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Bajo el asfalto, la playa / Pepe Ribas / Ajoblanco / Libertarios / Mayo 68 / Transición

Me gusta mucho la afirmación con la que José Ribas, al que siempre he llamado Pepe Ribas, concluye su voluminoso libro Los 70 a destajo, la historia de la revista libertaria barcelonesa Ajoblanco: «Un mundo mejor fue y sigue siendo posible».


Parece una simpleza, pero no lo es en absoluto. Ésta es la idea básica que animó las revueltas del 68, que, tanto en el Oeste capitalista como en el Este soviético, fueron esencialmente antiautoritarias y preñadas de esperanza. Lo que en Francia, Checoslovaquia, Estados Unidos, México y tantos otros lugares sacó a la calle masivamente a la juventud fue la convicción de que un mundo mejor es posible, de que bajo el asfalto está la playa.

Ahora Sarkozy intenta desprestigiar el Mayo del 68 francés, aunque a la hora de la verdad nombra ministro de Exteriores a Bernard Kouchner, uno de los políticos franceses que representan el espíritu inconformista de aquella revuelta. Pues bien, monsieur le President, sepa usted que su triunfo en las recientes elecciones francesas –el de un hijo de inmigrantes con problemas conyugales- jamás hubiera sido posible sin Mayo del 68.

También se les intenta ahora inculcar a los jóvenes la idea cínica de que el mundo es como es y mejor no tocarlo, y de que ellos deben consagrarse a un posible futuro mejor a título estrictamente individual, a través de la conquista de la fama y la riqueza. Por eso es tan refrescante que alguien que cumplió ya los cincuenta como Pepe Ribas no les envíe un mensaje escéptico y fatigado, sino toda una invitación a seguir luchando por mejorar las cosas para todos, para ellos y para los demás.


(Constato a diario que alguna gente en los cincuenta, sesenta o más años de edad es más joven de espíritu que no pocos de los que aún están en los treinta y cuarenta. Joven de espíritu no es sólo «apostar» (vaya formulita) por el diseño, Internet y el inglés –eso también lo hace la gente madura,- y repetir cada dos por tres la muletilla «emblemático». Ser joven de espíritu es salir a la calle, arriesgar, explorar por sí mismo la realidad, no tragar con tópicos y estereotipos, no aceptar situaciones heredadas que incluyan la tiranía, la injusticia y la corrupción. Joven de espíritu es Nelson Mandela, por ejemplo).

Vuelvo al libro de Pepe Ribas. Es un excelente complemento para las muchísimas historias publicadas sobre la transición democrática española. La gran mayoría de estas historias tiende a sacralizarla y, como corolario, a convertir la Constitución de 1978 en un texto tan intocable como la Torah, el Evangelio y el Corán. Es evidente que la transición dio buenos resultados. Pero fue fruto de lo que fue: un pacto entre los sectores reformistas del franquismo y la oposición democrática, basado en una determinada correlación de fuerzas. Y nunca mejor empleada la palabra «fuerzas», porque el franquismo, amén del apoyo de un sector minoritario de la opinión pública, tenía entre sus manos el Ejército, la Policía y la Guardia Civil, la gran mayoría de los medios de comunicación y el poder financiero.


Mucha gente -entre ellos los que trabajaron en Ajoblanco– intentó que la transición fuera más amplia y más profunda. Es a lo que alude Pepe Ribas al decir que en algunas de las acciones de la segunda mitad de los setenta que no consiguieron cuajar «estaba el germen de una sociedad más libre y solidaria, que no hemos conocido». La tarea del día es retomar los deberes donde hubo que dejarlos. Han pasado tres décadas, ya está bien.

Pepe Ribas ha escrito este libro a lo largo de siete años y a partir de sus minuciosos diarios. Por él desfilan centenares de personas y una de ellas resulta ser el que esto escribe. Sí, empecé a publicar en Ajoblanco en 1976. Vivía entonces en Valencia, acababa de terminar la carrera universitaria, detestaba el franquismo y era un libertario (un libertario «pragmático», dice Pepe Ribas en el libro y no se lo discuto). Pepe Ribas tuvo la generosidad de abrirme las páginas de su revista y mi agradecimiento por ello es hondo y duradero.

En Ajoblanco se hablaba con toda libertad de fenómenos entonces tabú en España: el ecologismo, el sexo, el feminismo, la contracultura, las comunas, la homosexualidad, el travestismo, la democracia directa, las drogas, el espíritu dionisiaco de las fiestas populares… Sus colaboradores podíamos escribir de lo que nos apeteciera, sin la menor censura. Y de hecho, el dossier sobre las Fallas que elaboramos un grupo de valencianos y residentes en Valencia para la revista de Pepe Ribas provocó un auténtico revuelo en esa ciudad y nos valió a todos –autores y editores- un proceso judicial por «escándalo público».

Nunca he vuelto a trabajar con tanta libertad en un medio de comunicación. Y desde luego nunca he vuelto a relacionarme con un grupo de catalanes tan abiertos como aquellos que, cuando aterrizaba en Barcelona, me llevaban a tugurios divertidísimos de la zona de Las Ramblas y el Borne y me presentaban a sus amigos charnegos, moros, negros, sudacas, travestis, transexuales o lo que fuera. Lo suyo sí que era voluntad de mestizaje.

(Por cierto, me sigo considerando un libertario pragmático, aunque también pueden ustedes llamarlo, si así lo desean, un liberal de izquierdas).
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