Entrevista de Lefteris Makedonas a Javier Valenzuela, con motivo de la publicación de su traducción al griego de la novela ‘Don Julián’ de Juan Goytisolo. Tras una primera versión en griego, la entrevista fue reproducida en español en junio de 2022 por la revista académica Transmodernity, de la Universidad Merced de California.
Eleftherios Makedonas.- Estimado Javier, me da mucho gusto tener esta conversación con Ud. Con motivo de la traducción de mi parte, por primera vez en griego, de Don Julián, la obra maestra de Juan Goytisolo, pensé dirigirme a Ud. dado que ha sido su amigo. Pero pienso que sería mejor que empezáramos con una introducción a su propia obra y carrera como periodista y escritor. ¿Quisiera Ud. decirnos unas pocas palabras sobre su trayectoria en el campo del periodismo y de las letras en general?
Javier Valenzuela.- Nací en Granada, al pie de la Alhambra, en 1954, y vivo de la escritura desde hace más de cuarenta años; la escritura periodística y, recientemente, también la escritura novelística. Para mí, son absolutamente complementarias. El periodismo se basa en lo verdadero, la novela en lo verosímil. Ambos pueden ser usados para reflejar la realidad, sobre todo aquella que los poderosos no quieren que se conozca. Lo importante es informar con claridad a los lectores del tipo de texto que les propones; si es periodismo, o sea, un género basado en hechos ciertos y verificables, o si es novela, esto es, un género basado en hechos ficticios que podrían ser posibles. En mi carrera como periodista, trabajé durante treinta años en el diario El País, en el que fui cronista de sucesos en Madrid, reportero de guerra en Beirut, Irán, Irak y Bosnia, corresponsal en Oriente Próximo, Marruecos, Francia y Estados Unidos, y también director adjunto del periódico. Luego, fundé y dirigí la revista mensual tintaLibre, consagrada al periodismo bien escrito. Uno de mis grandes referentes intelectuales y profesionales es Albert Camus, que siempre estuvo del lado de las víctimas, no de los verdugos; otro, en efecto, Juan Goytisolo, del que fui discípulo y amigo personal durante treinta años.
E.M.- ¿Y cómo sucedió que Ud. llegó a conocer a una de las más brillantes – si no la más brillante – figura de las letras españolas e hispánicas del siglo XX – y parte del XXI – como fue Juan Goytisolo?
J.V.– La amistad y el magisterio de Juan Goytisolo es uno de los privilegios de los que he disfrutado en mi vida. Lo conocí en Marrakech en los años 1980, cuando yo vivía y trabajaba en Marruecos como corresponsal de El País. Yo ya había leído varios de sus libros y lo admiraba enormemente como escritor y como ciudadano, así que, en la primera ocasión que tuve, viajé desde Rabat, donde yo vivía, a Marrakech, donde vivía él, y me atendió con gran hospitalidad y cordialidad. Nuestra complicidad intelectual fue instantánea, así que volvimos a vernos allí, en Marrakech, hasta el final de sus días. En varias ocasiones me alojé en su casa en la Medina y en muchísimas más compartimos un buen cuscús o un buen asado marroquí. También nos reunimos con frecuencia en París en los años 1990, cuando yo era corresponsal de El País en Francia. En fin, durante más de tres décadas, tuvimos un contacto muy cercano a uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar, que incluía afecto y complicidad. Los dos compartíamos la indignación por el triste destino del pueblo palestino, el rechazo al racismo con que Occidente trata a los árabes y musulmanes y el desprecio por aquellos que en nuestra España natal practican la injusticia y el liberticidio. Me honró mucho el que me incluyera entre sus invitados personales para la recepción en la Universidad de Alcalá de su Premio Cervantes, en 2015.
E.M.– Ud. lo conocía de cerca, Uds. han sido amigos. ¿Cómo era Juan Goytisolo como persona? ¿Cómo era estar en su compañía? ¿Era un tipo difícil y cerrado o sociable? ¿Cuáles eran algunas características de su personalidad?
