La diferencia entre un delincuente millonario y un respetable empresario es “sólo una cuestión de tiempo”. La idea es de Meyer Lansky (Bielorrusia, 1902 – Miami, 1983) y fue formulada así en una cumbre de capos de la Mafia estadounidense: “No os preocupéis, no os preocupéis. Mirad a los Astor, los Vanderbilt y toda esa gente de la alta sociedad. Fueron los peores ladrones y miradles ahora. Es sólo una cuestión de tiempo (It’s just a matter of time)”.
Anoche me acordé de Meyer Lansky cuando leí en elplural.com que los promotores norteamericanos de Eurovegas están encantados con las facilidades que les ofrecen los gobernantes de Madrid para que instalen su negocio en Alcorcón o cualquier otro lugar de la comunidad autónoma que les venga bien. Podrán trucar sus ruletas, expulsar a los jugadores que ganen demasiado, saltarse a la torera las leyes sobre el tabaco y la prostitución y tener directivos con antecedentes penales. Además, el proyecto que dirige Sheldon Adelson recibirá dinero público (hasta 9.000 euros) por cada empleado que contrate y prácticamente no tendrá que pagar impuestos.
Desde el punto de vista español, he aquí un remake de Bienvenido Mr. Marshall, en el que Ignacio González encarnaría al paleto codicioso interpretado por Pepe Isbert en el filme de Berlanga. Las fotos del tal González saludando obsequiosamente a Sheldon llevan la música y la letra del “Americanos, os recibimos con alegría, olé mi madre, olé mi suegra y olé mi tía”.
Desde el punto de vista noir, tal obsequiosidad recuerda a la alfombra roja que la Cuba de Batista le desplegó a la Mafia estadounidense cuando, en los años 1950, expandió sus negocios de hoteles y casinos desde Las Vegas a la isla caribeña.
Meyer Lansky fue el cerebro y el director ejecutivo de esta ampliación. Era desde hacía unos años el financiero de la Cosa Nostra, el tipo que había inventado el principal sistema de lavado del dinero negro de las familias mafiosas. En los años 1940, junto a Bugsy Siegel, convenció a los capos para que invirtieran en la incipiente ciudad del juego de Las Vegas, empezando por el hotel y casino Flamingo. En la década siguiente, junto a Lucky Luciano, llevó esa fórmula a la Cuba de Batista. Así nacieron, entre otros, el Montmartre Club, el Cabaret Sans Souci y los hoteles y casinos Riviera, Nacional, Sevilla-Baltmore, Commodoro, Deauville y Capri.
Lansky tenía una gran visión: La Habana estaba destinada a ser la capital mundial del juego, la droga y la prostitución, un negocio mucho mayor que Las Vegas. A él le gustaba la ciudad y terminó convirtiéndose en uno de sus vecinos más notorios. Vivía en el hotel Nacional, hablaba pausadamente, daba muy buenas propinas, vestía con atildamiento, y casi siempre de gris, y se le atribuían amoríos con una muchacha llamada Carmen, dependienta de El Encanto.
Batista, por su parte, también tenía una gran visión: los hoteles, casinos y salas de fiesta de Lansky y los suyos aportaban «riqueza y empleo». En los años 1950, Batista cambió las leyes cubanas para conceder patente de corso a todo el que invirtiera 1 millón de dólares en un hotel o 200.000 euros en un club nocturno. Además, se les concedían 10 años de exención de impuestos. Por supuesto, Batista y su camarilla recibían las correspondientes comisiones en efectivo.
La revolución castrista terminó abruptamente con esta fiesta. A comienzos de enero de 1959, Castro entró triunfalmente en La Habana, de donde ya habían volado Batista y Lansky. El nuevo régimen cerró los casinos, nacionalizó los hoteles y salas de fiesta y prohibió las apuestas. Lansky perdió personalmente muchos millones de dólares de la época; los jefes de las familias, también. En los años siguientes, la Mafia colaboró activamente con la CIA en los intentos de asesinar (el helado envenenado, el puro explosivo…) o derrocar a Castro.
James Ellroy, el escritor con más derecho a proclamarse hoy el heredero de Hammett y Chandler, recreó literariamente esos intentos en su trilogía Underworld USA. En Si los muertos no resucitan, Philip Kerr ha introducido directamente a Meyer Lanksy como uno de los personajes de la novela. “La influencia política no tiene precio y Lansky lo sabe más que de sobra”, le dice alguien en un momento determinado a Bernie Gunther, el protagonista.
Lansky no ha cesado nunca de salir en la gran pantalla en las últimas décadas. Su personaje ha sido interpretado por Dustin Hoffman (La ciudad perdida, de Andy García), Robert de Niro (Érase una vez en América, de Sergio Leone) y Ben Kingsley (Bugsy, de Barry Levinson). Y es Lansky en quien está inspirado el personaje ficticio de Hyman Roth de la segunda entrega de El Padrino.
Buena parte de los documentos del FBI sobre Meyer Lansky son hoy accesibles al público.