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Un jurado absuelve al español que pasó tres años en el corredor de la muerte / Caso Joaquín José Martínez / Estados Unidos

Un jurado absuelve al español que pasó tres años en el «corredor de la muerte

Los padres de Joaquín José Martínez agradecen la ayuda para la defensa

JAVIER VALENZUELA, Tampa (Florida), Enviado Especial / El País, 7 de junio de 2001

Joaquín José Martínez, sus padres, Joaquín y Sara, y las decenas de miles de compatriotas que los apoyaron en los últimos años tenían razón: este joven español es inocente del doble asesinato por el que fue condenado en Florida en 1997 y por el que pasó 37 meses en el corredor de la muerte de la prisión de Starke. El acusado y sus padres acogieron anoche con desgarradores sollozos de alivio esta decisión unánime de los 12 miembros del jurado de Tampa. Dos horas y 45 minutos horas le costó al jurado alcanzar esta conclusión, casi tres horas adicionales de angustia para esta familia española que había convertido su caso en una bandera contra la pena de muerte en EE UU y la ligereza y clasismo con que se aplica.

           Los diez hombres y dos mujeres del jurado de Tampa escucharon el llamamiento «a ser valientes» efectuado por el abogado defensor Peter Raben en sus alegatos finales. Raben les había pedido que absolvieran al Martínez dados «la total ausencia de pruebas físicas» que lo vinculen con el crimen, «las inconsistencias y contradicciones de los testigos de la acusación» y la existencia de «muchas dudas razonables» sobre su culpabilidad. Así lo hizo jurado, por unanimidad y sin necesidad de largas deliberaciones. Ni uno solo de sus 12 componentes encontró sensata la petición que había hecho el fiscal Chris Watson para que Martínez fuera declarado culpable de doble homicidio con premeditación, lo que conllevaba una condena a cadena perpetua.

           El veredicto fue una total reivindicación de la familia Martínez, que siempre se ha negado a pactar con la fiscalía una declaración de culpabilidad a cambio de una pequeña condena, y siempre ha proclamado que Joaquín José era inocente. «No queremos justicia, queremos clemencia», dijeron siempre los Martínez. También supuso una gran victoria profesional para Peter Raben y su socio David Parry, que, al precio de casi 100 millones de pesetas, han hecho una excelente defensa del joven español, la que no tuvo en el primer juicio.

           Una vez comenzadas las deliberaciones, el jurado no podía disolverse, ni comunicarse con el exterior salvo para solicitar bebidas y alimentos, hasta haber alcanzado un veredicto, y éste debía ser unánime. En el primer juicio de Martínez, el celebrado en la primavera de 1997, el jurado tardó apenas 1 hora y 40 minutos en proclamarlo culpable, lo que se tradujo en su condena a la silla eléctrica. Pero las muchas irregularidades de aquella primera vista forzaron su anulación por el Tribunal Supremo de Florida el pasado año.

             Desde el pasado 29 de abril y hasta ayer la fiscalía de Florida tuvo otra nueva oportunidad para probar su tesis de que Martínez fue el autor de los asesinatos, en octubre de 1995, del traficante de marihuana Douglas Lawson y su novia, la bailarina de striptease Sherrie McCoy. Pero sin el video en el que supuestamente Martínez se reconocía autor de los crímenes ni la declaración de su ex esposa Sloane, el andamiaje de la acusación fue esta vez aún más débil. Y la defensa, pagada con el dinero solidario del pueblo español, mucho mejor.

            «La ausencia de pruebas físicas no quiere decir que Martínez no estuviera allí», dijo ayer el fiscal Watson, en alusión a la casa de Tampa donde fueron encontrados el 31 de octubre de 1995 los cadáveres de Lawson y McCoy-Ward. Pero Watson solo aportó como elementos que vinculen a Martínez con el crimen las declaraciones de los policías que investigaron el caso y la de Laura Babcock, novia del acusado en octubre de 1995. Babcock aseguró que el 27 de octubre de 1995 Martínez fue a cobrar una deuda a casa de un tal «Michael» –que ella identifica con Lawson- y regresó por la noche con rasguños y un maletín que contenía una bolsa de marihuana.

