Es el momento de las emociones, tiempo habrá para el análisis. Decenas de millones de personas en todo el mundo compartimos hoy la alegría de esa amplia mayoría del pueblo estadounidense que ha llevado a Barack Obama a la Casa Blanca. Obama les dijo a sus compatriotas que podían… y, en efecto, podían. Obama les dijo que había que cambiar el maltrecho gigante… y, en efecto, el cambio ya ha comenzado. El mero hecho de la victoria de Obama es una fantástica novedad. Punto final (o casi final, Bush seguirá en la Casa Blanca hasta enero) a ocho años de pesadilla americana. Punto final a varios lustros (Nixon, Reagan, Bush padre, Bush hijo) de hegemonía política conservadora en ese país crucial.
Estados Unidos vuelve a mostrar lo mejor de sí mismo: es lo que deseábamos sus muchos amigos en el resto del planeta. La fiesta es universal. En todas partes se emiten mensajes que expresan los mejores deseos de colaborar con el nuevo Washington. En sus relaciones con los aliados de su país, Obama ha prometido terminar con el ordeno y mando y con el belicismo de su predecesor. Cumplirá. Ya ha cumplido la promesa de que su victoria era posible. Gracias Obama por haber tenido la inspiración, el valor, la inteligencia y la habilidad que se necesitaban (o sea, mucho de todo) para conseguirlo. Y felicidades a los americanos por haberse desembarazado del miedo.
Como a Jesse Jackson, a muchos se nos han humedecido los ojos.