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Salam Aleikum, hermano / En la muerte de Carlos Cano

En la muerte de Carlos Cano

Salam Aleikum, hermano

 

JAVIER VALENZUELA, Washington / El País, 20 Diciembre 2000

 

La noticia, hermano, me apuñala saliendo de Estados Unidos, donde una vez salvaron tu corazón, y viajando hacia nuestra Granada, donde pensaba abrazarte, pedirte que aguantaras, confesarte que te necesitábamos. Somos tan pocos, Carlos, que no podemos permitirnos más bajas. Qué faena, Carlos, qué faena.

     La noticia se produce a dos semanas del 2 de enero, el día de la toma de Granada. Ese día que tú y otros granadinos queríamos que se convirtiera en la fiesta de resurrección de una ciudad abierta, tolerante, multicultural, una ciudad que vuelve a ser faro de judíos, cristianos y musulmanes, y también agnósticos y descreídos. Pero un alcalde derechista y, con todos los respetos, mala follá respondió a nuestro manifiesto con esta grosería: «Si quieren ponerse el turbante, que se apunten a la cabalgata de los Reyes Magos». Tu represalia, en el álbum El color de la vida, fue genial, y la pongo ahora mismo en mi tocadiscos: «Yo tan campante, en mi elefante, con mi chilaba y mi turbante».

      Eras, Carlos, de una estirpe de granadinos que, aunque minoritaria, es la auténtica, la de León el Africano y Federico García Lorca. La que considera que el espíritu cateto y reaccionario de tierra del chavico es una desgracia. La que cree que Granada es -o debería ser- el punto magnético de un triángulo formado por Andalucía, el Mediterráneo árabe y judío y las Américas. Eras -qué duro me resulta emplear el pasado- uno de esos granadinos que puede ser muy de Graná y muy de todas partes.

       Vibrabas, Carlos, con las energías de Madrid y Nueva York y con los acentos dulces del castellano -tan próximos al tuyo- de La Habana y Buenos Aires. Y eras un pasaporte en tierras de moros. Más de una vez te conté que, en los años ochenta, me escabullía de las barricadas y los intentos de secuestro de los islamistas de Beirut contándoles que yo era de Granada, Garnata, la ciudad de la Alhambra. Y que en mis viajes de aquellos tiempos al Irán de Jomeini me abría muchas puertas el llevar casetes tuyos, en particular uno que incluía el llamamiento del almuédano a la oración.

       Nos reíamos de eso, porque ni tú ni yo éramos musulmanes, y ni mucho menos integristas. Pero también nos emocionaba la vigencia del prestigio en lugares tan lejanos de nuestra ciudad. Era una muestra de que, con un poco de buena voluntad, Granada podría volver a brillar como una de las capitales culturales de decenas de millones de almas de todo el planeta. Por eso queríamos que el 2 de enero dejara de festejar el aplastamiento a sangre y fuego de la Granada multicultural, para convertirse en otra cosa, en un grito de vida.

         Éramos pocos y tú te vas. A lo mejor desde donde estás ahora miras para abajo, sonríes con esa maravillosa sonrisa tuya y con voz recia y hermosa como nuestra sierra cantas aquello de: «Aquí te espero, comiendo un huevo, con papas fritas y caramelos». Espera un poco más, Carlos, que aquí abajo vamos a seguir intentándolo. Entretanto, Salam Aleikum, hermano.

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