¿Una diferencia entre una república imperfecta y una monarquía bananera?
Francia: Nicolas Sarkozy, exjefe de Estado, es detenido y trasladado a una comisaría para ser interrogado por sus presuntos intentos de obstruir la acción de la Justicia. Ya estaba siendo investigado por varios casos de corrupción y financiación ilegal (el affaire Bettencour entre ellos) en cuyo destape ha sido clave Mediapart, socio de infoLibre.
España: el Gobierno impone la aprobación a toda velocidad, cual si fuera el problema nacional más urgente, del estatuto de aforado para Juan Carlos de Borbón, exjefe de Estado. Entre las acciones judiciales que podría tener que afrontar figuran, al parecer, asuntos de paternidad. Su sucesor, Felipe VI, hereda la condición de inviolable judicialmente.
¿Otra diferencia?
Sarkozy fue elegido por una mayoría de los votantes franceses en 2007; cinco años después, una nueva mayoría le negó en las urnas un segundo mandato.
Juan Carlos fue designado como su sucesor en la jefatura del Estado por el general Franco. En su supuesta ratificación a través del voto de la Constitución de 1978 no participaron más del 70% de los españoles que viven hoy en día. Unos porque no habían nacido; otros porque no tenían edad para expresarse en las urnas; bastantes porque, aun pudiendo hacerlo, se abstuvieron o votaron negativamente. Felipe VI heredó su trono tan solo por ser su primer hijo varón.
Hay repúblicas presidencialistas en las que el jefe del Estado es elegido directamente por los ciudadanos (Francia y Estados Unidos). En otras (Alemania e Italia), el jefe de Estado es elegido por el Parlamento y no detenta el principal poder ejecutivo, que recae en el jefe de Gobierno. Pero en uno y otro caso, su cargo no es vitalicio y su legitimidad procede de la soberanía popular expresada periódicamente en las urnas.
Se han escuchado muchas sandeces en los debates suscitados por la abdicación de Juan Carlos y la entronización de Felipe VI. Un recurso usado ad nauseam por los propagandistas del inmovilismo ha sido formular esta pregunta: ¿prefiere usted la república norcoreana a la monarquía sueca? La demagogia es de sal gruesa: Corea del Norte tiene de república lo que servidor de estrella de la NBA: nada. Es una tiranía que, de ser comparable con algo, lo sería con un reino: la jefatura del Estado la van heredando los hijos de la familia Kim. Como en Siria.
Pretender descalificar la república porque haya tiranías que lleven ese nombre es tan estúpido como pretender descalificar la democracia porque la Alemania del Este de la época de la Guerra Fría se llamara “democrática” (RDA). O porque Franco usara lo de “democracia orgánica”. Seamos serios: los Estados no son cómo se llaman sino cómo son. Ni Corea del Norte ni Siria son repúblicas, ni la RDA ni el régimen de Franco eran democracias.
Cuando hablamos de república todos sabemos a lo que nos referimos, incluidos los que emplean trucos de trilero como el de la monarquía sueca o la república norcoreana. La idea contemporánea de república hereda lo mejor del ideal democrático grecorromano, nace en el Siglo de las Luces y tiene su primera concreción en Estados Unidos y Francia. Aspira a que los individuos sean considerados ciudadanos con derechos inalienables y a que sus relaciones se basen en los principios de libertad e igualdad. Los gobernantes deben ser elegidos por mandatos temporales y deben ejercer poderes limitados y controlados.
No hay república perfecta: nada humano lo es. No lo son ni tan siquiera las fundacionales: la estadounidense y la francesa. La república es una dirección, no una parada donde quedarse para siempre. Y su constitución no es un Corán intocable.
Una república merece ese nombre porque acepta que es perfectible. La estadounidense se corrigió a sí misma al abolir la esclavitud; la francesa, que ya tiene cinco ediciones, sigue corrigiéndose a sí misma al detener a Sarkozy.
Puede haber países bastante democráticos con un monarca al frente, por supuesto. El problema de la España actual, señores trileros, es que no es Suecia. No sólo en lo obvio, lo socioeconómico, también en lo político e institucional. Por decirlo como los redactores de la Declaración de Independencia estadounidense, hay un par de verdades que se han hecho evidentes. Una, que la democracia surgida de la Transición, ya de por sí muy mejorable, se ha ido convirtiendo en un régimen injusto, corrupto y semiautoritario. Otra, que la monarquía, que puede que en algún momento solucionara algunos líos, se ha ido convirtiendo en un quebradero de cabeza en sí misma.
A Felipe VI y al sistema cuya cabecera formal ha heredado le ha hecho un flaco servicio la actitud de sus partidarios en las últimas semanas. Su propaganda ha sido tan unánime que ha recordado a Corea del Norte. Su tono ha sido tan cortesano que ha terminado por empalagar. Su represión de la disidencia tan obscena que ha escandalizado.
El relevo en la Corona no está consiguiendo lo que pretendía. Cada día se ven más banderas republicanas en las calles de España. Cuaja la idea de que, dado que el sistema actual se niega a reformarse a fondo, va a ser necesario cambiarlo.
Ahí es donde los trileros sacan su último truco: ¿prefiere usted una monarquía con Felipe VI o una república con Aznar de presidente?
Bueno, para empezar, ¿quién dice que una III República Española le concedería poderes ilimitados a su presidente? (Podría ser presidencialista o parlamentaria y, en cualquier caso, tendría que garantizar el equilibrio de poderes mucho más que el sistema actual.Precisamente, lo bueno que tendría una nueva fórmula republicana es que podría intentar solucionar con su nacimiento alguno de los líos que tenemos, incluido el territorial).
Y, luego, servidor lo tiene claro: Aznar sólo sería presidente de la república si fuera elegido. Y lo sería por un tiempo limitado: la ciudadanía podría terminar echándolo a patadas expresadas libre y pacíficamente en las urnas.
Como los franceses han hecho con Sarkozy, al que primero sacaron del Elíseo y ahora hasta han detenido.