We love you too / Sobre el discurso de Obama en El Cairo / publicado en elpais.com
Periodistas, analistas y representantes de la comunidad musulmana siguen el histórico discurso de Barack Obama en la embajada de EE UU en Madrid
JAVIER VALENZUELA | Madrid 04/06/2009 / elpais.com
«We love you», le gritó a Barack Hussein Obama alguien desde el público que asistía a su discurso en la Universidad de El Cairo. ¿Resonará esa declaración de amor a lo largo y ancho de la umma -la comunidad- árabe y musulmán? Pronto para saberlo. En cualquier caso, Obama empleó el tono y las palabras exactas para comenzar a poner fin a una relación entre Estados Unidos y ese mundo que él mismo calificó como de «tensión», «miedo» y «desconfianza» mutuas. Obama también abordó todos y cada uno de los temas conflictivos, sin escabullirse ni al hablar de por qué EE UU sigue en Afganistán, ni de la desastrosa e injustificada invasión de Irak, ni del mucho dolor de los palestinos, ni de la ausencia de democracia y derechos humanos en buena parte del mundo árabe y musulmán, ni de la necesaria igualdad de la mujer.
Donde resonó de inmediato el «We Love You» de El Cairo fue en la embajada de Estados Unidos en Madrid, donde una veintena larga de periodistas, profesores universitarios y figuras representativas de las comunidades musulmanes en España habían sido invitados a asistir en directo al discurso de Obama. En la posterior ronda de comentarios, sólo un conocido radiopredicador muy de derechas le puso un pero a la totalidad del discurso. En su opinión, Obama había hecho todo una exhibición de «debilidad» ante el, para él, peligrosísimo universo islámico. Al radiopredicador le había dolido en particular el que hubiera hecho una referencia a Al Andalus como modelo de convivencia, para lo que era la Edad Media, de culturas y religiones. Al Andalus, vino a decir, era una espantosa dictadura musulmana.
Le respondió súbito un prestigioso arabista: Obama había estado «brillante» y «valiente»; de hecho, había ido «más allá de lo que cabía esperar». En cuanto a los estereotipos negativos sobre el islam expresados por el radiopredicador, eran exactamente aquellos que el presidente estadounidense había denunciado desde el comienzo de su discurso en El Cairo. Ya se sabe, todo eso de religión de bárbaros, misóginos y terroristas, frente a la cual el cristianismo y el judaísmo deben aliarse en un combate planetario, un auténtico choque de civilizaciones. Lo de Bush, vamos.
«Obama se dirigió directamente a los corazones y las mentes de los musulmanes, y de un modo que pudieran entenderlo», señaló un periodista. Cierto: recordó sus propios orígenes familiares -una familia de Kenia con musulmanes-, citó abundante y apropiadamente el Corán, homenajeó los vínculos de EE UU Unidos con la umma, desde el primer reconocimiento diplomático de Marruecos hasta la presencia hoy en territorio norteamericano de millones de musulmanes pacíficos y prósperos.
Una analista de un think-tank observó: «No ha excluido ninguno de los temas espinosos que le esperaban en El Cairo». Correcto: habló del dolor que sintieron los norteamericanos en el 11-S y de cómo dieron inicialmente una respuesta correcta -Afganistán- para perderse luego en un despropósito -Irak-; reiteró su voluntad de retirar las tropas de Irak y cerrar Guantánamo; proclamó que trabajará para que los palestinos puedan tener su Estado; condenó la metástasis de las colonias judías en Cisjordania, e instó a la umma a caminar por la senda de la democracia, los derechos humanos y la plena igualdad de las mujeres. Esto último con extrema sutileza: llevar el hiyab, si es por propia convicción y decisión, no debería ser perseguido en Occidente.
«Ha estado humilde y autocrítico; todo lo contrario de un Bush que decía que o se estaba con EE UU o se estaba con los terroristas», reflexionó un profesor árabe. Pues sí: Obama reconoció que algunas de las respuestas de EE UU al 11-S fueron contrarias a «las tradiciones e ideales» de ese gran país. Un país, recordó, que nació de una revolución contra un imperio basada en la idea de la igualdad sustancial de todos los seres humanos. Idea materializada nuevamente con la elección de alguien como él, mestizo y llamado Barak Hussein Obama, como presidente.
El 11-S y los días que siguieron todos nos sentimos neoyorquinos. Luego Estados Unidos se extravió, se hizo irreconocible, se convirtió en una potencia que recortaba derechos y libertades en el interior y se comportaba agresiva y autoritariamente en el exterior. Pues bien, Obama siguió este jueves intentando recuperar el gran capital de simpatía que su país recibió el 11-S. Y lo hizo ante el público más difícil: un mundo árabe y musulmán receloso no sólo por las políticas de Bush sino por décadas de doble rasero norteamericano. Y tal vez, como observaron tres de los participantes en el encuentro en la embajada de Estados Unidos en Madrid, consiguió su mayor punto de credibilidad cuando dijo: «La situación del pueblo palestino es intolerable».
Lo es. El dolor de los palestinos abrasa los corazones de la umma. Ésta ya sabe ahora cómo piensa y qué siente el nuevo titular de la Casa Blanca. Alguien que no se mostró en El Cairo débil y acomplejado, como denunciaba el radiopredicador. En absoluto. Obama también cantó las verdades del barquero que la ocasión precisaba: el terrorismo yihadista mata más musulmanes que occidentales, el Holocausto existió y fue el mayor espanto del siglo XX, la violencia de Hamás no lleva a ninguna parte y, aunque haya países en la zona con armas nucleares, Irán no debe hacerse con la suya.
El amigo americano ha vuelto a la escena global. El discurso de Obama ha sido su «Ich bin ein Berliner» para el mundo islámico. Y ha sido todo un placer seguirlo y comentarlo en la embajada de EE UU en Madrid, un país identificado de nuevo con personajes positivos como Jefferson, Lincoln, Roosevelt y Kennedy. A través de Obama, ese país nos envía de nuevo este mensaje: «Debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil».
© EDICIONES EL PAÍS, S.L. – Miguel Yuste 40 – 28037 Madrid (España)