            Pero el acusado, según recordó el abogado Raben en su alegato ante el jurado, tiene «derecho absoluto a la presunción de inocencia», mientras que la fiscalía tiene que demostrar su culpabilidad «con pruebas sólidas y más allá de cualquiera duda razonable». «Aquí», añadió el abogado, «no hemos tenido ninguna de esas pruebas y sí muchas de esas dudas. Seguimos sin saber cuándo y por qué ocurrieron los crímenes, ni tampoco quién los cometió». Así lo entendieron los 12 miembros del jurado.

          Raben recordó que Barbara McCoy, la madre de la víctima femenina, declaró que vio a los hermanos Ronnie y Robert Suggs en la casa de su hija la última vez que la vio. El propio Mike Conigliaro, el detective que detuvo a Martínez, confesó bajo juramento que estos hermanos, miembros de una banda de ladrones de motos y coches, siguen siendo hoy sospechosos de los asesinatos de Tampa.

          El fiscal, según Raben, «no tuvo tripas» para llamar a declarar en el juicio a Sloane Millian, la ex esposa de Martínez y la persona que lo denunció a la policía 3 meses después del suceso. En cambio, dio alas a las «manipulaciones» de Conigliaro que, bajo la presión de su compañero Bill Lawson, padre de la víctima masculina del crimen, «buscaba alguien a quien detener, un procesamiento rápido y no la verdad». Pero «los crímenes se resuelven con pruebas físicas y ninguna vincula a Martínez con las muertes de Lawson y McCoy-Ward», apostilló la defensa. Contra Martínez, como reconoció la acusación, no habían huellas dactilares, cabellos, restos de sangre, análisis de ADN, fibras, armas, llamadas telefónicas a las víctimas, testigos oculares o relaciones económicas con Lawson o McCoy-Ward. «Ustedes se preguntarán entonces por qué estamos aquí», dijo el abogado mirando directamente al jurado. «Estamos aquí», respondió, «por la denuncia de Sloane Millian, a la que la fiscalía ni se ha atrevido a llamar como testigo».

            Quizá lo que metió en líos a Joaquín José fue su compleja vida amorosa del otoño de 1995, cuando ya mantenía relaciones con Laura Babcock y seguía viendo a su ex esposa, Sloane Millian, con la que tiene dos hijas, Jordyn, ahora de 8 años, y Katherine, de 7. Fue Sloane la que le delató por celos a la policía y luego Laura, por los mismos sentimientos, ratificó la denuncia. «Pero», como dijo anoche el abogado Raben, una vez emitido el veredicto exculpatorio, «una vida sentimental complicada no convierte a nadie en asesino, y jamás hubo pruebas en su contra».

            El gran ausente de la sesión en la que el jurado comunicó su decisión fue el detective Conigliaro. Como si intuyera su derrota, este policía de la oficina del sheriff de Tampa que dio crédito a Sloane y manipuló la investigación para dirigirla contra Martínez no estuvo en la sala. No se había perdido una sola sesión del juicio, asesorando con frecuencia al fiscal Watson, pero se le escapó la última, aquella en la que el portavoz de los 12 hombres y mujeres justos de Tampa dijo dos veces «inocente» («not guilty» en la fórmula judicial estadounidense) a las preguntas de si Martínez mató a Lawson y McCoy-Ward.

           El «caso Martínez» y el juicio de Tampa han supuesto no solo la primera movilización práctica de la opinión pública española contra la pena de muerte en EE UU, sino también un momento inédito en la historia periodística de la democracia española. Lo que en origen podía ser un suceso corriente se ha transformado en una historia de apertura de informativos. Como decía esta madrugada Julia Montejo, de la productora Cartel, «las cadenas de radio y televisión han cubierto este caso a la norteamericana y la reacción del público ha sido positiva. La gente quiere historias reales, historias que le ocurren a gente corriente como ella». En sus debilidades y grandezas, los Martínez son como todos nosotros.

