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¿Libertad a cambio de bombas?

Los demócratas árabes, escépticos ante la idea de que la guerra de Irak propicie reformas políticas en Oriente Próximo

JAVIER VALENZUELA El Cairo, Enviado Especial / El País / 24/02/2003

Naguib Mahfouz ha sido hospitalizado dos veces en las últimas semanas. A sus 92 años y sin haberse recuperado nunca por completo de las puñaladas que le dieron unos islamistas, el único árabe que ha ganado el Premio Nobel de Literatura no logra vencer una fuerte gripe. Su estado de salud es preocupante, pero aun así, Mahfouz, al regresar a casa tras su segunda hospitalización, ha hecho llegar un mensaje al diario cairota Al Ahram . Se declara «muy preocupado» por la guerra que Estados Unidos prepara contra Irak y comparte los sentimientos de los millones de personas que se han manifestado en contra.

«Mi posición es muy clara», dice Mahfouz. «Me opongo a esta guerra. Me opongo a Sadam. La guerra generará una cantidad enorme de destrucción, no sólo en Irak, sino en todo el mundo árabe. Esto es algo que no necesitamos. Al mismo tiempo, el régimen de Sadam es la quintaesencia de todo lo negativo en las políticas árabes: opresivo, autocrático e irracional». En su sencillez, el mensaje del autor de El callejón de los milagros expresa lo que piensa ahora la mayoría de los intelectuales, artistas, profesionales, universitarios, estudiantes que, desde Marruecos a Qatar, sueñan con un mundo árabe laico, democrático y respetuoso de los derechos humanos.

Tras no convencer a estos sectores con sus argumentos sobre la gravedad e inminencia del presunto peligro de las armas de destrucción masiva que pueda seguir ocultando Sadam o sobre sus fantasmales lazos con Osama Bin Laden, Washington les esgrime como zanahoria la idea de que la guerra contra Irak será el comienzo de un «remodelación profunda» que aportará las libertades a Oriente Próximo. «Es algo de lo que estamos bien necesitados», dice el cineasta egipcio Youssef Chahine, «pero no me parece que la guerra contra Irak sea el instrumento adecuado».

De hecho, Chahine protesta porque el Gobierno egipcio no deja manifestarse en la calle a la gente que, como él, se opone a esta guerra. Reducidos al interior de las mezquitas y las universidades, los manifestantes egipcios, que no le tienen la menor simpatía a Sadam pero tampoco a Bush, se enfrentan a fuerzas policiales muy superiores en número, y, a veces, son detenidos.

«Me siento violado y humillado por el Estado policial vigente en este país», dijo hace unos días Chahine en una conferencia de prensa celebrada en El Cairo. Desde 1981, el valle del Nilo vive bajo estado de excepción. El régimen de Mubarak, en paz con Israel y aliado de EE UU, prohíbe las manifestaciones callejeras y autoriza a su policía a detener a cualquiera sin acusaciones concretas. Las principales víctimas de esta dureza son los islamistas. Unos 30.000, según las organizaciones egipcias de derechos humanos, permanecen encarcelados sin juicio.

Es significativo el que esos demócratas árabes a los que EE UU pretende ilusionar con la idea de la «remodelación» de Oriente Próximo se quejen de que los regímenes autoritarios aliados de Washington no les dejen ahora manifestarse contra la guerra en Irak. «El problema de EE UU», dice Diaa Rachwan, investigador del Centro de Estudios Políticos y Sociales de Al Ahram, «es su falta de credibilidad». «Las razones», añade, «son obvias: su apoyo a Israel, su indiferencia ante los sufrimientos de los palestinos, su complicidad con tantos regímenes árabes autoritarios y, ahora, con Bush, su sed de venganza, de petróleo y de protagonismo imperial».

Saaedin Ibrahim es una excepción en el escepticismo con que es vista la oferta norteamericana de «remodelación» de Oriente Próximo. Ibrahim, un profesor de la Universidad Americana de El Cairo con doble nacionalidad, egipcia y estadounidense, está ahora en libertad y pendiente de juicio tras haber pasado meses en la cárcel. Su crimen es haber denunciado el fraude en las elecciones egipcias, la discriminación que sufre la minoría cristiana copta y la posibilidad de que Mubarak esté preparando a su hijo Gamal para sucederle.

