En un primer repaso a la prensa de hoy, domingo 25 de enero, me llama la atención, por bien traído e inteligentemente expresado, el comentario con el que Ignacio Escolar culmina su artículo en el diario «Público» sobre el escándalo de espionaje político en la Comunidad de Madrid: «Pedro J. es también el periodista español que más cita en sus artículos el Watergate. Y para una vez que viene a cuento, se ha puesto al lado de Nixon».
Trabajo para el diario «El País» desde hace 26 años. En las calles de Madrid, Beirut, Bagdad, Teherán, Jerusalén, Gaza, Argel, Sarajevo, París, Washington, Pekín, Johanesburgo y muchos otros lugares, me he encontrado a excelentes periodistas del diario «El Mundo», pero jamás a Pedro J. Ramírez, que sólo se trabaja los despachos y los restaurantes del poder madrileño. Ahora me adhiero plenamente a la declaración efectuada el sábado por el Comité de Redacción de «El País», lamentando y condenando las declaraciones de Juan José Güemes, consejero de la Comunidad de Madrid presidida por Esperanza Aguirre y yerno de Carlos Fabra, el cacique de la Diputación de Castellón. Este pijo liberticida insultó y amenazó ese día tanto al periodista que está investigando el Espe-gate, Francisco Mercado, como al diario «El País». «La coacción y los excesos verbales no nos arredran», dice el comunicado de mi Comité de Redacción, «son un motivo más para practicar, con mayor empeño si cabe, la libertad de información que todo ciudadano en ejercicio de sus responsabilidades democráticas debe respetar».
Ése es, en efecto, el espíritu batallador con el que los reporteros, la dirección y la empresa del «Washington Post» abordaron el caso Watergate, en el que desde la Casa Blanca se organizó un servicio secreto paralelo destinado al espionaje de los rivales de Richard Nixon. Y como bien señala Ignacio Escolar, el que Pedro J. se ponga ahora, desde el primer momento e incondicionalmente, al lado de un poder bajo sospecha confirma que nunca ha sido un periodista independiente sino un político amarillo y derechista, travestido, cuando le conviene, con los ropajes de nuestra profesión.