El PP ha vuelto a obtener una gran victoria en Madrid en las legislativas del 9-M. Y aunque Tomás Gómez, actual líder de los socialistas madrileños, intente disimularlo, el resultado del PSOE en esta comunidad ha sido muy decepcionante.
Llueve sobre mojado. En las últimas municipales, los socialistas cosecharon un sonado batacazo en Madrid. Pareció entonces que, despertando de un prolongado letargo, comenzaban a afrontar un proceso de renovación de dirigentes, ideas, alianzas con la sociedad civil y estrategias de acción política y comunicación. Pero aquello duró poco. En la larguísima campaña que ha precedido al 9-M, los madrileños no le hemos visto el plumero a Tomás Gómez y los suyos. La escena ha estado absolutamente dominada por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, con sus correspondientes querellas fraticidas.
Y ni tan siquiera esas querellas le han restado votos al PP en Madrid. Al contrario: la derecha sigue subiendo en esta comunidad, lo que supone un triunfo para Esperanza Aguirre y un rejonazo -¿el definitivo?- para Gallardón. En paralelo, prosigue el desangre de las fuerzas progresistas. Intuyo que muchos de los votos obtenidos por Rosa Díez en Madrid proceden de los graneros de la izquierda más timorata y, desde luego, más españolista.
No creo que sobre la izquierda pese ninguna maldición faraónica en la capital de España y alrededores. Los resultados del 9-M son, en gran medida, fruto de que el PP lleva años trabajándose muy bien el terreno y el PSOE, muy mal. Tampoco creo que la debilidad del PSOE en Madrid tenga como causa principal el hecho de que el Gobierno central -sus personalidades y políticas- aplasten a los socialistas locales. Recordemos que el hecho de que Aznar ocupara La Moncloa durante ocho años no impidió que el PP consolidara en Madrid dos liderazgos locales muy poderosos: los de Gallardón y Esperanza Aguirre.
Al igual que en Valencia, el PP se ha asentado en Madrid en base a amplia batería de factores personales, políticos, socio-económicos y periodísticos. Entre ellos, el carisma y la visibilidad de sus líderes locales (Gallardón y Esperanza); el españolismo y el anticatalanismo como vectores ideológicos; el cultivo de un espíritu de nuevo rico (derivado del boom inmobiliario) entre las clases medias y populares; un hábil uso propagandístico de las obras públicas, y la conversión de Tele-Madrid en un obsceno aparato de lavado de cerebros. A ese eficaz cocktail, el PP le ha añadido últimamente el miedo al extranjero, ese discurso negativo sobre la inmigración que le permitió al ultraderechista Le Pen arrebatarle mucha parroquia a la izquierda francesa.
Frente a eso, la historia del PSOE en los últimos lustros es la de un partido gris, burocrático y casposo; la de escándalos como el de Tamayo-Sáez y fiascos como el de Miguel Sebastián; la de liderazgos mustios como los de Rafael Simancas y, en lo poco que lleva, Tomás Gómez; la de la incapacidad para afrontar las batallas de ideas (incluida, sí, la de España); la de la desconexión con unas clases medidas y populares que ya no compran el discurso obrerista pero sí podrían ser receptivas a uno socialdemócrata…
Quedan tres años para las próximas municipales y cuatro para las legislativas. Tiempo más que suficiente para empezar a cambiar las cosas. Si los socialistas no lo hacen, el PP volverá a ganar en Madrid. Y resulta difícil imaginar cómo las fuerzas progresistas pueden mantener su actual ligera hegemonía en el conjunto de España con un agujero negro cada vez mayor en Madrid.
En mi modesta opinión, Zapatero debería implicarse más en Madrid. Como vecino (¡qué poco se le ve fuera del circuito institucional!), como líder del PSOE (dedicando tiempo y energías extras a la renovación de su partido en esta zona) y como presidente del Gobierno (con más inversiones o, si ya las está� haciendo, vendiéndolas mejor). Empiezo a pensar asimismo que Tomás Gómez y su equipo no están a la altura del reto: o se van o mejoran de modo sustancial. Por último, los socialistas madrileños tendrían que mirarse menos el ombligo aparatchik, aprender a escuchar las críticas de la sociedad civil progresista y establecer con ella un diálogo abierto, para elaborar un ideario, un programa, una estrategia de acción política y una metodología de comunicación propios de socialdemócratas del siglo XXI.