J.V.– Es curioso, Goytisolo, que en público solía presentar un aspecto serio y reservado, era muy divertido y extrovertido en privado, con su gente, con aquellos que él consideraba su familia adoptiva. Tenía un gran sentido del humor y en muchísimos ocasiones nos reímos juntos. Y, por supuesto, era un gran conversador. Sabía muchísimo de literatura, tanto la española como la universal, pero también estaba interesadísimo por la política. Estaba al tanto de todas las noticias españolas e internacionales, y sabía encajarlas e interpretarlas en su más profundo contexto histórico y cultural. Pero en sus conversaciones no practicaba el monólogo, escuchaba muy atentamente a su interlocutor y conseguía así que se creara un verdadero intercambio de informaciones e ideas.
E.M.– Sabemos que para Goytisolo Marruecos ha sido el refugio último lejos de una España que él detestaba como nada en este mundo, que siempre lo oprimió, una opción que debió de tener cierto valor simbólico para él: el mundo árabe predilecto, en oposición a los mundos español y occidental, ya desde hacía mucho tiempo inmersos en una profunda decadencia cultural y moral. ¿Es esta una interpretación de su decisión de autoexiliarse en Marruecos correcta o han existido también otros factores que la determinaron?
J.V.– Resulta paradójico y significativo que Marruecos, un país más autoritario que la España y Francia actuales, se convirtiera en refugio no solo de Goytisolo, sino también de autores occidentales tan importantes como Jean Genet o Paul Bowles. Marruecos, en efecto, es oficialmente autocrático, pero su pueblo es liberal, en el viejo y buen sentido de la palabra. Los marroquíes son abiertos, hospitalarios y dados al buen humor, especialmente con los extranjeros. Goytisolo se sentía allí en casa. Allí era querido, respetado y tolerado por sus amigos y vecinos marroquíes, gente humilde y trabajadora. Jamás frecuentó los círculos del poder político o económico de Marruecos; siempre prefirió estar con las clases populares, con las que hablaba perfectamente en “dariya”, el árabe dialectal marroquí. Aprovechó, desde luego, sus vivencias en Marruecos para contrastarlas personal, literaria e intelectualmente con el egoísmo, el consumismo y la frivolidad que se iban haciendo dominantes en Europa. Hechos como que en Marruecos y el mundo árabe no se encierre a los ancianos en asilos o residencias, sino que sigan viviendo en las casas familiares, respetados y protegidos por los suyos, le parecían significativos de la persistencia de un espíritu humanista que estaba desapareciendo en el Norte. Por lo demás, valoraba también la tolerancia –no oficial, sino de facto- que existía en Marruecos con la homosexualidad. En tiempos en los que los gays eran perseguidos con saña en Occidente, Marruecos se convirtió en una especie de refugio donde podían vivir con bastante libertad su propia sexualidad, siempre que lo hicieran con cierta discreción.
E.M.– Acaba de publicarse en griego, Don Julián, una novela que, personalmente, considero como una obra cumbre de la literatura española, hispana y, me atrevo a decir, universal. Me he identificado completamente con su cosmovisión herética en todos los sectores. En ella se disputa casi toda certeza humana, cada uno de los muchos refugios simbólicos que nos hemos inventado para acomodarnos mejor – así creemos al menos – a este universo hostil y precario: nación, patria, religión, familia, lengua materna, literatura, las leyes del “mercado libre”, etc. Es impresionante cómo un escritor que creció y se educó justamente en el seno de la cultura española y, por extensión, europea, un escritor e intelectual que pertenecía a la crema y nata de la inteligencia española y occidental, se largó bruscamente de ellas para convertirse en su enemigo acérrimo hasta el final de su vida. ¿Cómo lo explica Ud.?
