Soy, sin duda, un antiguo. En la educación que me dieron mis padres, la compostura, el pudor, la discreción, la serenidad, la contención, la modestia, la mesura, ese tipo de cosas, eran virtudes. Y veo que no lo son para algunos de nuestros dirigentes políticos. Por ejemplo, hoy mismo me ha desagradado ver en TVE la llegada al Tribunal Superior de Justicia de Valencia de Francisco Camps, imputado por un presunto delito de cohecho. Iba el hombre haciendo un auténtico paseíllo de torero: muy contento y jacarandoso, flanqueado por la todo sonrisas Rita Barberá y el resto de la cuadrilla, jaleado desde el tendido por un grupo de devotos manifestantes que agitaban la Senyera valenciana, convertida así no sólo en un símbolo partidista sino también personalista, caudillista.Triste. Penoso. Grotesco.
Y ayer mismo, al contemplar la declaración de Federico Trillo tras la condena de los militares que dirigieron la chapucera identificación de las víctimas del Yak 42, lo primero que me vino a la mente fue el calificativo que hubiera empleado mi abuela Salomé de estar en vida: !Qué sinvergüenza!
Lo más curioso es que mi abuela se hubiera sorprendido al saber que esos dos señores, Camps y Trillo, son de derechas. A ella no le podía entrar en la cabeza que un político de derechas fuera otra cosa que todo un caballero y un fiel y honesto servidor del Estado.