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Entrevista a Joaquín José Martínez, ex condenado a muerte

«SIEMPRE HE DICHO QUE ERA INOCENTE, PERO NO UN SANTO»

JAVIER VALENZUELA, Tampa / El País, 8 de junio de 2001

«Hoy será la primera noche que veré las estrellas», dijo ayer Joaquín José Martínez en una conversación con EL PAÍS, poco después de ser excarcelado. A las 11.40 de la mañana, hora de la costa atlántica de EE UU, Joaquín José salió libre y vestido con un terno gris de la prisión del sheriff del condado de Hillsboroug, en las afueras de Tampa. Le acompañaban Joaquín y Sara, sus padres, Peter Raben, su abogado, y Javier Vallaure, cónsul de España en Miami. Y le esperaban 11 cámaras de televisión, españolas y norteamericanas, y una cuarenta de informadores. Casi asfixiado por los reporteros, dijo: «Me siento alegre, he renacido». Durante una fracción de segundo miró atrás, al universo carcelario en el que vivía desde enero de 1996, y añadió: «Ahí queda mucha gente que está sufriendo lo que yo sufrí».

           Mientras los enviados especiales de radios y televisiones se disputaban las primeras declaraciones de Joaquín José, Sara, su madre, le comtemplaba desde una distancia de unos cuantos metros. «Este es el día más feliz de mi vida, es el primer día en mucho tiempo que veo a mi hijo caminar por el césped, tan feliz caminando», dijo Sara. La excarcelación se producía 21 horas después de que el jurado de Tampa, por unanimidad de sus 12 componentes, hubiera declarado al español inocente de los asesinatos, en 1995, de Douglas Lawson y Sherrie McCoy. Esa tardanza, amén de críticas al Gobierno en el Parlamento español, mereció este escueto comentario de Joaquín, el padre del excarcelado: «El ministerio de Exteriores se había dormido un poco».

          El cónsul Vallaure trabajó duro en la noche del miércoles al jueves y la mañana de ayer para acelerar el papeleo estadounidense. Y consiguió que las autoridades del condado de Tampa le entregaran a Joaquín José, que quedó bajo protección consular hasta su salida de EE UU. De la mano del diplomático, que les transmitió un telegrama de felicitación de los Reyes, Joaquín José y sus padres viajaron anoche a Miami. El español de 29 años que pasó más de 5 en la cárcel, de ellos 37 meses en el corredor de la muerte, durmió anoche en casa del cónsul. Hoy le será expedido un pasaporte y viajará a España este fin de semana.

             Pero el billete de Joaquín José será «de ida y vuelta», según contó en una conversación con EL PAÍS antes de salir de Tampa. Joaquín José, que acababa de hablar por teléfono con Sloane, su ex esposa y la persona que lo denunció a la policía, quiere seguir manteniendo relaciones con sus dos hijas. Pero pendiente quedó ayer un problema kafkiano derivado de su estancia en la cárcel: debe los últimos años de pensión alimenticia de las niñas. Esa no será su único futuro roce con la justicia estadounidense. Joaquín, su padre, confirmó ayer que la familia peleará por recibir compensación económica por el error judicial que tuvo 5 años entre rejas a Joaquín José. «En algunos Estados», dijo, «son 150.000 dólares por año de cárcel».

      PREGUNTA.- ¿Cuál fue su primera reacción al escuchar el veredicto de absolución?

     RESPUESTA. Como la gente rompió a aplaudir, como en un estadio de fútbol, me quedé desconcertado. Luego me puse a llorar. Y ahora quiero reír y quiero llorar.

     P.- Aparte de cambiar de opinión sobre la pena de muerte, antes era un gran partidario y ahora un opositor militante, ¿qué ha aprendido de esta experiencia?

