Categorías
articulos

El tesoro de Alejandría / Artículo sobre el renacimiento de la Biblioteca / Egipto

 

El tesoro de Alejandría

Javier Valenzuela, El País Semanal, 12 de Mayo de 2002

Dicen que como mejor se aprecia la belleza y el simbolismo del edificio diseñado por el gabinete de arquitectos del noruego Kjetil Thorsen es desde el aire, desde un avión o un helicóptero. Los que han vivido esa experiencia aseguran que, visto desde las alturas, el edificio, un cilindro truncado en bisel, se parece a un microprocesador, revelando todo el futurismo de su concepción. Es posible que así sea, pero visto desde tierra, incluso alejándose lo más posible, poniéndose al borde del muy cercano Mediterráneo, el edificio de vidrio y mármol del equipo de Thorsen es como achatado y recuerda un ovni que se acabara de estrellar. Encajonado en La Corniche, carece de la distancia y el espacio necesarios para verlo como ese sol levante o esa antena parabólica destinada a captar todas las sabidurías del mundo con los que también lo asocian sus apologistas.

 

En el exterior y el interior de ese edificio hormiguean – los seres humanos siempre hormiguean en Egipto – chicos con cabellos muy cortados y camisas de manga corta, y chicas con pantalones o faldas hasta los tobillos, camisas de manga larga y hiyab o pañuelo islámico cubriendo el cabello. Así es, en su mayoría, la juventud actual del valle del Nilo: tan conservadora en lo político, lo moral y lo religioso como sedienta de conocimientos, sobre todo de los técnicos y científicos que proceden de Occidente. Esa juventud, hija del encuentro entre Internet y el teléfono móvil con el drama palestino y la pujanza de los Hermanos Musulmanes, ya ha hecho suya la nueva Biblioteca de Alejandría, antes incluso de que haya sido inaugurada oficialmente.

 

La idea de resucitar la Biblioteca de Alejandría es muy buena si no fuera por los tiempos que corren. Aunque ya abrió sus puertas oficiosamente hace meses, su inauguración oficial estaba prevista para el 23 de abril de 2002, la fiesta del libro. Doña Sofía, una gran entusiasta de la idea; el presidente francés, Jacques Chirac; la reina Noor de Jordania; el rey Harald V de Noruega; el presidente griego, Konstantinos Stephanopoulos, y otras personalidades deberían haber acompañado al anfitrión, el presidente egipcio, Hosni Mubarak. Pero la ceremonia fue aplazada indefinidamente en razón de la inseguridad en Oriente Próximo y en solidaridad con los atroces sufrimientos de los palestinos. [1]

Ése fue tan sólo el penúltimo de los contratiempos de una idea que, en los últimos años, ha vivido retrasos en la ejecución de las obras, falta crónica de recursos económicos, carencia de una visión clara y coherente de lo que se pretende hacer, carestía de libros que guardar y poco rigor en su selección, censuras de las obras a conservar, cambio de director y críticas desde el integrismo islámico y el progresismo ilustrado. Nada es fácil en estos tiempos en Oriente Próximo.

Empecemos por Alejandría. Está ahora mejor que hace 10 o 15 años. Ya no es tan exageradamente la ciudad cubierta de basuras y que se venía abajo, literalmente, a causa de la sobrepoblación, la miseria, el abandono y la mala y corrupta gestión municipal. La construcción de la Biblioteca de Alejandría ha servido para un cierto lavado de cara, al menos en las zonas más visitadas por el extranjero, como La Corniche, es decir, el kilométrico malecón o paseo marítimo donde se yergue el edificio que parece, según se mire, un microprocesador, un ovni naufragado o un sol despertándose. Las playas han sido limpiadas, el servicio de recogida de basuras ha mejorado y las fachadas de La Corniche han sido restauradas o repintadas, aunque no sus partes traseras. Y es que el visitante extranjero no debe esperar demasiado: la renovación de Alejandría no sólo es cosmética, sino muy parcial. Con cuatro millones de habitantes y en un Egipto donde la preocupación de la mayoría de la gente es cómo conseguir un plato de habas, Alejandría sigue estando en la frontera del tercermundismo.