J.V.– Tiene Ud. razón. Goytisolo estaba en guerra intelectual contra el nacionalismo, el imperialismo, el capitalismo salvaje y todos los demás dioses modernos de Occidente. Su sensibilidad le llevaba a simpatizar con las víctimas y detestar a los verdugos. Lo resumió en su reivindicación del personaje don Julián, un rebelde contra el mundo en que se había criado. Don Julián, de hecho, no es un traidor porque no se puede traicionar aquello a lo que no se pertenece. Y Goytisolo decidió desde joven que él no pertenecía a la España nacionalista, machista y corrupta del general Franco, ni tampoco al Occidente americanizado que protegía al general Franco. Así que, con toda coherencia, tomó partido por los oprimidos que se sublevan.
E.M.– Benedict Anderson, uno de los autores más conocidos en el campo del fenómeno del nacionalismo, ha definido la nación de la siguiente manera: “es una comunidad política imaginaria . . . Imaginaria porque hasta los miembros de la más pequeña nación nunca van a conocer a la mayoría de sus conciudadanos, ni jamás llegar a encontrarse con ellos, ni oír una sola palabra de ellos, y todavía la imagen de una comunión que [supuestamente] existe entre ellos se mantiene viva en sus mentes” (6).1 Es una definición que, más o menos ratificó también Ernest Gellner, otro de los expertos más conocidos en materia de nacionalismo: “El nacionalismo no es el despertarse de las naciones en la conciencia de sí mismas: el nacionalismo inventa las naciones allí donde ellas no existen” (cit. en Anderson 6). En Don Julián, Goytisolo arremete con insólito furor contra la idea de la nación y, en especial, contra lo que él considera la más funesta nación de todas: España. ¿Cómo explicaría Ud. dicha rabia de Goytisolo contra su propia nación de antaño y en contra de la idea de la nación en general?
J.V.– Es que la España de Franco, que en gran medida sigue siendo la actual, es una pura invención. No existe esa supuestamente milenaria nación española que es católica y habla castellano al cien por cien, que adora inquebrantablemente la monarquía y la bandera rojigualda, que prefiere el orden a la libertad y la tradición al progreso, que no encuentra mayor placer que ir a los toros o emborracharse en la taberna. España es muchísimo más plural que ese país triste y uniformado de gris del mito nacional-católico. España también fue judía y musulmana, pero la España católica y castellanohablante expulsó brutalmente a los judíos y a los moriscos. Más tarde, esa España negra contra la que se alza don Julián persiguió y expulsó a luteranos, erasmistas, protestantes, liberales, masones, republicanos, marxistas, anarquistas o cualquiera que pusiera en cuestión el dogma inventado, por no hablar de la permanente presión para que territorios como Galicia, Euskadi y Cataluña perdieran sus lenguas y culturas propias. Yo coincido con Goytisolo en que lo auténticamente español sería reconocer nuestra maravillosa pluralidad.
E.M.– Los más importantes teóricos que han tocado el tema del nacionalismo coinciden en la observación de que la nación corresponde más bien a una realidad sentida que a una realidad real y tangible, sin que eso quiera decir que sus efectos desastrosos sean mero producto de nuestra fantasía. Todo al contrario. Cornelius Castoriadis ha escrito que “[La nación] cumple la función de identificación por medio de una triple referencia imaginaria a una ‘historia común’; triple porque, en primer lugar, esta historia está anclada en el pasado; luego, porque en realidad no es realmente común y, finalmente, porque lo que se sabe de ella y lo que sirve de base para esta identificación colectivizadora en la conciencia de la gente es, en gran medida, mítico” (148). Walker Connor, por su parte, ha definido la nación de la siguiente manera: “Nuestra respuesta, pues, a la tan frecuentemente planteada pregunta ‘¿Qué es una nación?’ es que ella es un grupo de personas que sienten que se relacionan entre sí con unos lazos ancestrales” (202). Aparentemente, han existido – y existen todavía probablemente – unas muy pocas personas que no son “capaces” de compartir tales sentimientos gregarios humanos, y Goytisolo ciertamente ha sido una de ellas. ¿Cómo es que existen tales excepciones, y por qué habrá sucedido así con Goytisolo y no con todos los demás seres humanos?