     R.- Que uno solo no puede hacer nada en este mundo. Uno necesita el apoyo de Dios, de los padres, de los amigos. Antes de mi detención, yo era muy individualista, creía que podía hacerlo todo solo. Pero solo no hubiera salido nunca del corredor de la muerte.

     P.- Joaquín y Sara, sus padres, han sido los grandes héroes de esta historia. Hace poco, recién excarcelado, usted ha dicho: «Prometo no volver a meter a mis padres en líos».

     R.- Yo nunca he declarado que soy un santo. Siempre he dicho que era inocente, pero no un santo. Fui travieso de joven, es verdad. Pero en los últimos 5 años me he hecho el firme propósito de ofrecerles a mis padres paz y tranquilidad en lo que les quede de vida. Son maravillosos.

      P- Usted se ha pasado 5 años entre rejas porque las dos mujeres con las que mantenía relaciones sentimentales en el otoño de 1995, su ex esposa Sloane y su novia Laura, declararon en su contra, por celos hábilmente utilizados por la policía. Hace 4 años, usted me dijo en el corredor de la muerte de Starke: «He tenido muy mala suerte con las mujeres». Pero la verdad es que usted también tenía una vida complicada.

       R.- (Risas). Sí, y esta mala experiencia me ha enseñado que hay que tener mucho cuidado con los sentimientos de una mujer. Pero, aunque declarara lo que declarara, sigo teniendo mucha admiración por mi ex mujer, Sloane. Por haber dado a luz a mis hijas y cuidarlas tan bien, y por permitirme mantener una relación con ellas, incluso cuando estaba en la cárcel.

        P.- Su padre declaró hace un rato: «Lo importante es que mi hijo consiga pronto un trabajo, el trabajo es la mejor terapia». ¿Qué le gustaría hacer?

        R.- Informática. Estoy deseando coger un ordenador portátil y navegar por Internet. Internet es el mayor cambio en el mundo exterior en el tiempo que yo he pasado en prisión. En la cárcel nos dejaban ver la televisión, pero no tener ordenadores y conectarnos a la Red. La informática ha cambiado un montón en 5 años. Cuando me detuvieron, un disco duro de 1 giga era muchísimo, ahora sé que uno de 20 gigas de compra por muy poco.

         P.- Tuvo un primer juicio irregular, en el que fue declarado culpable y condenado a la silla eléctrica. Luego el dinero solidario de los españoles le permitió una buena defensa y la contundente declaración de inocencia del segundo juicio. ¿Qué piensa del sistema norteamericano de justicia?

          R.- Lo mío ha tenido final feliz, pero las muertes de las que me acusaron siguen sin resolver. Me duele que no hayan sido encontrados todavía los culpables en este caso. Me duele que, a falta de que estos culpables sean detenidos, los familiares de las víctimas puedan seguir pensando que yo los maté.

           P.- ¿Cree que hay muchos inocentes en las cárceles de EE UU?

           R.- Sí, muchos. Me dolió mucho el caso de un compañero mío del corredor de la muerte. Se llamaba Frank Smith y se murió hace un año y medio tras haber pasado 13 años en el corredor. Se murió de cáncer. Frank siempre dijo que era inocente y luchó por que en su caso fueran efectuadas pruebas de ADN. Se las hicieron poco antes de morir y los resultados llegaron cuando ya había muerto. Era inocente. Y se murió en el corredor porque era pobre y no tenía apoyos exteriores.

          P.- ¿Cuál fue su momento más duro en el corredor?

          R.- El primer mes. Cuando estaba en régimen de aislamiento total y no podía recibir ni las visitas de mis padres. Estaba completamente solo.

          P.- ¿Y cuándo volvió a ver la luz?

          R.- Cuando empezaron a publicarse artículos en la prensa, cuando empecé a recibir cartas y llamadas desde España.

          P.- ¿Recuerda que en nuestra entrevista en Starke se apagó la luz porque estaban ensayando la silla eléctrica?

          R.- Claro que me acuerdo. Aquello era horroroso, una especie de tortura.

