Abriendo puertas y ventanas
Underground y contracultura en la Cataluña de los 70
CentroCentro, plaza de Cibeles 1, Madrid
Hasta el 12 de febrero de 2023
JAVIER VALENZUELA, MAKMA 24 10 2022
Éramos muy jóvenes, entre 16 y 30 años, y queríamos cambiar el mundo y también la vida. El mundo, en el sentido de más libre y justo; la vida, en el sentido de más fraternal y gozosa. Estábamos hasta las narices del régimen franquista, que había cubierto de tristes nubarrones nuestras infancias y adolescencias. Habíamos crecido entre censuras y prohibiciones y queríamos respirar a pleno pulmón. Que nadie nos impidiera ser como quisiéramos, siempre que no dañáramos a nadie. Que nadie nos impidiera hacer lo que quisiéramos con la misma salvedad.
Barcelona era entonces la capital ibérica de todas las efervescencias. Era una ciudad más liberal, tolerante y creativa que el Madrid en blanco y negro del general Franco y sus herederos. Era un polo magnético para disidentes, heterodoxos y vanguardistas, allí se podían decir y hacer muchas más cosas que en la villa y corte.
Fue, pues, natural que en Cataluña se produjeran las primeras expresiones de rebelión ideológica y cultural, los ensayos de fusión entre el antifranquismo, los viejos sueños libertarios de Bakunin y las contemporáneas insurrecciones vitales. El Mayo del 68 parisino, los hippies de California y Ámsterdam, la literatura beatnik, el cómic de Robert Crumb, la música de Jimi Hendrix y tantas otras transgresiones producidas allende nuestras fronteras, nos enseñaban que no solo se trataba de acabar con la dictadura, sino también de sintonizar con lo último que ocurría en Europa y Estados Unidos. De conseguir la igualdad de mujeres y homosexuales, de promover el ecologismo, de despenalizar el sexo y las drogas, de promover un arte no adocenado ni subvencionado, de liberar nuestros cuerpos y mentes.
Lo cuenta muy bien, es decir, de modo claro, entretenido y pedagógico, la exposición “Underground y contracultura en la Cataluña de los años 70”, que tras estrenarse en Barcelona, puede verse en el número 1 de la madrileña Plaza de Cibeles hasta el próximo 12 de febrero. Pepe Ribas y Conti Casanova, que vivieron en primera línea aquella época, son sus comisarios. El arquitecto Dani Freixes, el autor de su diseño museográfico.
Por una venturosa combinación astral de edad, voluntad personal y buena suerte, viví en directo la movida catalana de los años70 y luego la madrileña de los 80. En la década de 1970, yo vivía en Valencia, donde hacía mis pinitos periodísticos, y tenía a Barcelona como el recaferente peninsular en materia de ideas, arte y cultura. Así que cuando compré el primer número de una revista allí editada que se llamaba Ajoblanco, pensé que sería maravilloso publicar en sus páginas. Lo conseguí enseguida tras enviarle un texto a Pepe Ribas, su director.
Lo confieso: recorriendo el otro día la exposición de Cibeles, me dominaba un sentimiento de orgullo por haber formado parte de aquella aventura colectiva. Gracias a la generosidad de Pepe, Toni Puig, Fernando Mir y Luis Racionero, pasé largos períodos en aquella Cataluña en ebullición, conocí al gran Ocaña en Las Ramblas y coordiné con Amadeu Fabregat el pagano, descarado y divertido especial Fallas 1976 de Ajoblanco. En aquella etapa, publiqué muchos artículos en la revista, llegué a formar parte de su colectivo editorial y participé en las Jornadas Libertarias Internacionales de Barcelona de julio de 1977. Fui feliz, muy feliz.
Medio millón de personas acudieron a las Jornadas Libertaria, la mayor y más libérrima fiesta popular vivida en la Europa del siglo XX. Los que estuvieron allí saben de lo que hablo: en el parque Güell se discutió, se bailó, se bebió, se fumó marihuana y se folló sin la menor restricción durante dos días. Ningún policía –ninguno uniformado, quiero decir- osó presentarse allí para coartar la voluntad de los participantes. Y no hubo ni un solo robo, ni una sola violencia. La prensa, siempre mayoritariamente de derechas, quedó decepcionada: no pudo llevarse un solo incidente a los titulares.
Como dije, la exposición de Pepe y Conti Casanova es muy pedagógica. Usa abundante material gráfico y audiovisual –más de 700 fotos, portadas, carteles y filmaciones- para contar, en buen orden y con muy comprensibles paneles explicativos, las distintas fases de aquella movida. La llegada de los hippies a Ibiza, el primer Canet Rock, la aparición la revista Star, el nacimiento de Els Comediants, la eclosión del comix, las personalidades de los valientes Ocaña y Nazario, los conciertos de Zeleste, la persecución de Els Joglars, las comunas pioneras, el nacimiento de Ajoblanco, la resurrección de la CNT y los Ateneos Libertarios, la creación de radios libres, las primeras manifestaciones feministas y LGTBI, la lucha contra las nucleares, las Jornadas Libertarias… Y el final de todo, cuando los amos del cortijo decretaron a toque de cornetín que la fiesta debía darse por terminada.
La visita a la expo me ha suscitado dos reflexiones. Una general: se ha perdido el espíritu de crítica, irreverencia y experimentación que nos movía a muchos de los jóvenes de los años 1970 y 1980. Ahora dominan más bien el conformismo, el narcisismo y la competitividad. Perdimos la batalla de las ideas, para qué negarlo. Con altavoces mil veces más potentes, los amos les lavaron el cerebro a los nacidos en los años 70, 80 y 90. Les inculcaron que hay lo que hay, que no hay otro mundo ni otra vida posibles. Así que a prosperar en la empresa y a disfrutar tomando cervezas en las terrazas o viendo en casa realities y series. Esta es la única libertad que vale la pena.
Hoy sería imposible el pacífico desenfreno de las Jornadas Libertarias de Barcelona. Se alzarían en su contra el PP, Vox, los felipistas del PSOE, Ana Rosa Quintana, el comisario Villarejo y los demás tenores y sopranos de la España neoborbónica. La mayoría de la población también repudiaría semejante locura. Y es que, por paradójico que parezca, había más libertad en la segunda mitad de los años 70 y la primera de los 80 que ahora. O, mejor dicho, había más ganas y más valor en la lucha por la libertad.
Muchas de las acciones recogidas en la muestra “Underground y contracultura en la Cataluña de los años 70”, acciones sin patrocinadores públicos o privados, se pagaron con multas, secuestros, palizas, detenciones y encarcelamientos. Por ejemplo, a los que hicimos el Ajoblanco fallero nos procesaron por escándalo público y nuestras efigies fueron quemadas en las calles de Valencia en marzo del año siguiente. Lo segundo nos divirtió, lo vimos como un castigo festivo a un acto festivo.
Mi segunda reflexión es más personal: no le quito una coma a nuestro ánimo aventurero y antiautoritario. Abrimos muchas puertas y ventanas, aunque bastantes pronto fueran cerradas por una España que prefirió la ley y el orden, la pereza y el conservadurismo. Sin embargo, no me dejo dominar por la melancolía de lo que fue y dejó de ser, de lo que pudo ser y no fue. Teníamos razón: esta muestra confirma que las ideas y los sentimientos que nos impulsaban siguen siendo tan frescos como necesarios.