Aún más que Tánger y Beirut, sus parientes en brillo y cosmopolitismo en el lado árabe y musulmán del Mediterráneo, Alejandría sufrió en las últimas décadas del siglo XX una espantosa decadencia. La creación del Estado de Israel y la reacción nacionalista árabe del rais Nasser liquidaron en un santiamén la ciudad contada por Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría. En los años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial – los del Cuarteto -, Alejandría era todavía la urbe de «cinco razas, cinco lenguas y una docena de creencias». Un cuarto de sus 600.000 habitantes no eran egipcios de lengua y cultura árabes, sino judíos, griegos, armenios, italianos, franceses o británicos. Estos contingentes de origen extranjero, más los coptos o cristianos egipcios, le daban a la ciudad el sabor plural, abierto y tolerante que siempre había constituido su esencia.

Pero judíos y griegos se marcharon, y con ellos el grueso de las minorías, en los tiempos del nacionalismo árabe de Nasser, y sobre Alejandría se abatió un manto de polvo físico y cultural. Las cosas fueron a peor en los años ochenta y noventa, cuando, derrotado Nasser por Israel, el integrismo musulmán comenzó a crecer como un cáncer en el valle del Nilo. Alejandría se convirtió en un poblachón agobiado por la contaminación, la avalancha humana y la pobreza. La xenofobia reemplazó al gozoso mestizaje, hasta el punto de que, hace poco, cuando los 800 griegos que aún residen en la ciudad quisieron levantar una estatua a Alejandro Magno, los sectores nacionalistas e integristas de Egipto se unieron en un rechazo visceral a la iniciativa.

¿Puede la nueva Biblioteca de Alejandría cambiar el curso de la historia? Es lo que pretenden sus promotores. El primer llamamiento para levantarla data de 1986 y fue adoptado con entusiasmo por Mubarak. La idea, que sigue vigente, es, en palabras de Ismail Sarageldin, su actual director, recrear «el espíritu y la función de la vieja Biblioteca de Alejandría como puente de diálogo y tolerancia entre las diferentes culturas y civilizaciones del Norte y el Sur, Oriente y Occidente»; un objetivo aún más vital desde el 11 de septiembre de 2001. Dos años después, el proyecto comenzó a rodar, con Egipto aportando los terrenos, situados en La Corniche, al borde del Mediterráneo – a un centenar de metros de donde estuvo la vieja Biblioteca -, y la Unesco sumándose a la causa. Fue convocado un concurso internacional, en el que participaron 1.400 arquitectos y que fue ganado por el gabinete noruego Snohetta, dirigido por Thorsen. La construcción en sí comenzó en 1995 y concluyó en 2001.

Hasta ahora, el coste de la Biblioteca de Alejandría ya ha superado los 200 millones de euros, desembolsados por países petroleros del Golfo y europeos como Noruega, Italia, Francia y el Reino Unido. A muchos egipcios les parece un disparate con lo que está cayendo en su país y en la región. «Esta biblioteca es una mierda», declara al diario francés Libération la cineasta Asmaa el Bakri. «En lugar de gastarse fortunas en proyectos megalómanos, Egipto debería intentar salvar antes lo que ya tiene».

 

De momento, la Biblioteca de Alejandría es una colosal cáscara vacía o semivacía, o también podría decirse un hangar de lujo que espera un destino. Son 11 pisos, siete al aire libre y cuatro subterráneos, decorados en su exterior por paneles de granito gris de Asuán, con letras de todos los alfabetos conocidos, notas musicales y símbolos matemáticos, y dotados en su interior con lo último en informática y alta tecnología. El problema estriba en que ha sido creada para albergar más de ocho millones de libros, papiros, manuscritos, periódicos, revistas, discos, microfilmes, mapas y cartas, pero sólo cuenta con unas 200.000 piezas. Y el criterio de su selección ha sido disparatado, por no decir nulo.

 

En los últimos años, antes de que Sarageldin se hiciera con la dirección, sus responsables aceptaban prácticamente cualquier donación, lo que hace que muchos de los volúmenes existentes sean tan poco interesantes como guías turísticas y manuales de inversiones anticuados o viejas ediciones del Libro Guinness de los récords. En realidad, el único criterio selectivo que parecía aplicarse antes de la llegada de Sarageldin era que los libros no ofendieran la sensibilidad de los islamistas egipcios. Y si se descartan los que en la historia de la humanidad han hablado de sexo o dudado de la existencia y unicidad de Dios, es muy difícil llenar los anaqueles.

La construcción de la nueva Biblioteca de Alejandría se ha producido en un momento en que la censura sobre la creación literaria y artística se acentúa en Egipto. Su escritor más importante, el premio Nobel Naguib Mahfuz, tiene que vivir sus últimos días encerrado en su piso para no ser objeto de un nuevo atentado de los islamistas, y son constantes los procesos a periodistas, novelistas y cineastas librepensadores.

