Estigmatizar, colgar sambenitos, marcar con un sello infamante, es algo más bien propio del espíritu inquisitorial. Desde los albores de la humanidad y, desgraciadamente, hasta hoy mismo, muchos grupos humanos han sufrido esta actitud por parte de otros más poderosos. Los judíos han sido secularmente víctimas de tal atrocidad y han sufrido en sus carnes cómo de la marca denigrante se pasaba a la eliminación física: el auto de fe, el pogromo,
Los últimos en sufrirlo hemos sido Sami Naïr y yo mismo. Hace unos días, Naïr, en un artículo publicado en «El País» sobre el primer aniversario de Obama, y yo, en otro aparecido en el mismo diario sobre cómo mejorar la eficacia de la lucha contra Al Qaeda, aludimos de pasada a lo que entendemos como poco cooperativa actitud del actual Gobierno de Israel (una coalición de derechistas y ultraderechistas) con la visión estratégica del presidente de Estados Unidos. Pues bien, el embajador de Israel en Madrid se apresuró a enviar una carta al director de «El País» en la que, tras unas más bien demagógicas disgresiones sobre asuntos de los que no hablábamos Naïr y yo (el cambio climático, el programa nuclear iraní…), concluía con lo que da toda la impresión de ser su verdadero objetivo: amalgamar, identificar, asociar las críticas a políticas específicas del presente Gobierno israelí con aquellos que, tiempo atrás, culpaban a los judíos de todos los males de
La infamia es de grueso calibre. Resulta que el embajador intenta estigmatizar a dos personas de trayectorias manifiestamente antifascistas (sí, de aquellas que desde que tienen uso de razón detestan a Hitler, Mussolini, Franco, Petain y compañía, de las que no toleran, ni de broma, el menor negacionismo en relación al Holocausto). Dos personas que siempre han expresado su admiración por los muchísimos frutos que tantísimas personalidades judías han aportado a
El error es grosero. Asociar con el antisemitismo cualquier discrepancia con las políticas concretas de un gobierno israelí concreto puede ser una forma peligrosa de banalizar el Holocausto -la matanza real, para nada imaginaria, de millones de judíos- y las persecuciones -reales, para nada imaginarias- sufridas por los judíos durante siglos en muchos países de Europa, incluida en aquella España de Torquemada y los Reyes Católicos que, por cierto, siguen reivindicando hoy algunos ciudadanos carpetovetónicos incondicionales de cualquier cosa que haga la derecha y la ultraderecha israelí. Como tantos amigos judíos de Israel y de todo el mundo, me temo que tal proceder es más bien contraproducente para la causa que dice defender.
En una carta al director de «El País», Sami Naïr sale hoy al paso de las muy desacertadas acusaciones, de aquellas del tipo «calumnia que algo queda», del funcionario israelí (¡cuánto añoramos los amigos de Israel a aquellos grandes embajadores en Madrid que fueron Shlomo Ben Ami y el recién fallecido Samuel Hadas!). Por mi parte, yo lo hago aquí.
Salud, salam aleikum, shalom.