El caso Ibrahim provoca una gran tensión entre Mubarak y Washington, que, como ocurre con Arabia Saudí, parece descubrir ahora que sus aliados árabes no son un dechado de democracia. Ibrahim expresó ayer por teléfono a El PAÍS su confianza en que EE UU cumpla su palabra. «Estoy convencido», dijo, «de que EE UU intentará seriamente instalar la democracia en Oriente Próximo, y ello a partir del ejemplo de Irak. Ahora bien, nadie puede profetizar si lo logrará o no».

Algunos prestigiosos columnistas norteamericanos difunden esta idea, y citan el ejemplo de Alemania y Japón tras la II Guerra Mundial. Pero ellos mismos se apresuran a poner objeciones a su tesis. «¿Está el equipo de Bush listo para ello? ¿Está EE UU listo para ello?», se pregunta Thomas L. Friedman. «No estoy seguro», responde. Por su parte, David Ignatius cita a Marwan Muasher, ministro de Exteriores de Jordania, que le advierte de que el primer resultado en el mundo árabe de la lluvia de bombas que se abatirá sobre Irak será manifestaciones populares antiamericanas y un nuevo impulso para los islamistas. Para evitar la catástrofe, señala Muasher, EE UU tendrá que demostrar de inmediato su compromiso en el nacimiento de un Estado palestino.

Sadam es hoy muchísimo menos popular en el mundo árabe que hace una década, cuando invadió Kuwait. Salvo excepciones, los árabes que se oponen a la guerra no defienden al tirano de Bagdad. Edward Said, el escritor palestino residente en EE UU, es uno de los 30 intelectuales árabes que han firmado un manifiesto que describe a Sadam como «una pesadilla para Irak y el mundo árabe». Said, en un artículo reproducido por la prensa egipcia, recuerda que EE UU ha anunciado que sobre Irak lloverán hasta 500 misiles al día y se pregunta: «¿Qué clase de Dios afirmaría que esto va a traer democracia y libertad no sólo para el pueblo de Irak, sino para el resto de Oriente Próximo?».


Las contradicciones de la democracia en el islam

JV, El Cairo

Tras sostener a tiranos con tal de que fueran anticomunistas, mantuvieran a raya a sus pueblos y sirvieran petróleo barato, EE UU anuncia que va a impulsar la reforma del mundo árabe. Es algo absolutamente necesario. «La ola de democratización que transformó el modo de gobernar en la mayoría de los países de América Latina y Asia Oriental en los años 1980, y en Europa central y una buena parte de Asia central en los años 1990, apenas rozó los Estados árabes», constata el informe 2002 de la ONU sobre la zona. Difícilmente puede calificarse a uno solo de los 22 países de la Liga Árabe de plenamente democrático. Además, su situación económica es desastrosa, incluso en la riquísima Arabia Saudí.

Y sin embargo, el discurso «reformista» de Washington no despierta entusiasmo entre sus posibles beneficiarios, aunque sí inquietud entre los gobernantes árabes. Los saudíes, señalados por su apoyo al integrismo wahabí, temen ser el próximo objetivo norteamericano y ya han anunciado que efectuarán algunas reformas democráticas.

Los regímenes árabes se sienten mucho más vulnerables que en 1991, porque ya no tienen el completo control de los medios de comunicación. Decenas de millones de árabes ven ahora la cadena por satélite Al Yazira e Internet. «Al final», ha augurado en BBC Shibley Telhami, catedrático de la Universidad de Maryland, «Washington optará por seguir apoyando a los regímenes árabes despóticos. Los necesitará para luchar contra el antiamericanismo de la calle árabe y el posible ascenso del islamismo».

Democratizar el universo árabe y musulmán tiene otro inconveniente, al menos a corto plazo, según el egipcio Diaa Rachwan. «Cada vez que hay elecciones medianamente libres en uno de nuestros países», señala, «los islamistas obtienen muy buenos resultados». Es la pescadilla que se muerde la cola. El islamismo se nutre de la falta de democracia, las terribles desigualdades sociales, la corrupción de los regímenes y el resentimiento por la apatía estadounidense ante los sufrimientos palestinos. Pero si hay democracia, ganan los islamistas. «¿Están dispuestos EE UU y Occidente a soportar estas victorias islamistas, a aceptarlas como la enfermedad infantil de la democracia en el mundo árabe y musulmán?», se pregunta Rachwan.

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