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La negra vocación de Juan Madrid / Novela negra / Thriller

 

 

BABELIA / EL PAIS / REPORTAJE / 08/11/2008


La negra vocación de Juan Madrid

 

«Mis personajes son como el monstruo de Frankenstein: están hechos con trozos de personas reales, pero no son iguales a nadie existente», afirma el autor de Adiós, princesa

 

JAVIER VALENZUELA

Es uno de esos días soleados del otoño madrileño que piden a gritos que salgas a la calle. La hora, la del vermú de grifo, no la del gintonic con un chorro de limón exprimido. Juan Madrid está, pues, tomando el aperitivo en Casa Camacho, al lado de la plaza del Dos de Mayo. Luce un envidiable bronceado -acaba de llegar de Salobreña- y departe con unos amigos tan dicharachero como siempre. Abraza al recién llegado.

-¿Un vermutito?

-No, gracias. Tomaré una clara.

-Compadre, estás flojeando…

Juan Madrid acaba de publicar una novela, Adiós, princesa, la séptima protagonizada por Antonio Carpintero, alias Toni Romano, ex policía del Grupo de Noche de la comisaría de Centro de Madrid.

-¡Menudo argumento, Juan! El más… no sé cómo llamarloDigamos que el más escabroso de tu carrera.

-Si tú lo ves así, compadre…

-Hombre, ¿y cómo voy a verlo?

La «princesa» del título de la novela es Lidia Ripoll, una joven presentadora de televisión que aparece asesinada en una calle de Madrid. Se produce una detención: la de Juan Delforo, un periodista y escritor que ha sido profesor de Lidia y que, según algunos testigos, la asediaba sentimentalmente. Carpintero es contratado por el abogado de Delforo para que busque pruebas de la inocencia de su cliente. Han desaparecido unas grabaciones y una pistola automática Makarov.

Pero hay más. Resulta que, en los meses anteriores al asesinato, diversos servicios de Inteligencia han estado investigando a Lidia Ripoll, en particular en lo referente a amigos, novios o amantes. Se han incautado de cualquier carta, foto o grabación que tuviera un aire comprometedor. ¿Por qué? Porque la joven periodista de televisión estaba saliendo con el príncipe de Asturias.

 

-Supongo que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

-Por supuesto, compadre. Mis personajes son como el monstruo de Frankenstein: están hechos con trozos de personas reales, pero no son iguales a nadie existente. Son eso: personajes de novela.

-De novela realista, claro.

-Sí, claro. En el siglo XIX la novela contó la realidad y en buena parte del XX lo hizo el periodismo. Pero el periodismo lleva ya muchos años renunciando a contar lo que pasa de veras. Y si quieres saber cómo es el mundo en que vivimos, lo mejor vuelven a ser las novelas y las películas. ¿No te parece?

-Bueno, algo de eso hay.

-¿Otra clarita?

-Venga, otra. Y algo de embutido.

Nacido en Málaga en 1947, pícaro de la calle madrileña en su adolescencia, boxeador aficionado en su primera juventud («me enseñó un cubano, el Negro Quiñones») y licenciado en Historia más tarde, Juan Madrid trabajó como periodista en los años setenta y primeros ochenta del pasado siglo. Era un gran reportero de sucesos. Pero sus jefes le censuraban su empeño en escribir de modo directo, fibroso, comprometido («demasiado literario, decían»). Le instaban a usar el estándar distante, frío y gris que terminaría adueñándose de la prensa española. Así que se puso a escribir novelas policiacas y al cabo de unos años eso se convirtió en su principal ganapán.

La novela policiaca era entonces cultivada en España por pocos escritores, apenas Manuel Vázquez Montalbán, Jorge Martínez Reverte, Andreu Martín y él mismo. Hoy son algunos más, pero ninguno como Juan Madrid tan fiel al género. En forma de cuentos, novelas y guiones de cine y televisión, no lo ha abandonado jamás, y ya va para treinta años. Y sobre todo, lo practica con extrema pureza, con intransigencia casi: escenarios situados en esa zona de sombra donde coinciden la alta sociedad y la marginalidad, y uso estricto de la descripción y el diálogo como recursos narrativos. Para Juan Madrid el género negro no es un pretexto, es una vocación.

-En Adiós, princesa vuelves a citar a Isaac Babel y su Caballería Roja. Arrancas, de hecho, con una cita en la que Hemingway elogia la concisión de Babel y afirma que el escritor ruso demostró que siempre se puede exprimir un poco más la naranja.

-Sí, compadre. Tú mismo escribiste hace unos años en Babelia que lo mío era un jamón de pata negra en el que se echaba en falta algo de tocino de vez en cuando. Para cambiar de gusto, dijiste. Me criticaste por exceso de celo.

-Y me ratifico. Es que, Juan, estás empecinado en ser negro como el carbón.

-Puede ser, compadre. Yo escribo los libros que me gustaría leer. No pienso ni en la fama ni en el dinero. Lo que me preocupa es el relato, la construcción del relato.

-De acuerdo, pero ¿qué hay del lector?

-Al lector le doy el plano de la Isla del Tesoro, para que lo busque él mismo.

Adiós, princesa es la obra más compleja de Juan Madrid. Amén de la trama principal, la presunta relación de la periodista de televisión y el Príncipe, contiene numerosas historias secundarias: las de Carpintero con Juanita San Juan, con su vecina Angus y con su hijo Silverio; la de Carpintero con el periodista y escritor Juan Delforo (personaje inspirado en el mismo Juan Madrid); la del sicario ruso Josif; la del pirata informático Julio Bengochea, la del confidente Acebes… La galería de personajes es asimismo amplísima. Buenos, lo que se dice buenos, no hay ninguno. Ambiguos, muchos. Y malos, unos cuantos. Los que más, Su Eminencia, un prelado integrista, y el multimillonario Ricardo Saragola, dueño de un banco, la empresa de seguridad Totalsecurity y muchas otras cosas.

-También hay un policía honesto, Román Gades, que, harto de todo, termina pidiendo el traslado a una comisaría de provincias. Otro punto tuyo, Juan, es que eres un escritor de izquierdas que manifiestas cariño por los policías.

-Debe ser herencia de la época en que íbamos a las comisarías a buscar información. Pero sí, prefiero la policía pública, la policía del Estado, a esas policías privadas que son las empresas de seguridad.

Juan Madrid jamás ha arrojado la toalla de sus convicciones políticas. En 1995, al presentar Cuentas pendientes junto a Vázquez Montalbán, declaró que seguía soñando con «un mundo justo en el que no prevalezcan las relaciones de dominación». Seis años después, afirmó en un chat que aún se sentía comunista «los lunes, los miércoles y los viernes».

-¿Eres consciente de que a ti Stalin te habría arrestado y fusilado como hizo con Isaac Babel?

-Seguro. Stalin era un hijoputa. Pero eso no me lleva a aceptar lo que el capitalismo hace a la gente. Ahora vuelven a repetir la jugada: un puñado de sinvergüenzas se han hecho multimillonarios especulando en casinos financieros y todos tenemos que pagar sus facturas.

-Te sientes un currante, ¿no?

-Un currante, compadre. Trabajo doce horas diarias. Y lo seguiré haciendo hasta el día en que ya no pueda escribir. Entonces me pegaré un tiro.

-¿Qué epitafio querrías para tu tumba?

-El de Groucho Marx: «Perdone que no me levante».

-¿Nos vamos a comer?

-Vamos. Conozco un restaurante aquí al lado…

Adiós, princesa. Juan Madrid. Ediciones B. Barcelona, 2008. 414 páginas. 19 euros.

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