Era previsible pero no por ello verlo materializado deja de ser menos impresionante. Un tsunami azul se ha adueñado del mapa de España: la derecha conservadora añade el poder municipal y autonómico absoluto a su amplia hegemonía económica, judicial, institucional y mediática. Solo le falta la guinda de La Moncloa para conformar eso que Nacho Escolar califica acertadamente hoy en Público de “una España monopartidista”.
No es que el PP haya subido espectacularmente: su ganancia en votos es de medio millón. Es que el PSOE se ha hundido espectacularmente: pierde un millón y medio de votos. Cabe imaginar que se trata de progresistas que se han abstenido o han votado IU, UPyD, en blanco o nulo. La crisis económica y la gestión de la misma por parte de Zapatero –desde la tardanza en reconocerla hasta los duros recortes sociales del último año- explican su actitud. En los días anteriores también vimos cómo los socialistas han perdido la confianza de esa juventud (15 M) que ha llenado las plazas de España para pedir que se gobierne para los ciudadanos y no para los banqueros y los poderosos.
Así que le llamen como quieran: renovación, regeneración, renacimiento, refundación… Y que lo hagan como quieran: primarias, congreso extraordinario, estados generales… Pero, por su propia salud y por la de la España progresista, parece imprescindible que los socialistas piensen en nuevas políticas para la segunda década del siglo XXI, en una nueva oferta que proponer a los trabajadores asalariados y autónomos, los pequeños y medianos empresarios y las clases medias.
Dicho lo cual, ¿qué fue del «efecto Rubalcaba»? ¿En qué quedó la «remontada»? Sobre las fantasías desencadenadas en algunos círculos tras el último cambio de Gobierno de Zapatero escribí en EL PAÍS del 25 de octubre un artículo titulado: «El cuento de la lechera no es un programa». Los socialistas, dije entonces, necesitan un nuevo programa que los haga claramente reconocibles como fuerza de izquierda en los asuntos hoy cruciales: los del comer. No es una cuestión de rostros o nombres, es una cuestión de ideas y de propuestas, especialmente en el terreno de la economía.
Los socialistas perdieron su alma al renunciar a políticas económicas socialdemócratas y ahora han perdido también las elecciones. No deben engañarse de nuevo. De esta no salen con politiquería, sino con política de altura. Si no lo hacen, el tsunami azul, el monopartidismo conservador, está aquí para perdurar.
Pero el PSOE tiene un problema añadido: ¿cómo puede abordar en los próximos meses una renovación que solo puede ser creíble si se desmarca de las políticas económicas aplicadas en el último año a la par que sigue gobernando con esas políticas?
Zapatero insistió anoche en su voluntad de agotar la legislatura. Ahora bien, añadió que pensaba seguir aplicando las «reformas», esto es, el programa que le exigen los mercados y organismos financieros internacionales. En estas circunstancias, ¿cómo puede el PSOE alumbrar en los próximos meses una oferta verdaderamente distinta en ideas y en políticas para 2012? Sería una situación extraña: un PSOE viejo y resignado en el Gobierno y otro nuevo y crítico en gestación.
Viene entonces esta pregunta: ¿debe esperar la renovación del PSOE a la repetición en 2012 de un castañazo como el de ayer? Y si espera, ¿no será ese castañazo inconmensurable? Por ejemplo, ¿qué atractivo tendría que en 2012 al zapaterismo ayer apaleado en las urnas le reemplazara como oferta electoral el regreso del felipismo?