¿Quedará impune, como es la costumbre, la última barbaridad protagonizada por el Ejército israelí? ¿Tendrá decencia y valor la llamada comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, para imponer las sanciones que corresponden a tal catarata de atropellos –el cerco inmisericorde de Gaza, el abordaje piratesco de una flotilla humanitaria en aguas internacionales, la matanza de numerosas personas…- no sólo al derecho internacional sino a las más elementales normas de convivencia humanas?
Los que hemos visto a Israel escaparse una y otra vez del severo castigo que correspondería a tales comportamientos somos escépticos (en la memoria quedan Beirut 1982, Sabra y Chatila, los chavales acribillados en las Intifadas, la destrucción sistemática de hogares palestinos, Líbano 2006, Gaza 2008..). Rosa María Artal ya expresaba ese triste sentimiento en un comentario que publicó esta misma mañana en su blog. Si los autores fueran árabes y musulmanes, o si fuera Hugo Chávez, otro gallo cantaría. Estaríamos hablando de retirada de embajadores, de sanciones económicas y hasta de preparativos de acciones bélicas. Pero Israel tiene bula… Y por eso se comporta así.
Israel piensa para empezar que cualquier cosa que haga, desde utilizar pasaportes falsificados de países amigos para cubrir a sus sicarios hasta bombardear con fósforo poblaciones civiles, está más que justificado. Piensa que las víctimas judías del Holocausto le conceden una patente de corso eterna, del mismo modo que la Biblia le concede un título de propiedad eterno sobre Tierra Santa. Y luego Israel sabe que al final eso que en estos momentos elpais.com llama “clamor internacional” queda siempre en nada. De eso se encarga el potente lobby judío en Estados Unidos (y en otros países). Aunque Obama quisiera reaccionar como la salvajada se merece, alguien en su gabinete le estará recordando que en otoño hay elecciones legislativas en Estados Unidos, por no hablar de su propia reelección en 2012.
Y a los demás, a los que nos asquea el brutal asalto a la flotilla que llevaba ayuda humanitaria a Gaza, se nos aplicará de oficio el estigma de “antisemitas” y “cómplices del terrorismo”. Aunque muchos seamos amigos de Israel y llevemos décadas defendiendo su derecho a vivir en paz y seguridad en las fronteras anteriores a 1967. Pero Israel, como escribía el otro día Lluis Bassets en El País, no escucha. Ni a sus amigos.