J.V.– No puedo hablar por Sidi Juan, pero lo haré por mí mismo y no creo que él se enfade. Me temo que se es excesivamente optimista sobre la naturaleza humana. Mucha gente, probablemente la mayoría, es gregaria, le teme a la libertad, prefiere sentirse parte de un rebaño guiado por un pastor fuerte e intransigente. El ejercicio de la libertad cuesta mucho trabajo, es más cómodo que el supremo líder nacional, al que George Orwell llamó el Gran Hermano, te diga lo que tienes que hacer y pensar. Por eso, en tiempos de crisis, cuando hay más miedo e inseguridad, resurgen los fascismos. Ocurrió en los años 1930 y ocurre ahora.
E.M.– Pero, ¿qué más es la nación que una religión, solo que esta es una religión laica? El antropólogo serbio Ivan Čolović ha localizado esta conexión íntima – si no coincidencia absoluta – cuando escribió: “En mi libro The Balkans – Terror of Culture yo he utilizado, de una manera más extensa y sistemática, el concepto del nacionalismo como religión, como un armazón teórico que permite que varias formas de imaginería nacionalista (símbolos, mitos, rituales) se consideren como mutuamente relacionadas, como fenómenos de la misma naturaleza, como ingredientes de una religión política” (9). ¿Será por esta razón que Goytisolo en su Don Julián arremete no solo contra la nación y la patria, sino también, y tal vez con aún mayor furor, contra la religión, especialmente la católica?
J.V.– Absolutamente de acuerdo: el nacionalismo es la versión contemporánea de las religiones. Lo singular del caso español es que, a diferencia de otros nacionalismos europeos, se funde con el catolicismo. De hecho, el régimen de Franco era nacional-católico, una combinación del fascismo de Hitler y Mussolini con el catolicismo ultra de la España de Felipe II. De niño, yo saludaba en el patio de la escuela la bandera rojigualda con el brazo alzado –el saludo romano de los fascismos italiano y alemán- y luego entraba al aula para rezar el rosario. Los nazis no eran muy religiosos, en todo caso exaltaban el viejo paganismo germano, pero el franquismo era absolutamente integrista en su imposición por la fuerza del catolicismo más rancio.
E.M.– Pero, en última esencia, todo discurso simbólico y mítico se remite necesariamente a la palabra y al lenguaje. Este, según Goytisolo, es el otro gran enemigo al que uno tiene que vencer si quiere vivir absolutamente libre de cualquier adhesión psicológica a cosas ficticias y falsas como son los mitos, los símbolos, todas las imágenes mentales. Ranko Bugarski, el célebre lingüista serbio, escribe al respecto: “Es una obviedad decir a estas alturas que los conflictos armados en Yugoslavia comenzaron como una guerra de palabras. El lenguaje ha sido explotado descaradamente como un arma de propaganda feroz contra las naciones mutuamente percibidas como una amenaza para la propia identidad nacional o cultural, e incluso para la supervivencia”. (227). Uno se inclina a creer que, tarde un temprano, llega un punto en el que cada dogma humano – nacionalista, religioso, político o lo que sea – va a colapsar necesariamente por no ser nada más que un maremágnum de palabras grandilocuentes; o sea, nada. ¿Le parece a Ud. este razonamiento correcto y cree Ud. que es justamente a base de ello que Goytisolo muestra en Don Julián una postura tan agresiva en contra de las palabras, la lengua y la literatura española?
J.V.– Los dogmas nacionalistas o fundamentalistas son, ciertamente, un conjunto de palabras vacías y grandilocuentes, pero de fácil absorción por muchísima gente que no tiene demasiado tiempo para leer, para informarse bien, para debatir serenamente con otros, para forjarse su propia opinión. En nuestro tiempo, esa palabrería se transmite principalmente a través de las cadenas de televisión y las redes sociales, con sus mensajes cortos, rotundos y pegadizos. Goytisolo, que conocía de maravilla la lengua y literatura española, reivindicó siempre a Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, como el territorio de la duda. Pero no tuvo un gran éxito popular, por supuesto. Dudar es más trabajoso que tener fe.
