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Espejismos de Oriente / Tomas Alcoverro / Periodismo / Beirut / Líbano

Espejismos de Oriente / Babelia / 9 de Febrero de 2008

Espejismos de Oriente
Tomás Alcoverro
Destino. Barcelona, 2007

JAVIER VALENZUELA

«Aspiro a ser lo más subjetivo posible. Sólo hablando en nombre propio logra el hombre coincidir, si no con la verdad, que resulta una meta demasiado abstracta, con la autenticidad al menos. Ser auténtico vale tanto como ser verdadero y está más al alcance de nuestra buena voluntad». ¿Pueden aplicarse al periodismo estas ideas expresadas por el escritor valenciano Juan Gil-Albert en su Drama patrio? Sin duda, respondería Tomás Alcoverro. De hecho, es lo que lleva intentando en sus tres décadas como corresponsal de La Vanguardia en Oriente Próximo. Aún más, en sus declaraciones a la prensa con motivo de la aparición de su segundo libro, Espejismos de Oriente, Alcoverro ha reivindicado explícitamente el valor de lo subjetivo en periodismo.

Subjetivo no quiere decir inventado, ni mucho menos. Como decían los viejos maestros del oficio, los hechos son sagrados, y el periodista no puede inventarlos, manipularlos, tergiversarlos o extrapolarlos bajo ningún concepto. A partir de ahí, el periodista es un ser humano, no una máquina sin cerebro ni alma, por lo que puede, y debe, indignarse ante la mentira, la injusticia, la corrupción, la tiranía o la violencia. Por lo que puede, y debe, emocionarse ante la belleza, el valor o la solidaridad.

La subjetividad que reivindica Alcoverro, y que tiñe Espejismos de Oriente, supone considerar que la experiencia personal del periodista es un valor añadido para la historia que cuenta. Es lo que siempre ha estado en la base de los grandes géneros periodísticos: la crónica y el reportaje. ¿No es mejor aquella historia de la que el periodista ha sido testigo directo que una de segunda o tercera mano? ¿No son más potentes las declaraciones que ha recogido directamente de las fuentes? ¿No son más apreciados por el público los textos escritos con estilo que los rutinarios?

En el caso del periodismo escrito, lo curioso de su porvenir es que, en gran medida, es su pasado, su mejor pasado. Cuando hoy compra un diario, el ciudadano ya suele conocer la mayoría de las principales noticias que contiene. Las conoce por la radio, la televisión, Internet, los SMS o los comentarios de amigos, compañeros o familiares. Así espera de su periódico algo más que noticias escuetas; espera contexto, interpretación, opinión y lectura. «En algún momento», ha declarado Alcoverro, «se extendió la idea de que la crónica debía ser más seca, que debía comenzar por un lead con los elementos informativos básicos. Para mí eso es viejo, la entradilla ya la dan los medios de comunicación más inmediatos, como la televisión. Yo creo en una crónica elaborada, descriptiva, personal y que llegue al corazón de la gente».

Espejismos de Oriente contiene numerosas pequeñas historias vividas por Alcoverro en países árabes y musulmanes. Cuentan más sobre ese mundo que las aburridas transcripciones de las conferencias de prensa que siguen a las cumbres políticas. Quizá eso sea hoy poco apreciado por algunos editores y directores de periódicos, pero, desde luego, lo sigue siendo por los lectores. Y, finalmente, el periodista a quien se debe es a los lectores. O al menos, eso nos enseñaron los viejos maestros.

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