El atentado de Año Nuevo en una iglesia copta de Egipto es un acontecimiento de una gravedad extraordinaria.
Incluso en una región tan acostumbrada a la violencia sectaria como Oriente Próximo, esta atrocidad destaca por su particularmente siniestro significado: las minorías cristianas, allí presentes antes de la llegada del islam, están en el punto de mira de los asesinos milenaristas de Al Qaeda.
Víctimas indirectas e inocentes de los problemas generados en la zona por el conflicto israelo-palestino y por las incursiones militares estadounidenes, los cristianos de Egipto, Tierra Santa, Líbano, Siria e Irak, la sal de la zona, llevan décadas emigrando en masa a países occidentales. Ahora, acosados criminalmente por Al Qaeda, sólo pueden acelerar su éxodo.
Para la humanidad en su conjunto esto es un desastre. La pluralidad secular de Oriente Próximo está en manifiesto peligro de extinción.
De los asesinos de Al Qaeda sólo cabe decir dos cosas.
La primera es que salvajadas como la de Alejandría confirman que de buenos musulmanes tienen lo que Hitler de pacifista. Desde su momento fundacional, el respeto y la protección a las comunidades judía y cristiana, los Pueblos del Libro, ha sido un componente esencial de la religión islámica. Ya es hora de que se alce un clamor entre los musulmanes de todo el planeta para estigmatizar como insoportables herejes a la gentuza de Al Qaeda.
La segunda es que siguen manejando la acción en el tiempo y en el espacio con una eficacia diabólica muy superior a la de la coalición internacional surgida tras el 11-S. Sin un cambio profundo de estrategia por parte de esa coalición, es de temer que Al Qaeda siga dirigiendo el baile de la muerte.