológicos. Grandes escritores y pensadores israelíes como David Grossman y Amos Oz comparten sus reflexiones, pero ya se sabe que, a tenor de la propaganda oficial, son «judíos que se odian a sí mismos».
«Nacido para acabar con el antisemitismo cristiano», el que tuvo su expresión más brutal en el Holocausto, el Estado de Israel se desarrolla hoy «alimentando un nuevo antisemitismo árabe», señala Jean Daniel.

Atención al verbo: alimentando. Y es que, en contra de lo que dicen muchos judíos, y no pocos gentiles, el fundador de Le Nouvel Observateur no cree que nos encontremos ante el resurgimiento del mismo fenómeno antisemita en una tierra diferente. Los que sostienen lo contrario -«infieles, a mi modo de ver, al mensaje de Auschwitz»- no distinguen entre «las barbaries de las que fueron víctimas simplemente por haber nacido y existir», y las vicisitudes que ahora afrontan «a causa de lo que hacen, libre y soberanamente».


«Los israelíes son dueños de su destino nacional», recuerda el periodistas y ensayista. «Están en el hacer y ya no sólo en el ser. Y he aquí que algunos de ellos, ofuscados para siempre por la fatalidad del mal, se muestran incapaces de distinguir entre los desastres que sufrieron en Auschwitz y las guerras que libran en Israel, en igualdad de condiciones con sus enemigos. Este sentimiento de fatalidad eterno y omnipresente empezó a confirmarme en la idea de que en el misterio judío había algo que se parecía a una prisión».

Lúcido, valiente y erudito como siempre, Jean Daniel aporta con La prisión judía un importante instrumento intelectual para las polémicas del momento. Y también una propuesta de conducta. Así la expresa: «He llegado a la conclusión de que los judíos sólo deberían retener de su Elección la exhortación a ser los mejores, y de la Alianza, la obligación de hacer de Israel un faro de las naciones. Si esto se considera imposible, entonces todo el mundo es judío y nadie lo es. En este caso, la prisión es cruel, gloriosa, absurda, eterna. ¿Como la condición humana? Como ella, en efecto. Pero el oficio del ser humano no consiste en elegir la servidumbre voluntaria».


No; Jean Daniel, por ejemplo, escogió la libertad.

 

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