No sé dónde y con quién habrá comido hoy Zapatero; yo lo he hecho, como casi todos los días laborables, en el comedor de mi empresa y con un grupo variopinto de compañeros: periodistas, administrativos, informáticos, obreros (las mesas son largas y cabe mucha gente). Lo que ya hace tiempo comenzó como perplejidad y continuó como desencanto a lo largo de 2009, era hoy cabreo manifiesto. Frases del tipo «Están locos», «¿Qué necesidad tenían», «La próxima vez les va a votar su abuela» o «Puestos a escoger, prefiero el original del PP a la copia del PSOE», han sazonado el almuerzo. ¿El tema? El proyecto del Gobierno de alargar en dos años la edad de jubilación.
Ayer, jueves, Ignacio Sánchez-Cuenca escribía en «El País» que a lo largo de esta crisis, y salvo en la defensa de algunos derechos sociales, el Gobierno de ZP ha presentado un perfil escasamente socialdemócrata. Hoy, viernes, Ignacio Escolar titula así su columna en «Público»: «Zapatero gira a la derecha». Ni Pacho Sánchez-Cuenca ni Nacho Escolar ni, ya puestos, yo mismo somos precisamente conspicuos miembros de la derecha mediática.
A los votantes de izquierdas procedentes del mundo de los trabajadores y las clases medias, este Gobierno nos ha fallado en una serie de asuntos cruciales. En combatividad frente a una banca que recibe ayudas estatales y regatea el crédito a los asalariados, los autónomos y las pequeñas y medianas empresas. En visión de futuro a la hora de recrear en España una banca pública y una empresa energética pública. En defensa de la decencia a la hora de limitar los bonos escandalosos de consejeros y altos ejecutivos. En justicia y progresividad fiscal a la hora de aumentar la imposición de las SICAV y las rentas altas y de congelar o reducir la imposición indirecta. En laboriosidad a la hora de perseguir el fraude fiscal de la tremenda economía negra de España…
El Gobierno no es culpable de la crisis (no puede imputársele la desaforada especulación financiera internacional que provocó este desastre, aunque cabría preguntarle qué hizo durante su primera legislatura para ir deshinchando la burbuja inmobiliaria española). Pero, eso sí, de lo que es parcialmente culpable es de la sensación de pesimismo y angustia colectiva que se ha adueñado de los españoles.
Lo grave no es la improvisación, como dicen tantos. Ésta es inevitable en la vida en general y en una crisis en particular.
Lo grave es la impresión transmitida de falta de visión y de rumbo en general, y, aún más, de visión y rumbo progresistas. Siendo un Gobierno de izquierdas, uno de los últimos de Occidente, debería haber tenido las cosas mucho más claras: quiénes son y qué necesitan sus votantes, que, recordémoslo, son la mayoría de los que acudieron a las urnas en 2004 y 2008; qué tipo de modelo económico y social promueve la socialdemocracia en el siglo XXI, una vez constatado el fracaso del dogmatismo ultraliberal. Y debería haber actuado en consecuencia, y no generalizando el sentimiento de que al final siempre ganan la banca, la gran patronal y el vocero de ambas en el Banco de España.
Lo que también es grave es la falta de empatía con la gente, esa frialdad tecnocrática del presidente y de su vicepresidenta económica al hablar de asuntos como el paro que hacen sufrir a tantos millones de españoles, esa sonrisita «optimista» al negar primero la crisis y augurar después su inmediato fin.
El pueblo de izquierdas hubiera deseado que el presidente le hablara con franqueza y gravedad de sangre, sudor y lágrimas, de que jamás iba a abandonarle y de que al final del túnel las cosas serían mejores, por más seguras, para los trabajadores, los autónomos, las clases medias… y peores para los ricachones especuladores. También hubiera deseado que se le hablara con frecuencia y directamente (para eso está la televisión) ¿Populismo? No, en absoluto. Liderazgo.
Pocos discuten que la sostenibilidad a largo plazo del sistema de pensiones exige que en algún momento se plantee el alargamiento de la edad de jubilación. Pero esa sostenibilidad también hubiera precisado una mayor firmeza del Gobierno a la hora de negarles a las empresas prejubilaciones masivas de gente en los cincuenta años de edad, ¿o no? Y, además, ¿es éste el momento de plantear tal reforma, cuando el paro y el temor al paro agobian a los trabajadores? ¿No hubiera podido esperarse a la salida de la crisis, dentro de dos, tres, cuatro años? ¿Son éstos los modos de hacerlo, sin que la mitad del Gobierno lo sepa, sin sondear antes a los sindicatos, sin hablar con las otras fuerzas parlamentarias, apenas unos días después de que Díaz Ferrán hubiera mencionado el asunto?
De Obama me gusta mucho eso que ha dicho acerca de que prefiere ser un buen presidente de un solo mandato que un mal o mediocre presidente de dos mandatos. Para un progresista, la primera legislatura de Zapatero tuvo más luces que sombras. Estuvieron muy bien la retirada de Irak, la gallardía frente a Bush, la promoción de los derechos civiles, la ley de dependencia, la lucha contra los accidentes de tráfico… Ésta, la segunda, es todo un nubarrón: agotado, de momento, el frente de los derechos civiles, Zapatero no ha sabido mostrarse como un líder, como algo más que un parlamentario, en la hora crucial de afrontar desde la socialdemocracia una terrible crisis económica.
Para tener una tercera oportunidad, Zapatero tiene que despabilarse, poner punto final a lo que empieza a asemejarse a un síndrome de La Moncloa. Tal como van las cosas, no es arriesgado predecir que la derecha votará en masa en 2012 y buena parte de la izquierda se quedará en casa.