Antes de que Bollywood encarnara una alternativa oriental al cine de masas norteamericano, la industria egipcia ya producía películas y series de televisión que desbordaban las fronteras de su país. En aquella época, los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, las mujeres que aparecían en los inevitablemente melodramáticos celuloides egipcios llevaban minifaldas y sus cabellos lucían unas permanentes de lo más rococó. Solo las actrices que hacían de abuelas o campesinas se cubrían con el hiyab o velo islámico.
En esos tiempos, Nasser bromeaba en público sobre las demandas de los Hermanos Musulmanes para que el hiyab fuera obligatorio en el valle del Nilo. Y la gente reía y aplaudía cuando el carismático rais rechazaba aquellas “anticuadas” ideas como se espanta una mosca.
Hoy, sin embargo, la mayoría de las muchachas que pasean por las riberas cairotas del Nilo llevan pañuelos en la cabeza, aunque sus camisetas y faldas sean sugestivamente ceñidas y sus maquillajes, estridentes. Y, atención, muchas de ellas son estudiantes o licenciadas universitarias que hablan inglés tan bien como el árabe, defienden la igualdad de los géneros, aspiran a casarse con un hombre al que amen de verdad y se comunican con sus amigos por Facebook, Twitter y WhastApp desde teléfonos móviles. Es este un fenómeno que se extiende desde Estambul a Casablanca.