No ha terminado el verano de 2011, ni tan siquiera el mes de Ramadán del año 1432 de la Hégira, y la vistosa bandera roja, negra y verde de los rebeldes ondea ya en la capital libia. Desde allí, Juan Miguel Muñoz informaba ayer en «El País»: «En Trípoli la mayoría de la gente es feliz». Así que, a falta del desenlace, puede decirse que la primera intervención militar de Occidente tras el desastre de Bush en Irak se salda con un aprobado, lo que no es poco. Modesta, de «baja intensidad», ha funcionado.
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