Hace veintitantos siglos, el clima era más liberal en el valle del Nilo, y sobre todo en la ciudad fundada por Alejandro Magno. Allí, hacia el año 288 antes de Cristo, el faraón helenístico Tolomeo I fundó, a instancias del filósofo griego Demetrio de Falera, un espacio para la ciencia y la cultura de vocación universalista, que sería engrandecido por sus sucesores, hasta Cleopatra. Mirando el célebre Faro y en el recinto del palacio real, la Biblioteca de Alejandría hizo durante siglos un esfuerzo descomunal para adquirir o copiar cualquier texto existente. En su apogeo, bajo el reino de Tolomeo III, guardaba unos 700.000 rollos de papiro, el equivalente a más de 200.000 libros actuales de 300 páginas.

Allí se hizo la primera traducción del Antiguo Testamento desde el hebreo al griego, y allí nacieron la geometría, la astronomía, las matemáticas y la economía tal como han llegado a nuestros días, con figuras como Aristarco, el primero que afirmó que la Tierra giraba en torno al Sol; Hiparco, el primero que midió la duración exacta del año solar; Euclides, el padre de la geometría; Arquímedes, el descubridor de tantas leyes matemáticas, físicas y geométricas, y Herón, que diseñó la primera máquina de vapor. Hasta que, hacia el año 48 antes de Cristo, la Biblioteca de Alejandría sufrió su primera destrucción, como un daño colateral, que se diría hoy, del incendio de la flota de guerra de Julio César.

Fue, no obstante, el delirio religioso el que la convertiría en ruinas y cenizas, a partir de la decisión del emperador romano Teodosio, en el año 392 después de Cristo, de prohibir todas las religiones excepto el cristianismo. El furor de los monjes y fieles fanáticos se abatió sobre el edificio y los contenidos de la Biblioteca, y llegó incluso a provocar el martirio de su última directora, la matemática Hipatia, que fue descuartizada viva y quemada sobre los restos de lo que aquellos fundamentalistas cristianos veían como el gran templo del paganismo.

Así se cerraron siete siglos de luz. Ahora, un acto voluntarista quiere resucitarlos en una ciudad donde las mujeres, la mayoría de ellas, se bañan en las playas enteramente cubiertas. Los partidarios de la Biblioteca de Alejandría creen que su mera existencia puede contribuir a cambiar las cosas. «El objetivo de esta biblioteca es restaurar el debate y el pluralismo en Alejandría», dice Sarageldin, un ex vicepresidente del Banco Mundial, de 57 años de edad, que fue nombrado director por Mubarak tras las críticas a la política de almacenamiento sin criterio de su predecesor, y que sólo debe obediencia al rais egipcio. «No he recibido la menor consigna sobre lo que podemos o no tener», prosigue Sarageldin. «Tenemos la máxima libertad para coleccionar libros, del mismo modo que el Vaticano guarda textos que fueron quemados por la Iglesia católica. Si los fundamentalistas condenan los Versos satánicos, de Salman Rushdie, ¿qué mejor lugar para encontrar, leer y juzgar ese texto que la Biblioteca de Alejandría?».

En contraste con la ambigüedad de su predecesor, Sarageldin ha limitado los primeros objetivos de la colección a la egiptología, el islam – a la biblioteca nunca le han faltado copias del Corán – y las relaciones de Alejandría y Egipto con el mundo árabe y mediterráneo. Y sueña con que este nuevo centro de la cultura internacional siga el modelo de Davos, la ciudad suiza donde se debaten anualmente los problemas de la economía mundial. Es un objetivo que apoyan muchos intelectuales alejandrinos. «Desde su fundación, y excepto en los últimos 50 años», dice el arquitecto Mohamed Awad, «esta ciudad ha sido un símbolo de internacionalismo, y queremos que vuelva a serlo». La gran pregunta es si el Egipto contemporáneo está preparado para digerir el clima de libertad, desacuerdo y protesta de Davos.


 

 

[1] La Biblioteca de Alejandría fue oficialmente inaugurada el 16 de octubre de 2002.

© Diario EL PAÍS S.L. – Miguel Yuste 40 – 28037 Madrid [España] – Tel. 91 337 8200

© Prisacom S.A. – Ribera del Sena, S/N – Edificio APOT – Madrid [España] – Tel. 91 353 7900


Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
Privacidad