La derecha occidental llegó al siglo XXI en posición de ventaja ideológica y mediática, y la recién fallecida Margaret Thatcher tuvo mucho que ver con ello. En los años 1980, tras unos 1960 y 1970 protagonizados por ideas y movimientos progresistas, Thatcher y Ronald Reagan encarnaron en las dos potencias anglosajonas la contraofensiva de una derecha que proclamaba sin complejos su conservadurismo en los asuntos de la vida cotidiana y su ultraliberalismo en lo tocante al dinero. Ambos, la ex primera ministra británica y el ex presidente norteamericano, desaparecido en 2004, fueron grandes comunicadores, capaces de sintetizar en fórmulas cortas y comprensibles las ideas de los think-tank conservadores. Daban así buenos titulares a los medios impresos y audiovisuales, lo que contrastaba con un discurso socialdemócrata cada vez más farragoso y tecnocrático.
Thatcher recuperó sin rodeos el programa máximo del conservadurismo británico tras unos años de dudas internas, mientras que sus rivales laboristas, en sintonía con el resto del centroizquierda, iban limando el suyo en aras del denominado “pragmatismo”. La torpeza en Las Malvinas de los milicos argentinos le dio la ocasión para envolver patrioteramente en la Union Jack su política de desregulación y privatizaciones. La Dama de Hierro se convirtió así en una ganadora y una referencia para las derechas de muchos otros países.
En el Partido Popular refundado por José María Aznar la influencia del thatcherismo (y el reaganismo) es notable. Para empezar, la idea misma de quitarse el complejo ideológico frente a una izquierda que había estado más “de moda” en los 1960 y 1970, eso que Esperanza Aguirre y los suyos aún llaman “acabar con Mayo del 68”. Y luego todo aquello de que cuanto menos Estado, mejor; de que la gestión privada es siempre más eficaz que la pública; de que la consecución de dinero fácil y rápido es un gran objetivo vital; de que hay que mimar fiscalmente a las grandes fortunas y las grandes empresas para que prosperen y así creen “riqueza y empleo”; de que los sindicatos de trabajadores constituyen el gran problema de las sociedades democráticas contemporáneas…
Esperanza Aguirre, a la que nadie le puede negar una cierta y chulesca franqueza, ha proclamado hasta la saciedad su admiración por Thatcher. Las tres o cuatro ideas primarias que ha manejado, y maneja, la Lideresa madrileña proceden del thatcherismo y podrían resumirse en una sola: hay que regular más –y, en consecuencia, limitar– el ejercicio de las libertades y los derechos de los ciudadanos, a la par que hay que desregular –y, en consecuencia, incentivar– los negocios de los amigos. Aguirre se proclama “liberal”, pero no lo es en absoluto en las cuestiones de la vida privada y el ejercicio de las libertades del común de los mortales, como tampoco lo es a la hora de permitir que los profesionales de los medios de comunicación actúen con independencia y profesionalidad. Autoritaria e intervencionista las más de las veces, Aguirre sólo aplica el laissez faire, laissez passer a la hora de que sus amigos, los liberales de mamandurria, se llenen los bolsillos.
Bendecido por la estrepitosa caída de aquel desastre de totalitarismo e incompetencia que era la Unión Soviética, el thatcherismo-reaganismo de los 1980 ha sido la ideología dominante en el final del siglo XX y el arranque del XXI. Pero Estados Unidos, Europa y muchos otros llevan ya unos años pagando sus platos rotos. Aquellos polvos trajeron los lodos de la especulación enloquecida, la crisis financiera y el actual ajuste de caballo. De esto último, Aguirre y los suyos no parecen haberse enterado, siguen creyendo que el capitalismo de casino es el fin de la historia. De ahí que estén tan contentos porque Madrid vaya a convertirse en Las Vegas.
Categorías