Se les llena la boca exaltando la empresa privada, fuente inagotable, dicen, de riqueza y empleo, pero hacen fortunas apegados a las ubres públicas, de las que despotrican hasta el vómito. Son una peculiar subespecie de la actual y nutrida picaresca española a la que podríamos denominar “liberales de mamandurria”, auténticos artistas de la contrata, la concesión, la adjudicación, la recalificación, el pelotazo y el crédito rápido y barato al amiguete; peritos en el uso y abuso de cualquier instrumento legal o paralegal que les permita llevarse a las arcas propias la pasta de los contribuyentes o los depositantes.
Pongamos que hablo de Madrid. Pongamos que hablo de gente como Gerardo Díaz Ferrán, Arturo Fernández, Miguel Blesa y compañía.
A los liberales de mamandurria madrileños les fue muy bien al amparo de su lideresa política, Esperanza Aguirre, la Margaret Thatcher chulapa. Ellos eran los modelos de emprendedores ensalzados por el aguirrismo, esa castiza mezcolanza de palabrería económica liberal con saqueo del patrimonio y las rentas públicas, esa supuesta modernidad ideológica -el anti-Mayo del 68, dicen- que rezuma el patrioterismo, el autoritarismo y el celo de censor más rancios. Sí, ellos, los Díaz Ferrán, Arturo Fernández, Blesa y compañía eran los titanes de la prosperidad madrileña; de ellos había que aprender, a ellos había que apoyar. Con sinecuras si era menester.
Ahora Díaz Ferrán y Blesa duermen en la cárcel, Arturo Fernández sale en las noticias como presunto defraudador y muchos otros de estos pícaros carpetovetónicos de cuello blanco aparecen en los sumarios de Gürtel y Bárcenas.
Vivir de lo público como un pachá privado no es nuevo, por supuesto; lo nuevo de los liberales de mamandurria es pretender ser muy fashion con un discurso permanente contra lo público. Ay, qué felices fueron el día que descubrieron el neoliberalismo anglosajón en algún editorial del Financial Times que les tradujo un yerno políglota; qué alborozo el suyo el día en que el PP de Aznar lo adoptó como doctrina oficial de la derecha española y comenzó a promover la carrera política de Esperanza Aguirre.
Hace diez años una sombra les ocultó por un momento el velazqueño cielo primaveral de Madrid. Un socialista mindundi llamado Rafael Simancas iba a arrebatarle a Esperanza Aguirre la presidencia de la Comunidad para la que estaba predestinada por el mismísimo Aznar. Millones de beneficios en materia de ladrillo iban a evaporarse si el mindundi llegaba a la Puerta del Sol y cumplía su promesa de terminar con la especulación inmobiliaria. La conjura que lo impidió se llamó “tamayazo” y de ella informa el número de junio de tintaLibre.
Reaparecido el cielo despejado, prosperaron los negocios. Se abolió el impuesto de Patrimonio; los empresarios del ladrillo construyeron por todas partes; la Caja Madrid de Blesa dio prestamos a manos llenas; la trama Gürtel interpretó el Padrino en Pozuelo y otros municipios; llovió un maná de dinero de los contribuyentes sobre escuelas y hospitales privados; Díaz Ferrán montó a crédito un imperio empresarial y se hizo con el caudillaje de la patronal española; su concuñado Arturo Fernández ganó un pastizal con la concesión de restaurantes de instituciones públicas…
Entretanto, desde la controladísima televisión pública madrileña, algunos presentadores y tertulianos, propagandistas del aguirrismo, oliéndole el aliento a whisky y cocido, despotricaban de lo público. Eso sí, pagados, muy bien pagados, por los contribuyentes.
Ninguno de ellos creó patentes, industrias, servicios nuevos. No, lo de inventar seguía siendo cosa de extranjeros. Pasado el momento de la palabrería, a la hora del negocio real, los liberales de mamandurria iban a lo de siempre: el ladrillo, el turismo y la hostelería y hasta los toros. Agradecidos, devolvían sobres a sus protectores políticos. A la Fundescam, la fundación que financiaba las campañas de Aguirre. Al señor Bárcenas, de la calle Génova.
Jaleado por un influyente diario madrileño de centro-derecha, el liberalismo de mamandurria de Aznar y Aguirre (tanto monta, monta tanto) vuelve a ofrecerse ahora como alternativa al liderazgo del flojeras de Rajoy en las filas conservadoras españolas. Su programa es el de siempre: más desregulación, más privatizaciones, menos impuestos para los ricos y las grandes empresas. Qué felicidad: podemos volver a soñar con un futuro rosa de nuevas burbujas. Como, por ejemplo, la de ladrillo, tabaco, alcohol y putas prometida por Eurovegas a Madrid, donde el aguirrismo sigue reinando, a través ahora del sucesor designado a dedo, Nacho González.
¿Y qué pensará de todo esto Díaz Ferrán desde la cárcel de Soto del Real? Porque, sí, ahí duerme ahora este paladín del liberalismo de mamandurria, el genio que compró una aerolínea por un euro para relanzarla luego con dinero público, el que pedía abaratar el despido mientras le soltaba 1´9 millones de euros a su número dos en la patronal, el que decía que los españoles debían trabajar más y ganar menos, el que reconocía que jamás compraría uno de sus dudosos billetes de avión, el que soltaba que Esperanza Aguirre era “cojonuda”.
¿Qué rumiará Arturo Fernández? No el actor, sino el concuñado de Díaz Ferrán, el amigo de Aguirre y Nacho González, el presidente de la patronal madrileña, el empresario acusado el pasado febrero de pagar en negro a parte de sus trabajadores. “¿Debo a la Seguridad Social? Pues sí, a mucha honra”, soltó. Genio y figura, liberalismo auténtico el de este hombre: los impuestos y las cotizaciones sociales son para los pobres; los ricos deben quedar exentos de esas cargas, faltaría más. Qué pena que la mamandurria empañe tan acrisolado liberalismo, que el grueso de sus negocios consista en la explotación de servicios de restauración en la administración del Estado, que su imagen de marca con el cazador decore los comedores del Congreso de los Diputados, la Asamblea de Madrid, IFEMA, el ICO, RTVE…
¿Cuáles serán los pensamientos del atildado Blesa, puesto al frente de una entidad financiera pública, Caja Madrid, por su compañero de pupitre Aznar? Él, que fue tanto en el liberalismo de mamandurria madrileño, también duerme ahora en la cárcel de Soto del Real. No lejos de Díaz Ferrán, al que nunca negaba unos milloncejos a crédito, aunque aún no hubiera devuelto los anteriores. Que el amigo Gerardo necesita una ayudita, pues, adelante, claro está. ¿Son suficientes 26 millones de euros? ¿Sí? ¡Hágase!
“Se tienen que terminar los subsidios, las subvenciones y las mamandurrias”, proclamó Esperanza Aguirre en 2012, poco antes de cederle a su querido Nacho González el despacho presidencial de la Puerta del Sol, y tras dos décadas de no haberse apeado de un coche oficial pagado por los contribuyentes. Está claro, doña Esperanza, las mamandurrias se tienen que terminar -se están terminando ya- para los pobres. Pero las destinadas a amiguetes son otra cosa: son creación de riqueza y empleo, puro liberalismo en acción. ¡Olé, olé y olé, Lideresa!
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