          P.- Usted nació en Guayaquil (Ecuador) y, cuando fue detenido, era Joe para casi todo el mundo, un estadounidense más de origen hispano. Pero si está hoy en libertad es porque sus padres tuvieron el buen criterio de mantener siempre su ciudadanía española.

           R.- Lo sé. He vivido en EE UU desde 1977, cuando mis padres se vinieron aquí, y, ya mayor de edad, hubo en momento en que pude optar por la ciudadanía norteamericana. Mucha gente me recomendó que lo hiciera. Pero mi decisión fue seguir siendo español. Y está claro que en un día como hoy me siento orgulloso de ser español.

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RETRATO DE UN INOCENTE

Joaquín José reconoce que no fue un santo en su juventud y mató a una persona en un accidente de tráfico

JAVIER VALENZUELA, Tampa / El País, 10 de junio de 2001

Desde enero de 1996, cuando fue denunciado por su ex esposa y detenido por la policía, hasta el pasado jueves, cuando salió de la prisión de Orient Road exonerado por completo de los asesinatos de Douglas Lawson y Sherrie McCoy, Joaquín José Martínez se concentró en proclamar su inocencia. Pero desde el jueves, Joaquín José, liberado de la necesidad de luchar contra la silla eléctrica o la cadena perpetua, está ofreciendo un retrato más completo de su personalidad. Confiesa que nunca fue un santo, acepta que era individualista, materialista y mujeriego y expresa profundos remordimientos por un accidente de tráfico que protagonizó un año antes de los sucesos de Tampa y en el que murió una persona y otra quedó paralítica.

            Aunque de niño había sido monaguillo y hasta había pensado meterse a cura, Joaquín José no era un ángel en el otoño de 1995, cuando fueron asesinados en Tampa Lawson, un traficante de marihuana, y su novia McCoy-Ward, que bailaba desnuda en el club Mons Venus. Lo horrible es que los pecadillos de Joaquín José, en particular sus líos sentimentales y su carencia de un trabajo fijo, fueran la base sobre la que la policía le acusó de esas muertes, y el único argumento dado en los últimos años por los que no creían en su inocencia. Desde que en mayo de 1997 este diario dio la noticia de la condena a muerte de Joaquín José, más de una vez políticos y diplomáticos españoles, siempre «off the record», han dicho: «No es trigo limpio».

            No, Joaquín José no era trigo limpio en octubre de 1995, pero nadie, ni tan siquiera en la infancia según Sigmund Freud, lo es. Vivía en Saint-Pete, la playa de Tampa, con Laura Babcock, una chica que había conocido en su trabajo con la compañía telefónica AT&T Atlantic, pero seguía manteniendo relaciones con Sloane Millian, su ex esposa y la madre de sus dos hijas. Y, según las elucubraciones del detective Mike Conigliaro, también le tiraba los tejos a Leah Thomson, la hermanastra de Laura, lo que desmienten tanto Joaquín José como Leah. A Joaquín José, hijo único y mimado del matrimonio de Joaquín Martínez y Sara Pérez, le gustaba vivir bien: los trajes de marca, los coches rápidos, las casas al borde del mar, los más afinados equipos de música… Pero en aquel entonces el dinero se le acababa. Tras haber trabajado en AT&T, donde se lió con Laura y conoció superficialmente a Lawson, había fundado una empresa de importación de productos latinoamericanos. Pero aquello era una fantasía, apenas las tarjetas de visita que se habían hecho imprimir Joaquín José y Laura.

            A Joaquín José, que hablaba mucho más inglés que castellano, todo el mundo le llamaba «Joe». Los estadounidenses le tenían por compatriota, uno más de los muchos millones de estadounidenses de origen hispano. Pero no lo era. «Joe» era español, perfectamente registrado en el consulado de Miami y censado, como ciudadano residente en el extranjero, en Mostoles. Desde su nacimiento en Guayaquil (Ecuador) el 2 de diciembre de 1971, Joaquín, madrileño, y Sara, ecuatoriana, habían tenido mucho cuidado en que su hijo conservara la nacionalidad del padre y le llevaban con frecuencia, de vacaciones o incluso de estudios, a Madrid. Así que Joe era legalmente español, y eso fue lo que lo salvó de la silla eléctrica.

