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«Un adiós sin ninguna épica» / Columna de Marius Carol sobre Zapatero / Viajando con ZP

«Un adiós sin ninguna épica»: tal es el título de la columna de este último domingo de septiembre de Marius Carol en «La Vanguardia». Se refiere el periodista a la triste despedida de Zapatero.

Escribe: «Zapatero no volverá al Congreso de los Diputados, donde ha ocupado un escaño durante el último cuarto de siglo. Acudió solo y se marchó tras aprobar el impuesto de patrimonio que había suprimido hace tres años. Zapatero mostró su sonrisa más triste, en lo que era una actitud más que un rictus. Ninguno de los suyos le despidió haciendo la ceja con el índice, como si a todos los que le saludaban así hace cuatro años se les hubiera dislocado el dedo.»

En el párrafo final, el colega barcelonés tiene la amabilidad de citar algunas informaciones y análisis de mi libro «Viajando con ZP» que considera premonitorios.

Escribe Carol: «Uno de los colaboradores de Zapatero, en la Moncloa, en la primera legislatura, escribió un libro titulado Viajando con ZP en donde, entre otras cosas, decía que había perdido el contacto con los ciudadanos, que se le veía poco fuera de los despachos oficiales, y que su Ala Oeste era irrelevante. Releer el diagnóstico de Javier Valenzuela a principios del 2007 invita a pensar que cerca de él había gente que empezaba a ver que avanzaba hacia el abismo. No menos significativo es este párrafo: «El presidente debe aprender algunas lecciones. Necesita atemperar su confianza en sí mismo, pensar en alternativas ante situaciones de emergencia antes de emprender nuevos proyectos y formar equipos de trabajo más sólidos y con las tareas más claramente repartidas». Lecciones tan antiguas como el hombre.»

Pues sí, estoy orgulloso de muchas de las cosas que se hicieron desde el Gobierno en los dos años en que trabajé en La Moncloa. Por ejemplo, la retirada de las tropas de Irak y la legalización del matrimonio gay. Pero es cierto que en aquel período ya me inquietaron algunas características de Zapatero que mermaban sus posibilidades políticas. Entre ellas, el exceso de optimismo, la desorganización, la incapacidad para planear a corto, medio y largo plazo y el buenismo. Con la discreción y prudencia de rigor, intenté contarlo en «Viajando con ZP», lo que me valió en su momento furibundas críticas por parte de algunos incondicionales del político leonés.

A los aspectos más oscuros de mi retrato del presidente les he añadido en los últimos años otro que me parece grave: su falta de una visión económica verdaderamente socialdemócrata, su convicción -compartida por muchos otros correligionarios suyos en España y fuera de España- de que pueden hacerse políticas sociales de gasto progresistas dejando a los mercados actuar con plena libertad y enorme alegría, aún más aplicando medidas de ingreso liberales o neoliberales como las rebajas fiscales a las grandes fortunas y las grandes empresas. Dsde 2008 he escrito y hablado mucho de eso, en este Blog, en mi periódico y en tertulias audiovisuales.

El primer Zapatero estuvo bastante bien y fue un soplo de aire fresco en una España que respiraba mal tras los ocho años del aznarato. Recordemos el turbio ambiente creado en nuestro país por la guerra de Irak y las mentiras sobre el 11-M. Pero es cierto que el personaje no estuvo luego a la altura de las circunstancias, no llegó a convertirse nunca en un verdadero líder ejecutivo.

Al final, tras adoptar las recetas de «los mercados» no sé si con la fe del converso o como expiación freudiana de algún pecado oculto, Zapatero ni tan siquiera consiguió que la elección de su sucesor fuera, como había prometido, el fruto de un debate y unas elecciones auténticas. No hubo primarias y sí la consagración por el Politburó de un candidato único procedente de otros tiempos.

El PSOE cerró en falso la sucesión del leonés. Perderá las elecciones del 20-N y tendrá que reformarse, renovarse, refundarse o como quieran llamarlo para recuperar algo de credibilidad entre los miles, cientos de miles, millones de progresistas a los que ha decepcionado.

El artículo de Marius Carol en La Vanguardia

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