La Europa institucional que, en los días anteriores al referéndum, se encaró con Grecia, no es aquella a la que se sumó con entusiasmo la España recién salida del franquismo y con la que los ciudadanos de este país nos hemos identificado durante el último cuarto del siglo XX y el arranque del XXI. Aquella Europa era un club, una familia incluso, en la que no se dejaba abandonado en la cuneta a ningún miembro en dificultad. Renunciabas a parte de tu alma y tu soberanía a cambio de tener garantizada la solidaridad del conjunto.
Ahora tenemos otra Europa: un Cobrador del Frac de los grandes bancos que repite como un loro esta cantinela: “Las deudas hay que pagarlas”. Por supuesto que hay que pagarlas, pero, en el seno de un club, ya no digamos de una familia, cabe discutir sobre nuevos plazos e intereses si el deudor está asfixiado, ¿no? Hasta puede plantearse la posibilidad de una quita como la que el Acuerdo de Londres de 1953 concedió a una Alemania exhausta.
¿Qué ha pasado para que el Sueño Europeo se haya convertido en una pesadillesca Señorita Rottenmeier? ¿Por qué cada vez más españoles y europeos ven a la Unión Europea como un ente rígido, amargado e implacable que exige dolorosos sacrificios a pueblos enteros con tal de que los bancos se cobren sus intereses y recuperen su capital en los plazos y condiciones inicialmente acordados, sin la menor flexibilidad? ¿Cuándo se jodió nuestro Perú?
La Europa institucional ha tratado al gobierno y el pueblo griegos con una chulería repugnante. Se les ha culpado de los delitos de pereza, derroche y corrupción. Se les ha amenazado con los males más terribles si tenían la osadía de ejercer la democracia directa y, ya no digamos, decir ‘No’ a una propuesta asfixiante. Se les ha negado dos hechos capitales: el primero, que el gobierno de Tsipras lleva apenas unos meses en el cargo; el segundo, que es el pueblo griego el que está pagando la factura de los errores cometidos por los prestamistas, las agencias de auditoría y calificación, las instituciones europeas y los dos partidos locales afines a la Señorita Rottenmeier que gobernaron Atenas durante lustros.
¿Cómo hemos pasado de una Alemania europea a una Europa alemana? ¿Por qué Alemania está obsesionada con el fundamentalismo contable como ideología y la presentación de la factura como política? ¿Qué ocurrió para que París se convirtiera en mero subalterno de Berlín? ¿Dónde está la voz propia de la socialdemocracia europea tradicional?
El euroescepticismo ya no es patrimonio exclusivo de unos británicos demasiado apegados a su libra, su circular por la izquierda y su relación particular con Washington. El euroescepticismo se extiende como mancha de aceite por el continente. ¡Y con motivos! Millones de europeos, sobre todo en los países meridionales, llevamos muchos años de sufrimiento a causa de unas políticas austericidas que ni generan crecimiento y empleo ni reducen las deudas. Entretanto, los bancos en dificultades por su codicia aventurerista son rescatados con nuestros impuestos. Entretanto, los millonarios y las grandes empresas aumentan sus fortunas.
¿Era esto la Unión Europea a la que los españoles dimos un abrumador ‘Sí’ en el referéndum de febrero de 2005? Creo que no. Creo que aquella Unión exigía rigor, laboriosidad, pago de impuestos y renuncias de soberanía a cambio de asegurar a sus individuos la protección social, y a sus pueblos, la ayuda colectiva en caso de apuros. El contrato se rompió unilateralmente desde arriba.
Y sin embargo, los griegos siguen siendo europeístas. Dejaron claro que su masivo Oxi del domingo no era ni al euro ni a la Unión Europea. Bastaba con escucharles para comprender que ese Oxi iba dirigido a la última propuesta de las instituciones, a un austericidio tan doloroso como fracasado y, sí, también a los intereses que representa Frau Merkel. Por si cabía la menor duda, Varoufakis lo subrayó con su dimisión del lunes. Grecia quiere negociar su continuidad en el club, y si el problema soy yo, pues ya no lo tienen, dijo Varoufakis con la claridad celeste de un amanecer en el Egeo.
Servidor también sigue siendo europeísta. Por eso no me gusta esta Europa que no hace honor a lo que ese nombre empezó a significar tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso quiero que el Sueño Europeo se encarrile de nuevo, comenzando por un acuerdo fraternal con Grecia.