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Los moritos de Teresa / Bubión / La Alpujarra / Inmigración

 

Como todos los años desde que empezaron a subir a las fiestas veraniegas de Bubión con sus puestecillos de artesanía, juguetes baratos, petardos y discos y dvd´s piratas, Teresa ha atendido durante el pasado fin de semana a los que ella llama «los moritos». No son en realidad magrebíes, sino negros senegaleses, pero como también son musulmanes y no comen «jalufo» ni beben vino o cerveza, Teresa les llama muy sabiamente «los moritos». Ella les lleva café y bollos, les sirve sus estupendas migas alpujarreñas (aunque sin el habitual acompañamiento de chorizo y morcilla), les deja que hagan sus necesidades corporales y se duchen en su casa y que allí almacenen temporalmente sus trastos y descabecen algún que otro sueñecito.


Teresa es pobre y no cobra pensión alguna, está semilisiada por un mal tratamiento hospitalario, tiene muchos hijos y un montón de nietos (ahora acaba de nacer el décimo), pero vive cerca de la plaza, donde se desarrollan las fiestas y donde los senegales despliegan su «top manta», y es solidaria, profundamente solidaria. ¿Quién se va a ocupar de los pobres y de los trabajadores si ellos mismos no se ayudan? Así es como piensa.


Maya, la menor de mis hijas, me preguntó en la noche del pasado sábado: «¿Cómo es posible que Teresa que es tan cristiana, que tiene la casa tan llena de retratos de vírgenes, cristos y santos, sea tan buena con los inmigrantes africanos?» La pregunta tiene mucha miga y debería hacer pensar a la Conferencia Episcopal: una chica bien informada de catorce años identifica hoy en día cristianismo con insolidaridad. Mientras yo pensaba la respuesta, Dácil, mi novia, la encontró: «Pues mira, precisamente porque es una cristiana auténtica». No hice la menor apostilla.

 

Los «moritos» a los que ayudó Teresa en las fiestas de Bubión eran una señora elegantemente envuelta en los bubús de su tierra y cinco o seis chicos muy limpios, muy bien vestidos con ropas deportivas occidentales y muy apañados y simpáticos. Con sus puestecillos, los senegaleses atendieron una demanda que ya no cubre ningún comerciante local: la de productos baratos y vistosos para niños, adolescentes y jóvenes (con el añadido de la música y el cine a precios asequibles para todos los públicos). Abrieron prácticamente veinticuatro horas al día durante cuatro jornadas, que es lo que duran las fiestas veraniegas de Bubión, y, por supuesto, ni este año ni en ninguno de los anteriores se vieron envueltos en el menor incidente.

 

En cuanto a los vecinos de Bubión y los forasteros y guiris que participaron en los jolgorios los incorporaron al paisaje y paisanaje con toda naturalidad, junto a las banderitas, los cohetes, la música de pasacalle, las procesiones, el pregón, las verbenas hasta al amanecer, las jamonas del conjunto, el ritual cachondeo de Paquito el Chocolatero y el desmadre final del Entierro de la Zorra.


No hay racismo ni xenofobia en el corazón de Andalucía. No hay miedo al extranjero, ni nada parecido. Hay Teresa y cientos de miles de teresas. Hay trabajo para todo el mundo (los argentinos y los rumanos, por cierto, ya se han incorporado a la construcción y la hostelería alpujarreñas) y hay fiesta para todos. ¡Qué lejos quedan los malos rollo de algunos radiopredicadores, tertulianos, editorialistas y politicastros de Madrid!

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