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Gaza, el mayor campo de concentración del planeta / Israel / Palestina / Gaza


Con su habitual maestría en el arte de la autojustificación, los israelíes afirman que su actual ataque contra Gaza, en el que ya han muerto decenas y decenas de civiles, incluidos niños y niñas, no es sino una represalia por el hecho de que Hamás estaba lanzando en los últimos tiempos cohetes contra su territorio. Hay una primera evidencia: la desproporción. En el tipo de armamento utilizado –los cohetes de fabricación más o menos casera de Hamás frente a los últimos prodigios tecnológicos usados por Israel en materia de aviones y helicópteros de combate, misiles de alta tecnología y, allá al fondo, carros de combate Merkava-. También en el número de muertos, esa idea de que «la vida de un israelí vale la de cien palestinos» que denuncia hoy John Berger en una carta al director de «El País».


Pero esta desproporción, a la que se apegan las pocas cancillerías occidentales que osan criticar -con la boca pequeña, faltaría más- la acción israelí, no es, en realidad, lo más importante. Es, de hecho, la hábil cortina de humo lanzada por Israel para controlar el debate, el «marco» que diría George Lakoff. Y así todos nos encontramos hoy discutiendo  en los términos preestablecidos por Israel: ¿tiene ese Estado derecho a defenderse de las agresiones «terroristas» procedentes de la franja de Gaza? Formulada así la pregunta, la respuesta sólo puede ser afirmativa, aunque se lamente la «desproporción».


Sólo algunos parecemos recordar cómo hemos llegado a esto. Intentaré sintetizarlo.


1.- El Estado de Israel se fundó en 1948 en buena parte del entonces Mandato Británico en Palestina, un territorio en el que vivían cientos de miles de árabes, los que hoy conocemos como palestinos. Esa fundación causó que muchas familias árabes perdieran sus hogares y sus tierras, son los llamados refugiados palestinos.


2.- En 1967, al término de una brillante campaña militar, Israel se adueñó de lo que aún le faltaba de Palestina: los territorios de Cisjordania y Gaza y la parte oriental, la histórica, de Jerusalén. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución instándole a abandonar esos territorios ocupados. Más de cuarenta años después, tal resolución sigue siendo papel mojado.


3.- Israel ha instalado a millares de colonos suyos en Jerusalén Oriental y Cisjordania. Ningún proceso de paz ha detenido esa colonización de unos territorios ocupados militarmente.


4.- Para proteger a esos colonos, Israel ha levantado en Tierra Santa un nuevo Muro de la Vergüenza. El Occidente democrático, que con justicia denunció el de Berlín, no ha sancionado a Israel por este hecho.


5.- En efecto, Gaza fue abandonada militarmente por Israel hace unos tres años. Desde entonces, esa minúscula franja se ha convertido en el mayor campo de concentración –también puede usarse la palabra «gueto»- del mundo. En chabolas y sobre estercoleros, viven un millón y medio de palestinos. Israel les impide entrar o salir del territorio, les raciona el agua, la electricidad, los alimentos y las medicinas… Y los bombardea cuando es menester. En un libro publicado por las Ediciones de La Catarata la pasada primavera (Gaza, una cárcel sin techo), el periodista Agustín Remesal describió esta espantosa situación de un pueblo prisionero en una tierra cercada.

6.- Gaza está gobernada por Hamás, un movimiento islamista que, en efecto, es capaz de utilizar métodos terroristas. Sobre Hamás cabe decir dos cosas: la primera, que su nacimiento fue alentado por el propio Israel en los años ochenta, como alternativa a la laica e izquierdista OLP de Arafat; la segunda, que ganó las elecciones libres celebradas en Gaza.

7.- Desde hace meses, numerosas organizaciones humanitarias intentan llamar la atención sobre la desesperada situación de los habitantes de Gaza. Sin el menor éxito, por supuesto. El mundo da por hechos los sufrimientos de los palestinos; no les tolera, en cambio, que los exterioricen contra Israel. Ni a pedradas ni con cohetes.


8.- Si eres gentil, decir lo anterior te convierte en un furibundo antisemita, un émulo de Hitler y un neonazi militante, según la ideología dominante en Israel. Aunque tu pedigrí antifascista sea impecable, aunque tus ancestros también hayan sido víctimas de Hitler y/o sus aliados, aunque la mera mención del Holocausto te provoque un terrible dolor, aunque admires al pueblo y la cultura judíos y aunque defiendas a capa y espada el derecho a la existencia en paz y seguridad de Israel en las fronteras anteriores a 1967. Y si eres judío, como los escritores David Grossman y Amos Oz, decir lo anterior te convierte en alguien que odia a su propio pueblo, en un nazi con kipá.


En estas circunstancias, estoy completamente seguro de que yo no veré jamás ni la paz en Oriente Próximo ni el final del terrorismo yihadista. Tampoco los actuales habitantes de Israel, pero a la mayoría de ellos eso parece traerle sin cuidado.

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