‘E.T.’ y los patos
Javier Valenzuela, El País, Visto/Oído, 14 de noviembre de 1984
Lo dijo el señor alcalde la otra noche en la tele, en el programa dominical Autorretrato de la primera cadena: «Los patos madrileños son particularmente avisados. Ninguna de las piedras que les han tirado los gamberros ha podido alcanzarles».
Pues bien, Enrique Tierno surcó el autorretrato televisivo que, con la ayuda de Pablo Lizano, se hizo la noche del domingo en la pequeña pantalla con la misma discreta, silenciosa y elegante naturalidad con que los palmípedos, gracias a él, bogan ahora por esa cloaca de aguas depuradas que es el río Manzanares.
Tierno fue como un pato, una cosa blanca, etérea, entrañable, moderna de puro anacrónica, que esquiva los guijarros que pretenden descalabrarle con un leve movimiento de cuello que no le hace perder la compostura.
Tierno hizo en la tele de viejo profesor, pero también de fray Tierno, como le llamó hace años Juan Goytisolo en el Viejo Topo, y de E. T. , el monstruito de Spielberg. El más popular de los ediles españoles se definió a sí mismo como «una persona tranquila, reposada, racional, amante de los libros, humilde y partidaria del sentido común en la gestión de la cosa pública, que significa «hacer el mayor bien con el menor gasto».
Con voz monocorde, manos cruzadas sobre la mesa y algún ligero carraspeo de conferenciante o catedrático, el alcalde definió a Madrid como «una ciudad mediterránea en la meseta». A propósito de su intensa vida callejera, aprovechó la ocasión para recomendar a sus administrados que «cuiden la calle madrileña como lo que es: una continuación de la casa».
Ya lanzado, al profesor, que dijo que «Madrid nos mata porque nos ata», le salió un pareado sin haberlo preparado: «La movida de Madrid es un hervor, una parte del cual puede calificarse de creador».
Habló y mucho el profesor de psicoanálisis, marxismo, Franco y otras cosas, pero mayor interés tuvieron sus reflexiones personales. El espectador pudo enterarse de que Enrique Tierno ha heredado de su padre, un campesino soriano, el uso del chaleco, una cierta tiesura y un miedo reverencial al cuerpo.
El alcalde confesó que en su juventud quiso ser marinero, tras las lecturas aventureras de Julio Verne y Salgari. Dijo que El Quijote es la obra que más admira, y el Valle de los Caídos, la que más detesta, y sorprendió a la audiencia al afirmar que a él le hubiera gustado ser Sherlock Holmes.
La presencia de Tierno después de la cena del domingo en la televisión fue ideal para que las buenas gentes hicieran una tranquila digestión y se introdujeran en la cama con la sensación de que en este mundo enloquecido aún quedan seres que no provocan sobresaltos.
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