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¡Viva la Policía! / El 23-F en Diario de Valencia / Milans del Bosch

Artículo publicado en el libro colectivo «23F. 25 anys després», editado por la Unió de Periodistes Valencians en 2006, con motivo del 25 aniversario del golpe de Estado


“!VIVA LA POLICÍA!”

JAVIER VALENZUELA

Estoy seguro de que ya no vestían de gris; creo que lo hacían de marrón. Tampoco se llamaban Policía Armada, sino Policía Nacional. Pero yo todavía desconfiaba profundamente de ellos; aún más, les seguía temiendo y hasta odiando. Y es que había tenido que correr muchas veces delante de los “grises” en las calles de Valencia y no hacía tanto tiempo de ello. Como universitario antifranquista había gastado mucho aliento, bastante energía muscular y no poca suela de zapatos escapando de una Policía que quería aporrearme y detenerme por pedir la libertad. Así que aquel 23 de febrero de1981, aunque Franco ya había muerto, se habían legalizado los partidos y celebrado elecciones democráticas e incluso se había aprobado una Constitución, yo seguía identificando a los antiguos “grises”, a los que ahora llamábamos “maderos”, con el franquismo, con un régimen horrible que se resistía a desaparecer.

Pero aquella noche fría, sombría e interminable grité “!Viva la Policía!” por primera vez en mi vida. Fue cuando sus “lecheras” vinieron a “Diario de Valencia” a liberarnos, a rescatarnos de los soldados enviados por el capitán general Milans del Bosch que nos tenían secuestrados desde hacía horas, desde poco después de la promulgación de un bando cuyo recuerdo aún me provoca escalofríos. Sí, aquella noche que cambió mi vida, aquella noche sin la cual no habría forjado mi amistad con Miguel Barroso, sin la cual no habríamos escrito un reportaje sobre Milans y los otros golpistas que nos abrió las puertas de “El País” y sin la cual yo no habría ido a Beirut, conocido a Micaela y tenido con ella mis dos hijas, entre otras muchas cosas; aquella noche, digo, afloró a mis labios un alegre e incontenible “!Viva la Policía!” que hoy reivindico con vigor. Porque aquella noche la Policía que vino a hacerse cargo de la seguridad de las instalaciones y los trabajadores de “Diario de Valencia” también nos traía la libertad, la libertad de informar sobre el intento de golpe de Estado y sobre lo que quisiéramos, la libertad de trabajar sin el cerco ominoso, en la misma Redacción, de decenas de soldados armados, la libertad del poder civil elegido democráticamente frente al poder militar del capitán general Milans del Bosch y sus compinches.

Otros compañeros les habrán contado que en “Diario de Valencia”, donde yo trabajaba como redactor, sufrimos sucesivamente el impacto brutal de las imágenes televisivas de la entrada en las Cortes de Tejero, el mazazo de la promulgación del bando de Milans y el miedo de la llegada de las tropas al periódico, que entonces era el más conspicuo representante mediático en Valencia de las posiciones democráticas y progresistas. Esos compañeros les habrán contado también que el director, Juan José Pérez Benlloch, autorizó a dejar el periódico y regresar a su casa a todo aquel que lo deseara y que todo el mundo, sin excepción, decidió quedarse. Así que déjenme que les cuente que, como yo me ocupaba de la información de sucesos, Pérez Benlloch me encargó que entrara en contacto telefónico con la Jefatura Superior de Policía. El director y yo mismo suponíamos que la Policía, tal como le ordenaba el bando de Milans, se había puesto a las órdenes del poder militar. Con el alma encogida, hice, pues, mi llamada al jefe superior de Policía de Valencia, Rafael del Río.

La sorpresa que me apresuré a comunicar gozoso al director y a todos los compañeros fue que la Policía desobedecía a Milans, se negaba a acatar el bando y seguía leal al poder civil democrático, que esa noche, dado que los ministros estaban secuestrados en las Cortes, representaba en Madrid una comisión de subsecretarios. Era una decisión personal de Rafael del Río, el comisario que dirigía en Valencia a la Policía uniformada y también a la secreta, una valiente decisión que hubiera podido costarle el fusilamiento de triunfar el golpe. Por teléfono, Del Río me dijo: “Resistid en el periódico. La partida no está perdida, el golpe tiene que fracasar, va a fracasar. Estoy en contacto con la Comisión de Subsecretarios, en Madrid. Esperad la aparición del Rey en la televisión”.

En esos momentos estaba ocurriendo algo insólito en la sede de la Jefatura Superior de Policía, en la avenida de Fernando el Católico. Por órdenes de Del Río, los “maderos”, los que hasta hacía pocos  llamábamos “grises”, tomaban posiciones en las ventanas y terrazas, con sus armas listas para enfrentarse a tiros a los tanques y los soldados que cercaban ominosamente el edificio. El pulso –tremendamente desigual desde el punto de vista de potencia de fuego- entre Del Río y Milans del Bosch duraría unas horas eternas, simbolizando como muy pocas otras cosas lo cerca que estuvimos aquella noche de vivir otro 18 de julio.

Abrevio. El Rey salió en televisión condenando a los golpistas; los demócratas sacamos pecho; llamé de nuevo a Rafael del Río y le pedí que despachara a nuestro periódico fuerzas policiales para desalojar a los soldados de Milans. Así lo hizo. No recuerdo a qué hora, pero sin duda ya bien entrada la madrugada, aparecieron frente al periódico las “lecheras” de la Policía Nacional. Su jefe se encaró con el oficial del Ejército que dirigía la ocupación, el secuestro, de “Diario de Valencia” y le instó a retirarse. El oficial galleó un rato, no pensaba moverse sin órdenes expresas de Capitanía General. El jefe de los policías no se arredró: el Rey, dijo, se había pronunciado con claridad; allí no tenía nada que hacer el Ejército; la libertad y la seguridad del periódico era un asunto de la Policía, un asunto civil. Punto.

Y sí, los soldados –pobres reclutas que no sabían en qué lío les había metido Milans- terminaron abandonando la presa. Cuando se retiraron, intentando mantener la marcialidad que les exigía su oficial, los policías les abrieron un pasillo. Aquel pasillo por el que se iban los soldados era el que nos devolvía la vida. Y fue entonces cuando grité desde el fondo de mi alma “!Viva la Policía!”.

Información sobre el libro en El País

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