Una de las culebras informativas de este verano (llamarle serpiente sería excesivo) es la que afirma que el Gobierno y los socialistas han recuperado la palabra y la idea de España. La cosa parece proceder del hecho de que el Gobierno central añade ahora a la publicidad institucional de sus ministerios, secretarías de Estado y direcciones generales la fórmula «Gobierno de España». A mí eso me parece de rechupete y creo que tiene que ver ante todo con la necesidad de que los ciudadanos sepan que determinadas informaciones, recomendaciones, acciones y beneficios proceden del Gobierno que la nación eligió el 14 de marzo de 2004 y no de los ayuntamientos y comunidades autónomas. En ese sentido, siempre he pensado que el Ejecutivo de Zapatero, al prohibirse a sí mismo el autobombo, cosa muy loable, había caído en un déficit lamentable en la cantidad y, sobre todo, la identidad de su publicidad institucional.
En cuanto a que ese Gobierno se proclame de España, me parece de lo más obvio. También podría decir Gobierno del Reino de España, que, mientras no se cambie la forma de Estado, tal es el nombre de nuestro país. Ya saben mis amigos que soy republicano, pero, puesto que la monarquía es la forma de Estado que los españoles prefieren por amplia mayoría, no tengo el menor problema en ello. Durante dos años trabajé, creo que lealmente, para el Reino de España en la presidencia del Gobierno. Si algún día los españoles, por tal o cual cosa, deciden democráticamente dotarse de una República, para mí sería miel sobre hojuelas. De momento, no creo que valga la pena añadir a nuestros problemas un debate sobre el asunto.
Lo de Estado español que emplean algunos nacionalistas periféricos siempre me ha parecido una chorrada. Se hace estridente cuando sus medios de comunicación anuncian que lloverá sobre «el Estado español», que en puridad son sus administraciones, instituciones y organismos, los centrales y los periféricos. No obstante, tampoco creo que valga la pena derramar demasiada tinta o saliva al respecto. Allá ellos.
Siempre he escuchado, en público y en privado, a Felipe González y a José Luis Rodríguez Zapatero hablar de España y de los españoles, así que no sé a que viene eso de que han cambiado (de hecho su partido se llama «español»). Me ha parecido que los comentarios que este verano he escuchado al respecto procedían mayormente de esos derechistas que no acaban de pillar que la socialdemocracia de la España contemporánea no propone la abolición de la propiedad privada, ni la vida en comunas, ni la quema de iglesias, ni la obligatoriedad de la enseñanza del vasco a los niños de Andalucía, ni una alianza revolucionaria con Fidel Castro. Esos derechistas van a la caza de fantasmas tan inexistentes como el del Louvre. Eso sí, tienen su público, como lo tienen los que defienden la existencia de los marcianos.
En cuanto a mí jamás he empleado otra palabra que España en treinta años de periodismo. Ahí están mis artículos, mis libros y, por si quieren verificarlo de inmediato, mis comentarios en este Blog. Creo que España existe, claro que sí, pero también creo que no cabe identificarla con una forma de Estado, una bandera, una lengua o una religión. Creo que los que lucharon por la II República eran españoles y hasta españolísimos; creo que su bandera tricolor era tan española como la roja y gualda (aunque hoy la segunda sea, en efecto, la oficial, sin que ello, insisto, me provoque el menor sarpullido); creo que el gallego, el catalán y el vasco son lenguas tan españolas como el castellano, y creo que se puede ser protestante, judío, musulmán, budista, agnóstico o ateo siendo español.
Mi opinión personal es que España es plural, que lo es en sus lenguas, culturas y opciones ideológicas, religiosas y políticas. Creo que, como dijo el holandés Cees Nootebon, España es tan grande que, en realidad, es un continente, en cuyo seno viven y se aparean pueblos con identidades muy fuertes. A mí no me parece mala fórmula lo de nación de naciones, pero estoy dispuesto a renunciar a ella si alguien encuentra otra. Y pienso que lo mejor sería adoptar sin tapujos una fórmula federal. ¿No están organizados federalmente Estados Unidos y Alemania sin por ello dejar de ser naciones indiscutibles?
Lo que no hago es echar mano a la pistola si los catalanes dicen que son una nación o los andaluces reivindican su intensa personalidad propia. Aunque también estoy convencido de que los catalanes y los andaluces tienen mucho más en común con los aragoneses o los murcianos que con los provenzales o los napolitanos. Y no son sólo la geografía, la historia, las infraestructuras, la economía y tantas otras cosas compartidas, que también. Ni tampoco es sólo una manera de entender la vida que nos lleva a reagruparnos de inmediato en el extranjero (sé de lo que hablo: he pasado más de quince años de mi vida allende nuestras fronteras), que también. Es además y principalmente una voluntad de presente y futuro en común.
Si las naciones existen porque sus ciudadanos así lo deciden libremente, la existencia de la española no puede ser hoy más estrepitosa: en todas y cada una de nuestras comunidades hay una voluntad mayoritaria de vivir juntos, de vivir en paz, en libertad y en el seno de esa unión aún más amplia que es Europa. ¿Granadino, andaluz, español, europeo, mediterráneo, iberoamericano y ciudadano del mundo al mismo tiempo? Sí, claro, el siglo XXI es esto. El XIX fue otra cosa, el de los nacionalismos excluyentes, pero el XXI es esto, el de las identidades múltiples. Y en esto estamos la mayoría de los españoles y, por cierto, no nos va nada mal.