             Joaquín José ha heredado la inteligencia de su padre, Joaquín, un espabilado perito mercantil que hizo las Américas, primero en Ecuador, con trabajos como periodista de radio, publicista y organizador de concursos de belleza, luego en Nueva York, como empleado del Banco Atlántico, y finalmente en Miami, con una empresita de bisutería, y, cuando sus ojos ya no pudieron más, jubilado. Como su padre, Joaquín José habla con lógica y coherencia y va directo al grano, lo que les convierte a ambos en personajes ideales para los medios audiovisuales, siempre sedientos de «cortes», citas rotundas de pocos segundos. A Joaquín José también le viene de su padre el estilo atildado de vestir, que le hacía sufrir tanto cuando llevaba el mono naranja de prisión y le impulsó a salir el jueves de Orient Road con todo un terno. Y la cortesía. «Joe es todo un caballero», dijo el martes Leah Thomson, tras declarar a favor del ex novio de su hermanastra y convertirse en el último testigo del juicio.

            Pero Joaquín José es flemático, no tiene esa calidez inmediata, contagiosa, meridional de su madre, la ecuatoriana Sara. Incluso en el corredor de la muerte de Starke, donde EL PAÍS le entrevistó en 1997, no transmitía el abrumador sentimiento de desesperación que, tópicamente, se espera de un inocente. Se le veía pálido, ojeroso, herido por la humillación de las cadenas y el mono, pero mantenía una gran compostura y se esforzaba por argumentar su inocencia de un modo racional y no sentimental. No rompía a llorar en el hombro del visitante, se guardaba las lágrimas para la soledad de la celda. Y ese fue otro elemento que utilizaron los escépticos ante la cruzada de los Martínez. «Se le ve demasiado frío y tranquilo», decían, como si eso fuera una prueba de culpabilidad.

            De unos líos de faldas y unos gustos caros al asesinato de dos personas media un largo camino, y nadie demostró jamás que Joaquín José lo recorriera en octubre de 1995. Ni tan siquiera remotamente. Ni tenía antecedentes criminales, ni existían pruebas físicas o testigos oculares que lo vincularan con las muertes de Lawson y McCoy-Ward. Por no tener, la policía no tenía ni tan siquiera un motivo para atribuirle los crímenes. Unas veces, el detective Mike Conigliaro decía que Joaquín José había ido a la casa de Lawson y McCoy-Ward a cobrar una deuda, otras que a robar, al final que a comprar marihuana. Desde la detención, en enero de 1996, hasta la absolución del miércoles, todo lo que hubo contra Joaquín José fueron los celos, los cotilleos y las contradicciones de Sloane y Laura, sobre los que el detective Coniglario tejió su burdo amasijo de manipulaciones, incluida una cinta de video en la que no se entendía nada de nada. Joaquín y Sara tenían razón cuando decían que el día que un abogado se tomara la molestia de exponer todo esto con claridad ante un jurado, el veredicto solo podía ser la absolución.

             En sus primeros pasos en libertad, casi asfixiado por micrófonos, cámaras y teléfonos móviles, Joaquín José prometió el jueves que nunca más volverá a meter en líos a sus padres. Horas después, en la primera noche en la que pudo ver estrellas tras más de 5 años de reclusión, se abrió y confesó que, en su pasado, existe algo que le provoca terribles remordimientos. Un día, conduciendo un coche, con sus padres y una Sloane embarazada de 7 meses, tuvo una colisión frontal con otro vehículo. A los Martínez no les pasó nada grave, pero uno de los ocupantes del otro coche murió y un segundo quedó incapacitado de por vida. La policía no detuvo a Joaquín José por considerar que no fue culpable del accidente, pero él llevará eso peso de por vida. Iba a demasiada velocidad.

