Cuando a la verdad del periodismo y la verdad de las novelas se le añade el talento de un gran cineasta puede surgir una obra tan auténtica como Apocalypse Now. La historia de esta película de Francis Ford Coppola bebe en dos fuentes narrativas previas: El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad, y Despachos de guerra, la recopilación de las crónicas vietnamitas de Michael Herr. La primera aporta el hilo conductor del viaje de pesadilla a través de un río en busca del perturbado Kurtz; la segunda, las espeluznantes escenas que dan cuenta de la demencia que se adueñó de Estados Unidos y sus soldados en la guerra de Vietnam.
Michael Herr ha muerto a comienzos de este verano, a los 76 años de edad. Hacía mucho que no seguía la actualidad, así que, de todas formas, se habría evitado el espectáculo de los asesinatos en masa de estos tórridos meses en Francia, Alemania, Irak, Turquía, Japón, Estados Unidos y otros lugares. Él ya tuvo en Indochina su ración de derrame absurdo de sangre y jamás se repuso. “Vietnam fue lo que tuvimos en vez de una infancia feliz”, solía decir. Cuentan que vivía consagrado a intentar cicatrizar sus heridas internas.
Con aquellas crónicas bélicas para la revista Esquire de entre 1967 y 1969, Herr se convirtió en uno de los ejemplos canónicos de lo que dio en llamarse nuevo periodismo estadounidense, un periodismo que intentaba estar tan bien escrito como, al menos, una novela aceptable. Otros ejemplos fueron lo que nos ofrecieron Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe, Gay Talese, Hunter S. Thompson y Robert Sabbag.
Herr colaboró con Coppola en el guión de Apocalypse Now. (También fue el autor del guión de otra gran película sobre Vietnam: La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick). Su aportación le dio al filme la verdad periodística del asalto de los helicópteros norteamericanos a la aldea vietnamita a los sones de la Cabalgata de la Valkirias, o del estado de total estupefacción química con el que combatían los bravos soldados que allí defendían a Occidente de los terribles peligros del comunismo, la invasión de los marcianos, la irrupción de Godzilla o lo que fuera que encarnaran aquellos hombrecillos de ojos rasgados del Vietcong.
Coppola había querido que el eje de su trama estuviera basado en otra verdad: la de las novelas. En concreto, la de El corazón de las tinieblas. Obra de ficción, El corazón de las tinieblas constituye, no obstante, el mejor testimonio sobre la colonización del Congo por los belgas del rey Leopoldo II. El horror que destila esta corta novela está basado en la propia experiencia de Conrad, que, nueve años antes de escribirla, trabajó de marinero en una expedición por el río Congo y fue testigo de la brutalidad con que los colonizadores trataban a las poblaciones indígenas. El tráfico de marfil, el desvarío de Kurtz y hasta las cabezas empaladas son tan genuinos como el napalm de Vietnam.
La verdad del periodismo se fundamenta en su condición de estar basado en hechos ciertos y verificables. La de las novelas, en su capacidad de poder contar cosas reales que el periodismo no podría hacer sin que el autor, el director y el editor dieran con sus huesos en la cárcel. No son contradictorias: el buen lector sabe que dónde termina una y comienza la otra.
Si está bien escrito, como lo están las crónicas de Herr, el periodismo es literatura de no ficción, un pariente noble del relato, el cuento o la novela. El reportaje le transmite al lector una historia real que puede interesarle, una historia de cuyos hechos, protagonistas y ambientes el periodista es notario.
Si está bien documentada, como lo está El corazón de las tinieblas, la novela es un reportaje presentado con la coartada de la ficción. Le advierto de que todo lo aquí va a leer es fruto de la imaginación del autor, pero, como usted no tiene un pelo de tonto, no va a tardar en descubrir que todo es mil veces más auténtico que lo que dicen el rey Leopoldo II y los periodicuchos que transmiten su propaganda. La novela —así la utilizó Conrad para contar el infierno congolés— puede ser utilizada como un modo de acceder a la verdad sin abrasarse.
La calidad de un reportaje o una novela no están tanto en la historia en sí como en el modo en que el autor hace que el lector la recorra. El periodismo y la novela comparten la obligación de atrapar al lector desde la primera hasta la última palabra. No hay novelista o aprendiz de novelista que lo haya olvidado, pero sí, lamentablemente, la mayoría de los periodistas. Sería bueno que leyeran a Herr y mandaran a la mierda al redactor jefe.