Hay gente que critica estos días a Pablo Iglesias por no aprovechar los atentados del 13 de noviembre en París para sumarse al pacto antiyihadista suscrito por Mariano Rajo y Pedro Sánchez a raíz de la matanza de Charlie-Hebdo. No soy de ellos: me temo que ese pacto está vacío de cualquier contenido que pueda ser útil en la lucha contra ISIS, Al Qaeda y semejantes. Si lo único que contiene es la amenaza de cadena perpetua para esos bárbaros, estamos apañados. Los yihadistas, como ha recordado el general (o ex general) Julio Rodríguez, asumen el suicidio. Lo hacen, añado yo, casi con alegría. ¿Se han fijado en que no se rinden jamás? Hacen explotar sus cinturones en cuanto se ven acorralados. Lo hicieron en el piso de Leganés tras el 11-M madrileño y en París tras los atentados de Charlie-Hebdo y el pasado viernes. Les espera ese paraíso repleto de goces carnales del que les hablan sus predicadores.
Los políticos profesionales tienen una tendencia irresistible a hacer alharacas tras atentados brutales. El gobernante recibe en su palacio al líder de la oposición para hacerse juntos una foto; se anuncian “pactos de Estado” que son tan eficaces como la declaración de Miss Kentucky a favor de la paz mundial; se convocan cumbres internacionales a las que hay que acudir con el rostro grave y el verbo contundente; se desencadenan guerras que suelen ser muy contraproducentes (recuérdese la de Irak, uno de los polvos de los que proceden los lodos de ISIS); se recortan los derechos y libertades de las víctimas, o sea, todos nosotros, los pacíficos ciudadanos de unas democracias cada vez más escuetas…
Los políticos están pensando en sus minutos en los telediarios, en que el exhibicionismo de rapidez y firmeza les hace ganar puntos en los sondeos y en las próximas elecciones. Lo piensa el gobernante, aunque, como en el caso de un Rajoy que apoyaba la guerra de Irak y negaba que el 11-M hubiera sido obra de yihadistas, tenga escasa credibilidad en esta materia. Y lo piensan esos jefes de la oposición ansiosos por realzar su perfil de estadista y cosechar editoriales favorables de la prensa conservadora.
Llevamos quince años o más afrontando la barbarie yihadista y las cosas no van a mejor. Y no es precisamente porque no se haya usado la fuerza bruta. Ejércitos occidentales han invadido las tierras de Afganistán e Irak y han actuado o actúan en Yemen, Somalia, Libia, Irak y Siria, por no hablar del recurrente castigo israelí a Gaza. Los drones de Obama no paran de disparar misiles allí donde la CIA sospecha que hay escondida gente muy mala. Nuestros gobiernos han creado los presidios de Guantánamo y Abu Ghraib, han legalizado en la práctica los secuestros y las torturas, practican el espionaje sistemático de todos y cada uno de los habitantes del planeta… Ahora anuncian que van a reforzar los bombardeos en el avispero sirio… Y sin embargo, ¿nos sentimos más seguros que el 11-S?
A los que proponemos un combate tan intenso como inteligente contra el yihadismo, se nos acusa estos días de desear que nos sentemos todos en una plaza llevando flores y cantando Imagine a la espera de los próximos atentados. Esta zafiedad no tiene un pase ni tan siquiera como comentario de taberna o, lo que empieza a ser lo mismo, de tertulia televisiva. Fíjense en que he escrito combate –lo cual implica acción–, aunque, sí, le he añadido inteligente, faltaría más. Detesto con toda mi alma a los yihadistas. Por mí y por mi gente en Europa, amenazados en nuestras libertades y hasta en nuestras vidas por ese delirio criminal. También por mis amigos en el mundo árabe y musulmán, que son sus víctimas cotidianas. Pero reivindico el Siglo de las Luces, el uso de la razón contra la sinrazón, ¿les parece mal?
No derramé la menor lágrima por la muerte de Bin Laden. Pero no olvido que aquello fue fruto de una operación de espionaje a la antigua usanza, no de ir bombardeando aquí y allá a ver quién cae. La realidad está pidiendo a gritos una notable mejora de la eficacia de nuestros servicios policiales y de espionaje. Washington no se olió el 11-S, aunque los terroristas habían sido detectados entrenándose para pilotar aviones en Florida sin pasar por las clases de aterrizaje. Jorge Dezcallar confiesa en un libro recién publicado que el CNI no tenía la menor idea de que unos malnacidos andaban preparando el 11-M, aunque España se hubiera sumado a la guerra de Irak y Bin Laden la hubiera designado explícitamente como un objetivo para la violencia de sus seguidores. Los terroristas del viernes en París eran bastantes –algunos fichados– y andaban trapicheando con explosivos y Kalashnikov en un país en estado de máxima alerta desde la matanza de Charlie-Hebdo. ¿De veras no piensan los políticos profesionales que aquí hay materia para mejorar?
Es difícil, lo sé, pero también sería bueno que esos políticos profesionales le confesaran la verdad a la buena gente angustiada por la sucesión de matanzas: Nueva York, Casablanca, Marrakech, Madrid, Londres, Bombay, Túnez, Ankara, Beirut, París… Le dijeran que van a reforzar la seguridad de inmediato y sin minar la democracia, pero que la peste del yihadismo no puede erradicarse en un santiamén. Tiene causas complejas, lleva décadas creciendo en el mundo árabe y musulmán y ha terminado alcanzando en Europa a algunos jóvenes procedentes de la inmigración. No se puede deshacer ese inmenso entuerto con sobresaltos tacticistas, se precisa una auténtica estrategia, un pensamiento y una acción a largo plazo. Hace falta tiempo y un trabajo laborioso que incluya acciones no sólo policiales y militares, sino también políticas, culturales y socioeconómicas. De lo primero hemos tenido y tendremos; de lo segundo apenas se habla en lasphoto opportunities de los palacios ni en los platós televisivos.
¿Cuál es la alternativa si no? ¿Deportar a todas las personas de origen musulmán que viven en Europa y América como hicieron los Reyes Católicos con los sefardíes?¿Gasearlos en campos de concentración como hizo Hitler con los judíos? ¿Terminar bombardeando con armas nucleares todo el universo islámico hasta que no quede nadie vivo? ¿Es eso lo que proponen los que hacen las estúpidas bromitas sobre Imagine? ¿Es lo que piensan en su fuero interno los que dicen que todos los musulmanes son irremediablemente fanáticos y violentos?
Quizá sea lo que piensen algunos. Quizá sueñen con un Occidente de fascismo de cuello blanco que, usando la islamofobia allí donde el anterior usó el antisemitismo, reverdezca frente a la yihad los laureles de las cruzadas. En ese caso, lamento decirles que eso, exactamente eso, es la reacción que buscan los apocalípticos de ISIS, Al Qaeda y compañía.
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