E.M.– Otra vertiente importante de la novela es, a nivel político, la aversión total de Goytisolo contra la llamada sociedad del espectáculo, el consumismo como modo de vida en boga de las sociedades occidentales de la época en que se escribía la novela, los “valores” de la “sociedad de afluencia” capitalista que emergía hasta en los países de la “periferia” como España a partir de las décadas de los cincuenta y sesenta. Casi obsesivamente, Goytisolo ridiculiza una y otra vez la conversión de toda la vida humana en un espectáculo – en el caso español principalmente turístico – la preponderancia del dinero, la interpretación de la vida en términos de inversión y ganancia, la dominación del interés individualista en todas sus manifestaciones, con todos los efectos concomitantes de tal mentalidad desastrosa: las desigualdades extremas en la distribución del ingreso, el aumento vertical de la pobreza a escala local y universal, especialmente en el llamado Tercer Mundo, la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana. Goytisolo era amigo de Guy Debord y los demás situacionistas durante su estancia en París. ¿Cómo comentaría Ud. tales elementos existentes en Don Julián en relación con ese sustrato parisiense y situacionista de la vida de Goytisolo?
J.V.– París influyó decisivamente en la vida y obra de Goytisolo. Al fin y al cabo, es la capital de la Revolución Francesa, de la Comuna, de Mayo del 68 y, sí, del situacionismo. Cuando yo viví allí, a comienzos de los años 1990, en tiempos de Mitterrand, París todavía intentaba escapar a la uniformización cultural del planeta, intentaba resistirse a la americanización del mundo a través del espectáculo, el consumismo y la trivialidad. Me da la impresión de que hasta París se ha rendido ahora a la tontería del narcisismo exhibicionista de fenómenos como publicar fotos y videos en Instagram. En sus últimos años de vida, Goytisolo y yo hablamos con frecuencia, y con tristeza, de cómo Francia estaba dejando de tener voz propia, de ser un referente político, cultural e intelectual.
E.M.– Según mi lectura personal, se pueden localizar en Don Julián muchos elementos prestados de la filosofía sufí, la cual Goytisolo estudió a fondo mientras estuvo en Marruecos. En algún punto en Don Julián él escribe: “… hacer almoneda de todo : historia, creencias, lenguaje : infancia, paisajes, familia : rehusar la identidad, comenzar a cero : Sísifo y juntamente, Fénix que renace de sus propias cenizas…”. Parece estar aludiendo al término sufí de la ‘fanā’ – la negación completa de cualquier lengua, religión, nación, familia, dogma, o ideología con miras a la aniquilación total de nuestra individualidad, la identidad que nos determina y encarcela a la vez; el propio “yo”. ¿Cree Ud. que puede detectar tales elementos sufíes en la novela, y qué papel habría desempeñado en este caso su estancia en Marruecos y su contacto íntimo con la cultura marroquí y árabe en general?
J.V.– Sidi Juan no renunció nunca a su individualidad, pero siempre la vivió como formando parte de lo que podemos llamar humanidad. No digo tribu, nación o comunidad religiosa, sino humanidad, algo que, más allá de las artificiales fronteras, algo que nos hace profundamente iguales a todos en nuestros deseos de libertad, dignidad y bienestar material. Sentía esa idea de humanidad en la plaza Jmaa el Fna, en el movimiento, como de derviches giratorios, de la multitud en movimiento que abarrotaba la plaza Jmaa el Fna.
E.M.– Otro eje de la identidad para la mayoría de las personas es la ideología política. Goytisolo se inclinó desde un principio hacia las ideas izquierdistas, pero desistió enfáticamente de todo dogmatismo y esclerosis en este sector también. Estoy seguro de que ya desde los años sesenta, después de su desilusión con el caso de Cuba, Goytisolo incluía las ideologías políticas en esta misma identidad de la que quería librarse del todo. Sabemos, por supuesto, cuánto odiaba y cuánto sufrió del régimen fascista de Franco pero, igualmente, no hay duda alguna de que él se desilusionó gradualmente de la izquierda también ¿Será correcto este silogismo sobre su postura hacia la esfera de lo político?
