“Malko miró el horizonte desértico que se extendía ante ellos: de allí, cual jinetes del Apocalipsis, podían surgir las hordas islamistas en cualquier momento. Su misión naufragaba”.
Gérard de Villiers escribe estas líneas en la última entrega de S.A.S., su longeva serie de novelas de espionaje protagonizada por Malko Linge, un trotamundos austríaco al servicio de la CIA. Publicada en octubre de 2012, esa última entrega se titula Panique à Bamako, y lleva este subtítulo: Qui stoppera les Islamistes en route pour Bamako?
Ahora sabemos que François Hollande es la respuesta a tal pregunta. Los soldados franceses enviados a Malí por Hollande han detenido a los envalentonados yihadistas en ruta hacia Bamako y los han desalojado de Tombuctú y Gao, enviándolos de nuevo a las arenas del Sáhara. Desde ahí seguirán dando guerra, sin duda.
Soy lector de Gérard de Villiers desde mis tiempos de Beirut, a mediados de los años 1980, pero nunca lo he confesado por escrito. Si lo hago ahora es porque The New York Times, en un largo artículo de su suplemento semanal, The Spy Novelist Who Knows Too Much, ha desvelado la principal razón por la que unos cuantos periodistas, diplomáticos y espías del planeta leemos en secreto a De Villiers desde hace décadas. Sus novelas, señala Robert F. Worth, el autor del artículo, siempre están basadas en el conflicto internacional más candente del momento, y contienen una cantidad extraordinaria de información tanto sobre los actores e intereses en juego como sobre los usos y costumbres de la zona donde se desarrollan.
De Villiers, un parisiense de 83 años, tiene muchísimos otros lectores (se calcula que las novelas de la serie S.A.S. han vendido unos 100 millones de ejemplares en todo el mundo). Supongo que la mayoría son varones porque este pulp-fiction francés está asimismo repleto de sexo y violencia hasta niveles pornográficos. No seré yo quien discuta que De Villiers es machista y colonialista, clasista y derechista, de todo punto “políticamente incorrecto”. También es cierto que la calidad de sus textos no le llega a la suela de los zapatos a John Le Carré y que en glamour están muy por debajo de Ian Fleming. Y sin embargo…
Desde marzo de 1965, fecha de la aparición de S.A.S. en Estambul, De Villiers ha escrito cada año cuatro o cinco entregas de la seria protagonizada por Malko Linge, y ahora está ultimando la número 197. Su punto fuerte es el trabajo de campo. Recoge información sobre el terreno como un reportero de la vieja escuela, y le añade una buena dosis de información confidencial que obtiene de sus muchos amigos espías, gente de la CIA, la DGSE, el Mosad y otros servicios.
De Villiers es muy bueno para sintetizar enrevesadas situaciones políticas y bélicas, de modo que no es inútil que el reportero enviado a Pekín, Caracas, Moscú, Jerusalén, Johannesburgo o Beirut se lleve el libro correspondiente de la serie S.A.S. junto con la documentación ortodoxa.
Por ejemplo, Panique à Bamako retrata muy bien la atmósfera de una capital de Malí donde no manda nadie y sobre la que en cualquier momento pueden caer los yihadistas cual plaga de langostas.
Aparece el capitán Sanogo, el jefecillo de la junta militar que, en marzo de 2012, depuso al presidente Amadu Tumani Turé. Samogo, según acaba de informar el diario Le Pays, de Uagadugú, sigue acantonado cerca de Bamako y no ha renunciado a su pretensión de gobernar Malí. “A su pesar, el jefe de la ex Junta ve desfilar por el suelo de Mali a soldados extranjeros”, escribe Le Pays. “En el colmo de la ironía, han venido a socorrer al pueblo maliano en el papel que hubiera debido corresponder a un Ejército nacional minusválido, dividido y desbordado”.
También salen en Panique à Bamako los tuareg del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA). Fueron ellos los que, a comienzos de 2012, desencadenaron esta crisis al arrebatarle al Ejército de Malí buena parte del norte desértico del saheliano. Sueñan con crear allí un Estado tuareg independiente llamado Azawad.
Y, por supuesto, están los yihadistas. Una constelación de ellos acompañaba a los victoriosos guerreros del MNLA en la ofensiva de comienzos de 2012. Integrados por tuareg, árabes y negros, fueron los locos de Dios los que terminaron haciéndose con el control de Tombuctú, Gao y Kidal, e imponiendo en esas ciudades del desierto la barbarie salafista de la destrucción de monumentos, la quema de manuscritos y los azotes y ejecuciones de hombres y mujeres poco fervientes en la fe islámica.
Malí es hoy un país tutelado por Francia, escribe Jeune Afrique, y cabe imaginar que va a tener que ser así durante un tiempo. Pero esa es otra historia.
Worth, el autor del perfil del New York Times, estuvo con De Villiers en París. Lo visitó en su casa de la Avenue Foch, repleta de artefactos eróticos y armas de guerra, y luego se fueron a comer ostras y beber Muscadet a un restaurante. De Villiers no le negó que sus novelas les sirven a sus amigos de las agencias de espionaje como buzones para depositar ciertas informaciones y mensajes. Interesante, ¿no?
Este texto en el blog Crónica Negra