Que, tras la derrota de España ante Suiza, el “Times” de Londres llevara a su primera página la relación entre Iker Casillas y Sara Carbonero, me pareció una muestra más del deterioro sensacionalista y chovinista del periodismo inglés. No me gustó luego el comentario sobre este asunto de González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. Criticaba Urbaneja que la periodista informara del Mundial estando implicada emocionalmente con el jugador. Como si los informadores masculinos de este festival deportivo fueran un prodigio de neutralidad en relación a La Roja, como si dieran cuenta de los partidos que disputaba la Selección Española con un distanciamiento glacial, como si muchos de ellos no fueran amigos, colegas, troncos, compadres de los técnicos y jugadores. Lo de Urbaneja emanaba un desagradable tufillo machista.
Es cierto que Iker empezó el Mundial con cierto nerviosismo, pero lo terminó siendo un muro insalvable para los rivales de La Roja, incluyendo la parada de un penalti en el partido contra Paraguay y de un disparo de Robben en la final. Y Sara Carbonero hizo su trabajo tan bien como cualquiera de sus compañeros varones.
Al final, millones de españoles, y no pocos aficionados a La Roja en muchos lugares del mundo, fuimos muy felices en la noche del domingo 11 de julio. Y si tuviera que resumirlo en una imagen, ésta sería la del beso espontáneo, apasionado, liberador que Iker le dio en directo a Sara. Como en los filmes clásicos de Hollywood, triunfó el amor. Como en la imagen de Alfred Eisenstaedt del marinero y la enfermera de Times Square en la celebración del final de la Segunda Guerra Mundial, un beso vale más que un millón de palabras.