Al Partido Popular hay que reconocerle un mérito: como bien dice el eslogan electoral de Mariano Rajo, tiene las «ideas claras». Que esas ideas sean muy de derechas, al borde prácticamente de la ultraderecha, no es óbice para felicitar a esa formación política por presentarlas de forma tan nítida -brutal casi- y sin el menor complejo.
Tengo la impresión de que, por el momento, el PP está haciendo una mejor campaña -hablo desde el punto de vista técnico- que el PSOE. Pese a haber sufrido numerosos contratiempos –desde el «caso Gallardón» hasta la intromisión política de la jerarquía episcopal, pasando por las peleas internas sobre el trasvase del Ebro-, el PP sigue adelante con su plan de batalla. Es lo que los politólogos norteamericanos llaman «staying focused on message».
Los conservadores disputan sañudamente todos y cada uno de los balones. Los propios y los ajenos. Y lo hacen con su bronco estilo de juego habitual, en el marco de su conocida estrategia –mantener permanentemente movilizado a su electorado y descorazonar al electorado progresista- y en plena concordancia con su ideario.
Lejano ya el espejismo del «viaje al centro», el PP se presenta como un partido muy de derechas. Ha actualizado el nacionalcatolicismo español con aportaciones internacionales que van desde lo neocon de Estados Unidos al lepenismo-sarkozysmo francés. Y mantiene su superioridad técnica frente a los progresistas a la hora de comunicar sus mensajes de modo sencillo y potente.
El resultado es que, como ha ocurrido a lo largo de toda la legislatura 2004-2008, la agenda político-mediática continúa dominada por los temas introducidos por el PP. Unos tienen base real –como las inquietudes provocadas por la desaceleración económica-, otros son demagógicamente extrapolados –como la inmigración, la seguridad ciudadana el canon digital- y algunos son directamente fantasmales –como el velo islámico-. En cualquier caso, la gente habla de esos asuntos y, las apruebe o desapruebe, visualiza de inmediato las propuestas del PP al respecto.
Una cierta desazón comienza a adueñarse del siempre ciclotímico campo progresista. El PSOE no logra abrir en las encuestas la brecha que le correspondería a un partido en el Gobierno que ha realizado una buena gestión económica, ha satisfecho numerosas demandas sociales, ha ampliado derechos civiles y ha conseguido la legislatura menos sangrienta de toda la democracia en lo que hace al terrorismo.
Es como si el Madrid o el Barça jugando en casa frente a un equipo tipo el Almería ganaran por tan solo 3 a 2 a quince minutos del final. Y como si el Almería acosara la meta madridista o barcelonista en busca del empate y el público comenzara a pedirle al árbitro que pitara el final del encuentro.
Hablaré otro día de la campaña del PSOE. Adelanto que me desconcierta ese lema de «Motivos para creer» -se me antoja más próximo al acto de fe que a otra cosa-; que me sigue asombrando la incapacidad de tantos socialistas para encarar sin complejos la batalla ideológica (izquierda vs. derecha; socialdemócratas vs. neoliberales; progresistas vs. conservadores; pluralistas frente a integristas…), y que el desgranar de sus propuestas concretas me parece un pelín caótico. En definitiva, que no veo esa dirección y ese plan de campaña que resultan tan evidentes, y tan eficaces, en el caso del PP.