Viví mis primeros 21 años bajo la dictadura de un militar que hizo de España un cuartel (católico, por añadidura). Pasé los siguientes en una España que intentaba construir una democracia bajo la amenaza permanente del ruido de sables. Estaba en Valencia el 23-F y durante unas horas fui secuestrado por las tropas de Milans del Bosch. Y un día, hacia medidos de los años ochenta, descubrí con asombro que el miedo a los militares ya no formaba parte de mi vida. Nunca se le agradecerá lo suficiente a Felipe González y sus gobiernos el haber hecho desaparecer de España de un modo tan rápido y poco traumático la llamada “cuestión militar”.
Este martes, 12 de Octubre, los militares desfilan por el centro de Madrid. Los veo como la inmensa mayoría de mis compatriotas, como unos profesionales que han hecho una admirable reconversión. Ni se me ocurre pensar en ellos como un factor distorsionante de mi vida privada o de la vida política de mi país.
No se puede decir lo mismo de los jueces. Los jueces me dan miedo. Me da miedo caer en manos de uno que utilice arbitrariamente contra mí su inmenso poder, me da miedo su constante injerencia reaccionaria en nuestra vida ciudadana. Sí, los gremios que ahora siguen pesando como losas en nuestras vidas cotidianas (las privadas y las que desarrollamos en el espacio público) son los magistrados, los banqueros, los grandes empresarios, las multinacionales, los especuladores financieros internacionales, los fabricantes de armas, las agencias de espionaje poderosas y las iglesias fundamentalistas. Pero no los soldados de España.