BABELIA/ EL PAÍS / 14 Junio 2003
CRÍTICA/ RAÚL RIVERO, UN DISIDENTE CUBANO
TENENCIA ILICITA DE ALMA
JAVIER VALENZUELA
La lectura de Sin pan y sin palabras es amarga y dura, y necesaria. Es una lectura que duele mucho porque Rivero relata en sus artículos la doliente situación de un país y un pueblo que nos son tan próximos, que amamos tanto. Confirmando que es un excelente periodista, las descripciones de Rivero son directas, concisas y demostrables. Cuba, afirma, «es una nación donde la libertad brilla por su ausencia y el Estado cultiva el aburrimiento, la obviedad y el tedio»; «un ámbito donde están orientadas por el Partido la alegría, la combatividad y la indignación». Un Partido que, como cuenta en varios artículos y saben todos los cubanos y los visitantes de la isla, ni tan siquiera garantiza a sus súbditos un mínimo decoroso en materia de alimentación, vivienda, transporte, educación y salud.
La lectura de Sin pan y sin palabras también hace daño porque sabemos que Raúl Rivero malvive ahora entre rejas. Él lo había anticipado. «La ley sobre la protección de la independencia nacional y la economía de Cuba», escribe en Monólogo del culpable, «permite a las autoridades de mi país condenarme por el único acto soberano que he realizado desde que tengo uso de razón: escribir sin mandato». En ese texto afirma que «la maniobra chapucera para hacer aparecer a un pequeño grupo de periodistas que trabajamos en Cuba como aliados de narcotraficantes y proxenetas y mercenarios a sueldo de Estados Unidos» le produce «un variado cóctel de repugnancia».
Es el mismo «cóctel de repugnancia» que siente el lector de este libro al leer como epílogo el acta oficial de acusación contra el escritor. Allí se dice de Rivero que «tiene pésima conducta por frecuentar la compañía de antisociales, con quienes intercambia mucha influencia negativa, se manifiesta groseramente del proceso revolucionario, desobedece las advertencias oficiales que se le han hecho, es provocador e irrespetuoso de las normas de convivencia social». Como señala Eliseo Alberto en su intenso, documentado y conmovedor prólogo, la fiscalía, en sus menos de ocho cuartillas de acusación, no ofrece pruebas dignas de ese nombre contra el poeta y periodista, pero cita hasta veintiuna veces las palabras subvertir, subversión y subversivo. Es bochornoso para un régimen que se pretende progresista y no es sino una tiranía caudillista, y para todos aquellos que aún siguen apoyándolo o justificándolo.
En dos países muy diferentes entre sí pero ambos íntimamente ligados a España, Marruecos y Cuba, dos periodistas han sido condenados esta primavera por haber intentado ejercer su oficio con libertad y dignidad: Ali Lmbaret y Raúl Rivero. Esta terrible circunstancia hace más restallantes los comentarios del cubano sobre el periodismo, «el instrumento que tiene la sociedad para iluminar la vida; para sacar a debate todo lo que concierne e interesa a los seres humanos». «El periodismo», dice en otro lugar, «es un patrimonio de todos los hombres de la Tierra y el derecho a opinar, una maravilla que nos distingue de los bueyes y los corderos».
Al cubano le han metido en la cárcel por no querer ser un buey o un cordero. Por negarse a aceptar «la oscuridad, el silencio, los seudónimos, las máscaras y la lejanía», que «constituyen el paraíso de los verdugos de todos los tiempos». Le han enjaulado por tenencia ilegal de alma. Sí, hace bien el Gordo Rivero al incluir en uno de sus textos esta cita del poeta Nicolás Guillén: «Que se avergüence el amo».
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