Este relato de Javier Valenzuela fue publicado en el libro colectivo «La pelota sí se mancha. 101 historias del fútbol mundial». Coordinado por el periodista Carles Senso y publicado en la primavera de 2025 por la fundación y editorial Vinatea, los ingresos de esta obra fueron destinados a las víctimas de la dana que asoló Valencia el 29 de octubre de 2024.
Albert Camus en el Parque de los Príncipes
Javier Valenzuela
Cuando ve venir al reportero, con un micrófono en la mano y seguido por un cámara listo para filmar, Albert Camus se esfuerza en borrar una mueca de desagrado y alarga la mano para estrechar la del reportero con la mayor cordialidad posible. Al fin y al cabo, él también fue periodista en sus años mozos.
—Señor Camus, somos de Actualités Françaises —dice el reportero—. Permítame felicitarle por su Premio Nobel.
—Muchas gracias. Pero si vienen ustedes a preguntarme por el Nobel, ya he dicho lo que tenía que decir. No estoy en los secretos de la Academia Sueca, no sé por qué me han escogido a mí. Creo que hay escritores franceses que se merecen este premio mucho más que yo. André Malraux para empezar.
—No se preocupe, no queremos hablar del premio. —El reportero sonríe—. Trabajamos para la sección de Deportes y queremos hablar de fútbol.
—Ah, bueno. —Camus devuelve la sonrisa—. En ese caso, podemos charlar unos minutitos.
Es la tarde de un domingo de finales de octubre de 1957 y Camus, con su gabardina cruzada sobre una camisa blanca y una corbata oscura, se parece más que nunca a Humphrey Bogart. El Racing Club de París recibe al Mónaco en su estadio del Parque de los Príncipes y el árbitro acaba de pitar el final de una primera parte que ha terminado con empate a un gol. Se adelantó el equipo parisino en el minuto tres, pero el monegasco logró igualar el encuentro con un disparo que se le escurrió tontamente al cancerbero local.
—¿Qué le ha parecido el fallo del portero del Racing? —pregunta el reportero.
—No hay que ser muy severo con él. Esas cosas pasan. —Una luz pícara brilla en los ojos de Camus—. A mí también me pasaban.
—Porque usted jugaba de portero en un equipo argelino, ¿verdad?
—Sí, de niño jugaba de delantero en la Asociación Deportiva Montpensier y se me daba bien el regate. Pero cuando, ya adolescente, entré en el RUA, el Racing Universitario de Argel, lo hice de portero. Mi familia era pobre y mi abuela pensaba que el portero gasta menos las suelas de las botas que los demás.
—¿Era un buen portero?
—No era malo. Igual podría haber sido futbolista profesional en vez de escritor, pero tuve que dejarlo a los 17 años, cuando me diagnosticaron una tuberculosis. Pero, ya lo ve, sigo siendo un gran aficionado al fútbol, lo que muchos de mis colegas de la Rive Gauche consideran un vicio impropio de intelectuales. Por demasiado popular, demasiado democrático.
—¿Y qué les dice usted a esos colegas de la Rive Gauche?
—No gasto mucha saliva con ellos hablando de esto. —Camus se pinza el labio inferior con los dedos índice y pulgar de la mano derecha— Pero a usted sí que le diré que casi todo lo que sé de la moral humana lo he aprendido en el fútbol. Es una magnífica metáfora de la vida. Está basado en el deseo de victoria, pero esta solo se consigue desde la solidaridad del equipo y su resistencia a la adversidad.
—Y ahora usted es seguidor del Racing de París…
—Pues sí. Su camiseta es como la del RAU argelino: rayas horizontales celestes sobre fondo blanco. Como espectador me sigue pasando con el Racing lo que me pasaba como jugador con el RAU: la alegría de la victoria cuando proviene del esfuerzo, el estúpido deseo de llorar después de la derrota.
Camus explora el bolsillo de su gabardina, saca un paquete de Gitanes y una caja de cerillas, enciende un pitillo y se lo lleva a la comisura de los labios, esperando la siguiente pregunta del periodista.
—El trabajo del portero —termina diciendo este— es muy diferente al de sus diez compañeros. Los demás se pueden apoyar y corregir, pero el portero está solo en la frontera que separa la gloria del bochorno. ¿Qué aprendió usted en ese puesto?
Camus rompe a reír, una risa franca y alegre.
—La soledad del portero forja carácter —responde—. Lo que yo aprendí es que el balón no siempre viene por donde lo estás esperando. Fue una gran lección vital: la gente no siempre es recta, no siempre viene de frente.
De repente, las gradas del Parque de los Príncipes, abarrotadas por 35.000 espectadores, rompen a aplaudir. El Racing y el Mónaco han saltado de nuevo al terreno de juego. Camus le dice en tono cómplice al reportero:
—Tenemos que ir terminando, ¿no le parece?
—Por supuesto, señor Camus. ¿Tiene un último mensaje para los espectadores de Actualités Françaises?
—Que sean felices cuando puedan serlo. Que no se avergüencen de ser felices. Yo soy feliz bailando, nadando en el Mediterráneo, viendo el fútbol.
Cuarenta minutos después, el Mónaco iba ganándole al Racing por tres a dos. El equipo de Camus tuvo entonces la posibilidad de empatar en un penalti a su favor, pero el portero visitante detuvo el balón y confirmó así la victoria de los suyos. Las cosas del fútbol, debió pensar el flamante Premio Nobel.