             «Sí que maté a una persona, pero no se llamaba Douglas o Sherrie», dijo Joaquín José en esa noche de Miami, en tránsito hacia España. ¿Esa era «la cosa horrible» por la que iría al «infierno» a la que, según Sloane, aludió Joaquín José en enero de 1996? ¿Puede ser que su esposa patinara y lo interpretara como una confesión de las muertes, tres meses antes, de Lawson y McCoy? Joaquín José tiene ahora tiempo para explicarlo. Al excarcelado, de 29 años de edad, le esperan en España semanas de constantes intervenciones en prensa, radio, televisión e Intenert. Se ha convertido en una celebridad,  un héroe del panteón contemporáneo español. Inicialmente fue el símbolo del horror que provoca en España y toda Europa el que Estados Unidos, que va dando lecciones de democracia y derechos humanos, mantenga la pena de muerte. Pero para bastantes, empezando por sus padres y siguiendo por todos los que creían en su inocencia, Martínez también era la víctima de una injusticia, la prueba de que, si no se tiene mucho dinero para pagar buenos abogados, cualquiera puede ser condenado sin pruebas en EE UU a la silla eléctrica, la cadena perpetua o cualquier otra pena.

              En las dos semanas de duración del segundo juicio de Joaquín José en España ocurrió «una auténtica revolución mediática», como dice Mercedes Segovia, la jefa del equipo de la productora Cartel que prepara un largometraje sobre esta historia. Por primera vez en la democracia española, las cadenas de televisión han cubierto «a la americana» un caso que podría catalogarse como un suceso. El juicio, la absolución y la excarcelación han abierto los telediarios y la reacción del público ha sido muy positiva. Es el mismo fenómeno que ocurrió en EE UU con el «caso O.J. Simpson».

              Y es que el público quiere que los medios les cuenten historias reales, historias que le ocurren a gente corriente como ella. En sus debilidades y grandezas, los Martínez son como todos nosotros. Joaquín, el padre, es un hombre bajito, con el ojo derecho ciego y el izquierdo con escasa visión, que ha puesto todo su talento natural para la publicidad y el trato con la prensa al servicio de la causa de la liberación de su hijo. Hijo de gallego y asturiana, Joaquín emigró a América Latina en 1962 con un título de perito mercantil y «en busca de oportunidades». Las cosas no le fueron mal en Guayaquil, donde pasó tres lustros, se casó con Sara y tuvo a su hijo Joaquín José. A finales de los setenta, la familia se trasladó a Nueva York, donde Joaquín trabajó para el Banco Atlántico, hasta que su glaucoma le provocó la incapacidad laboral permanente.

              Sara, que se desvaneció cuando el jurado dijo dos veces «Not guilty», la fórmula jurídica estadounidense para decir «inocente», es bajita, regordeta y tierna, toda una madraza. En el juicio llevaba los talismanes del Cristo de Medinaceli y la Virgen del Rocío que le habían regalado en España, y el día del veredicto lucía, también como un amuleto de buena fortuna, el traje con el que una vez había expuesto su drama a don Juan Carlos, de visita en Miami.

             ¿Y Joaquín José? Encerrado en los últimos años, sigue siendo el personaje más misterioso de los Martínez. Pero se va abriendo y contando sus verdades. Sabemos que, «como estaba perdiendo el español», Joaquín y Sara lo enviaron a estudiar a Madrid en el curso 1986-1987. Sabemos que en 1989 toda la familia se trasladó a Miami, y en esta ciudad Joaquín José conoció a Sloane, con la que se casaría, se trasladaría a Tampa y tendría a sus hijas Jurdyn y Katherine. Sabemos que, en sus propias palabras, fue «travieso» y «no un santo» en su primera juventud. Y sabemos que adora a sus dos niñas, es religioso y tiene un temperamento tranquilo. Incluso con pruebas resulta muy difícil imaginarlo dándole 4 tiros a Lawson y 21 puñaladas a McCoy-Ward. Sin pruebas en su contra, como era el caso, imposible.

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