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¿Jerusalén? Capital de Israel y Palestina

Dice Bibi Netanyahu que Jerusalén no es «un asentamiento», sino la «capital» del Estado de Israel.

Alguien debería decirle: «Bueno, de momento la capital de Israel reconocida por la comunidad internacional es Tel Aviv, pero no se preocupe, señor Netanyahu, muchos miembros -la mayoría- de la comunidad internacional no tendrían el menor problema en reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. That´s not the point. El problema, señor Netanyahu, es que también es, o debería ser, la capital de Palestina».

Los judíos fundaron Jerusalén hace 3.000 años, dice Netanyahu.

Alguien debería decirle: «OK, pero los árabes palestinos –cristianos o musulmanes- la habitan desde hace siglos y siglos. En su guerra de Independencia, ustedes, los israelíes, conquistaron su mitad occidental, pero su mitad oriental, con el casco histórico en su seno, siguió siendo árabe –administrada por el Reino de Jordania- hasta que ustedes ganaron la guerra de 1967 y, en contra de la comunidad internacional, se anexionaron por completo la Ciudad Santa».

Ese alguien podría proseguir así: «Con las construcciones de urbanizaciones israelíes en la parte oriental, rodeando la Ciudad Vieja, ustedes están haciendo inviable una posible capitalidad palestina en Jerusalén, que, por otra parte, todos sabemos que es lo que ustedes pretenden. Con las colonias masivas en Cisjordania, ustedes están haciendo inviable un Estado palestino en los territorios ocupados por Tsahal en 1967. Ustedes podrán decir de boquilla todo lo que quieran sobre su deseo de paz y sobre su voluntad de aceptar algún día un Estado palestino al lado del suyo, pero quien les compre esa baratija es o un hooligan o un naif de tomo y lomo».

Y luego: «Así que lo suyo sería que ustedes detuvieran de inmediato esas construcciones, empezaran a plantearse cómo devolver a Israel al medio millón de colonos que han instalado en los Territorios Ocupados y negociaran seriamente la paz con los palestinos. Una paz en la que los palestinos pudieran construir su Estado en Cisjordania y Gaza, con capital en la parte oriental de Jerusalén, ciudad que en ningún caso habría que dividir con muros y barreras. Y si no quieren hacer eso, pues, bueno, proclamen el Estado de Israel en todo el territorio del antiguo Mandato Británico sobre Palestina y concedan a sus habitantes árabes los plenos derechos de ciudadanía, incluido, por supuesto, el voto para la Knesset».

¿Le dirá esto Obama a Netanyahu o el presidente norteamericano se tragará, por razones de política interna, las públicas humillaciones a las que le ha sometido el primer ministro israelí? Al igual que la reforma de la sanidad era la prueba de fuego de su política doméstica, la congelación de los asentamientos israelíes en territorios palestinos es la de su política exterior. Si en esto da su brazo a torcer, nadie le creerá, nadie le tomará en serio en lo que le queda de mandato presidencial.

¿Romperá su cobardía y desidia la Unión Europea de una puñetera vez o se limitará a declaraciones retóricas de esas que hacen de vez en cuando el señor Moratinos y su amigo francés Kouchner?

¿Osará alguien alguna vez proponer las sanciones que deberían corresponder a una violación de la legalidad internacional tan flagrante, tan múltiple, tan prolongada en el tiempo?

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