J.V.– Yo creo que hasta el final fue progresista si por eso entendemos, como lo entiendo yo, el deseo de un mundo basado en la trinidad revolucionaria francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Se desilusionó del comunismo en un viaje a la Unión Soviética, por la grisura y mediocridad de la existencia allí, y también en otro viaje a la Cuba castrista, por la represión brutal de la homosexualidad. Pero eso no le convirtió en derechista. Tampoco en un cínico. Hasta el final de sus días se indignó por las injusticias e intentó combatirlas con la pluma y la palabra. Creo que fue el último gran intelectual español en el sentido que le dieron a esa palabra Voltaire, Zola y Camus: un escritor que no vive en una torre de marfil, que participa en las luchas progresistas de su tiempo.
E.M.– Y llegamos a lo que parece ser una de las mayores fuerzas potencialmente liberadoras del ser humano, según Goytisolo: el sexo. Sabemos algunas cosas sobre sus predilecciones sexuales – era homosexual y, tal vez, bisexual. En todo caso, una de las razones que lo condujeron a Marruecos, lejos de la España fascista, ultraconservadora e insoportablemente religiosa debió de ser justamente esta represión sexual que sintió durante los años que pasó en la España franquista. ¿Cómo comentaría Ud. el papel del sexo en la vida de Goytisolo en general y, más concretamente, su plasmación en su obra literaria y en Don Julián?
J.V.– Ja, ja, ja. Claro que hablaba sobre sexo. No ocultaba su homosexualidad o, quizá, tiene usted razón, su bisexualidad. En la última entrevista que le hice, en Marrakech, para la revista literaria Mercurio, cuando le concedieron el premio Cervantes, me dijo al final, cuando yo ya había apagado la grabadora: “Mira, Javier. No lo publiques ahora, pero puedes hacerlo cuando me muera: yo nunca me he acostado con un cristiano. Todos los hombres con los que me he acostado eran musulmanes y todas las mujeres, judías”. Nos reímos como locos.
E.M.– Ciertamente existen muchas otras cosas que se podrían decir acerca de una figura tan relevante como Goytisolo. Hasta este momento yo he seguido los ejes principales alrededor de los cuales se desarrolla su magnum opus Don Julián, esperando que así se pudieran revelar también los aspectos más importantes de su propia vida y personalidad. Pero, claro, Ud. sabrá mejor si este itinerario que yo he seguido en nuestra conversación es propicio o si todavía nos faltan otros elementos importantes que delinearon la vida, la obra y la cosmovisión de Juan Goytisolo…
J.V.– Yo solo añadiría que Goytisolo pensaba que los dos libros más importantes de la historia de la humanidad eran Don Quijote y Las mil y una noches. Quizá ahí esté todo.
¡Ha sido un enorme placer hablar con Ud. sobre nuestro querido Juan Goytisolo!
¡Muchísimas gracias por su tiempo y las tan interesantes respuestas!
Esta entrevista en Transmodernity, de la Universidad Merced de California
Bibliografía
– Anderson, Benedict. Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso, 2006.
– Gellner, Ernest. Thought and Change (Weidenfeld and Nicolson, 1964), pp. 169, citado en Anderson, Imagined Communities, pp. 6.
– Castoriadis, Cornelius. The Imaginary Institution of Society, Polity Press, 2005.
– Connor, Walker. Ethnonationalism. The Quest for Understanding, Princeton University Press, 1994.
– Čolović, Ivan. The Balkans: The Terror of Culture. Essays in Political Anthropology, Nomos, 2011.
– Bugarski, Ranko. “Language, identity and borders in the former Serbo-Croatian area.” Journal of Multilingual and Multicultural Development, Vol. 33, No. 3, 2012, pp. 219-35.