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Tras la huelga, ¿qué? / 29-S / Crisis / Reforma laboral / Zapatero

 

Es probable que ninguna huelga general haya estado tan justificada en nuestra historia reciente como la del miércoles 29-S. Así lo entienden la mayoría de los trabajadores españoles a tenor de las encuestas. Merced a la capitulación incondicional de Zapatero ante los denominados mercados, ya resulta mucho más barato despedir a los asalariados veteranos y muy pronto vendrá el aplazamiento de su edad de jubilación.

Para los mayores de 50 años el panorama es sombrío: no pocos van a ser puestos en la calle en los próximos meses con indemnizaciones que en ningún caso superarán un año de sueldo (aunque lleven cinco o seis lustros en la empresa); sus posibilidades de encontrar una nueva colocación serán a partir de entonces prácticamente nulas, y, encima, no podrán empezar a cobrar pensiones de jubilación (por cierto, ¿cómo pagarán sus cotizaciones a la Seguridad Social mientras tanto?) hasta los 67.

Y ni que decir tiene que sus puestos no serán cubiertos o, en el mejor de los casos, lo serán por jóvenes con contratos precarios y sueldos de 1.000 euros para abajo (¿en qué quedaron los discursos sobre la experiencia, el valor añadido, la cualificación profesional, el compromiso con la empresa, el valor del capital humano, etc?).

Esta reforma laboral no crea empleo, facilita su destrucción. El propio Gobierno reconoce que a finales de 2011 el paro seguirá en torno al 20%.

Por otro lado, es posible que la participación en la huelga no sea tan masiva como correspondería a la mayoritaria comprensión de sus motivos. Influyen razones poderosas: el no poder perder el sueldo de la jornada de huelga en estos tiempos de estrecheces, el temor a significarse en las empresas en pleno clima de nuevas oleadas de despidos, el deseo de que la derecha no capitalice políticamente la protesta, la certeza de que el Gobierno no va a rectificar en ningún caso…

Una huelga es siempre un motivo de estrés para los trabajadores; ésta, además, les tiene a muchos con el corazón partido.

Habrá que ponerse en el día después. ¿Quién va a recomponer los fragmentos –ideológicos, políticos y sindicales- de la izquierda española tras la rendición de Zapatero y el semiéxito o semifracaso del 29-S? El leonés no parece el líder capacitado para hacerlo. Su resignación ante la realidad, esto es, los poderes fácticos, parece absoluta. No le queda aliento reformista (hablo de reformas progresistas no de contrarreformas neoliberales como la laboral), ha renunciado a combatir por aquello para lo que le eligieron en 2004 y 2008 más de 11 millones de españoles de izquierda y centroizquierda.

Lo confirma el que tras izar bandera blanca ante los mercados haya justificado por razones de “realpolitik” la actitud de Sarkozy con los gitanos.

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